Que la mosca te acompañe
Más vale un silencio que mil palabras en esta comedia agridulce sobre los estragos de la soledad
Frente al teatro del bla, bla, bla, la elocuencia del gesto. Un aplauso cálido, largo, de corazón, coronó la función de pago previa al estreno en Madrid de Solitudes, segundo espectáculo silente de Kulunka Teatro, compañía gata de raigambre vasca. De la agenda internacional que tiene André y Dorine, primera creación de Kulunka, dan fe las 30 versiones de su decorado almacenadas a día de hoy en otras tantas ciudades de Asia, Europa y América: es más económico hacer una nueva en cada país que transportar la escenografía original.
Solitudes
Autores: Kulunka Teatro. Intérpretes: José Dault, Garbiñe Insausti, Edu Cárcamo. Luz: Carlos Samaniego. Escenografía y vestuario: Ikerne Giménez. Máscaras: G. Insausti. Música: Luismi Cobo. Dirección: Iñaki Rikarte.
Madrid. Teatro Fernán Gómez, hasta el 29 de octubre. Espoo (Finlandia), 13 de noviembre. Florencia (Italia), del 6 al 8 de diciembre. Campello (Alicante), 23 de diciembre.
Garbiñe Insausti, José Dault y Edu Cárcamo, sus intérpretes, son más conocidos en Shanghái o en Los Ángeles, donde el año pasado ganaron los premios del Drama Critics Circle a la mejor actuación de conjunto y a la especialidad mejor desarrollada (teatro de máscaras), que en Madrid, donde hasta ahora no habían podido actuar en un teatro de gran aforo.
Solitudes es una didascalia extensa y perturbadora, de creación propia: una tragedia grotesca de Arniches, reescrita por Beckett. Sus protagonistas, un abuelo, su hijo y su nieta, arrostran todos ellos una soledad descomunal, apenas encubierta por el runrún incesante del televisor y los mensajes de WhatsApp que desgrana el móvil, previa señal acústica: aceptamos la electrónica como animal de compañía.
Quizá Solitudes resulte un poquito disperso al principio, pero enseguida va encontrando un ceñido cauce temático.por el que circula generosamente el sentido del humor de sus intérpretes, su empatía y su calidez. Las situaciones en las que se ven envueltas sus personajes nos conmueven, los errores que cometen nos resultan familiares, su destino nos concierne.
Los actores, enmascarados, son extraordinarios los tres: a veces intentamos adivinar quién interpreta a quién, pero poco importa. Lo fundamental es el ritmo que imprimen a la función y el grosor emocional de su empeño. Hay aciertos fulgurantes (el viejo prendiendo una mosca al vuelo, para jugar con ella a las cartas; el desconcierto de la prostituta novata ante lo que le propone su cliente…), pero el espectáculo entero rezuma un acervo semiolvidado: Kulunka nos devuelve a una era en la que el lenguaje pantomímico era moneda corriente manejada a bolsillos llenos por cómicos como Marcelino Orbes (aragonés al que Chaplin copió), Buster Keaton o Benito Perojo, creador de Peladilla, el doble español de Charlot.
Una sensibilidad cristalina atraviesa toda la función, cuya escenografía (el modesto salón recibidor de un pisito de posguerra: papel pintado, puerta forrada de escay, teléfono Heraldo…) es obra de Ikerne Jiménez, certera siempre. La música de Luis Miguel Cobo crea una atmósfera apropiada sin hacerse notar.
Babelia
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