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El hombre que fue jueves
Columna
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Fabrice Luchini lo ha hecho

El actor francés convierte sus memorias en un texto profundamente teatral y literario

Marcos Ordóñez

Imagínense a un actor de nuestro país que escribe un libro apasionado sobre su lengua natal y los autores que han marcado su vida. Luego imagínenlo tratando de publicarlo. Y de venderlo. Cuando acaben de reír, escuchen esto: Fabrice Luchini, reciente aún su éxito en cine con El juez, lo hizo el año pasado con Comédie française: Ça a débuté comme ça, editado por Flammarion. Ganó el premio de La Coupole y lleva vendidos más de 100.000 ejemplares. No habla de la Comédie Française, sino de su comédie. No revela secretos ni chismes. Son unas memorias profundamente teatrales, literarias: peligrosas palabras para nuestro mercado. Se dirá que esto solo puede pasar en Francia, donde adoran a sus cómicos y su cultura, y tal vez tengan razón.

Yo acabo de devorar la edición de bolsillo (en J’ai Lu), baratísima: siete euros. Me la recomendó Ramon Vila, otro excelente actor, maravillado por el libro. La lengua francesa es la verdadera patria de Luchini. Antes he escrito “pasión”. Esa es la palabra. Hay que ver de qué modo contagia su amor por la lectura, por La Fontaine, Molière, Rimbaud o Céline (y por Barthes, y por Nietzsche) ese autodidacta que dejó la escuela a los 14 para ser aprendiz de peluquero. En la calle, en Montmartre, aprendió la lengua viva de las bandas, “como un alcohol violento”. El primer libro que le deslumbró fue Viaje al fin de la noche, de Céline. Lo leyó a los 17 años. Yo lo leí a la misma edad, en la misma edición de Livre de Poche. Esas cosas unen como juntar dos sangres.

En 1985, por encargo de Jean-Louis Barrault y Madeleine Renaud, llevó Viaje a escena. Ha seguido haciéndolo, cada vez con nuevos fragmentos, a lo largo de 30 años. Más de 2.500 representaciones por toda Francia y Canadá en salas enormes y pequeños teatros de provincias. “Años intentando atrapar su fraseo, sus ritmos. Cuando abrazas el sentido orgánico del texto ya no es un monólogo, es una conversación”, cuenta. He anotado algunas de las frases de Luchini, que doy aquí en desorden, traducidas a la carrera. “En Céline late la emoción de la lengua hablada fluyendo en la lengua escrita, con palabras engañosamente sencillas, alternando de modo sistemático un detalle real y una canción metafísica. El gran peligro es oralizar su texto. Céline es un gran músico, y el Viaje una sinfonía literaria. Y el cineasta más grande del siglo XX”.

Lo que escribe sobre Céline me recuerda lo que Bernard Frank escribió sobre Drieu La Rochelle: la misma vivacidad, la misma riqueza de miradas. La gran cuestión, “la cuestión obsesiva, inexplicable”: su feroz antisemitismo. “¿Cómo pudo un genio semejante abrazar la pasión más criminal que imaginarse pueda? ¿Cómo esa inteligencia pudo ceder a la bestialidad más destructora? ¿Cómo asociar su conocimiento de la naturaleza humana con los delirios degradantes de sus panfletos?”. No hay respuesta. Queda su arte, que Luchini sigue celebrando. Comédie française: Un libro para leer, releer, anotar. ¿Alguien lo editará aquí?

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