El visionario que quiso enterrar a los hippies
Hace 50 años, Emmett Grogan escenificó la muerte de los hippies. Por decirlo suavemente, fue un acto prematuro
6 de octubre de 1967. Por San Francisco, desfila una procesión con un féretro que proclama “la muerte del hippie, hijo de los mass media.” Se quema el ataúd y algunos asistentes saltan sobre el fuego. Escondido entre la multitud está Emmett Grogan.
Grogan fue una de las cabezas pensantes de los Diggers, colectivo que se ocupó de la alimentación, la salud de los aspirantes a hippies que, por millares, llegaron a San Francisco en 1967. Un personaje carismático que evita la publicidad y las fotos: el anonimato como obligación del revolucionario. Sin embargo, en 1972 saca una autobiografía egocéntrica, Ringolevio, que ahora sale en español a través de Pepitas de Calabaza.
Aun conociendo la edición original, descubro que Ringolevio todavía se me encabrita entre las manos. Se abre con un fragmento digno de cualquier antología de la mejor literatura sobre las calles de Nueva York: 40 páginas que describen una partida de ringolevio, un juego de equipos donde se trata de atrapar y “encarcelar” a los contrincantes. Se enfrentan chicos de Brooklyn y Harlem. El encuentro termina trágicamente pero, noblesse obligue, el narrador es acogido en la guarida de sus enemigos: agasajado con cocaína, disfruta de los favores de una de sus mujeres y es invitado a probar la heroína.
En ese momento, al lector se le dispara el detector de fantasmadas. Y el timbre sigue sonando a lo largo de Ringolevio. Lo que no impide seguir leyendo con deleite, ya que, como dice el subtítulo, estamos ante “una vida vivida a tumba abierta”. Nuestro héroe todavía es menor de edad y ya ha ascendido a yonqui. Se libra por los pelos de la penitenciaria y termina en un exclusivo colegio de jesuitas. El contacto con las clases altas le facilita saquear abundantes apartamentos de Manhattan; con el botín, se escapa a Europa. Ya en el barco, seduce a una niña bien. Sigue triunfando a lo grande en Francia, Alemania, Irlanda; algo menos en Italia y el Reino Unido, donde conocerá las cárceles. El delincuente ha adquirido ambiciones culturales: estudia cine, escribe.
Vuelve a finales de 1965, a tiempo de ser reclutado por un Ejército que necesita carne de cañón para Vietnam. Se libra de manera espectacular y, como por arte de magia, termina en San Francisco cuando allí, en la Bay Area, brota un nuevo paradigma de la insurgencia juvenil. Grogan conecta con un grupo de teatro callejero que transforma en activistas, los Diggers. Hay una urgencia: atender a las multitudes de ingenuos que huyen a California en busca del paraíso hippy.
El planteamiento de Grogan: en el capitalismo de la abundancia, se pueden cubrir las necesidades de los que abandonan el Sistema, mediante donaciones o –sssh- robos y extorsiones. Fuera de esos afanes, Emmett se revela como la pesadilla de toda organización: el ultra en posesión de la verdad, que torpedea a todo competidor y siembra mal rollo. Si Abbie Hoffman se apropia de sus escritos teóricos, se venga (sic) acostándose con su esposa.
El final resulta aún más triste. Como explica el actor Peter Coyote en el prólogo, Grogran íntima con Dylan y The Band; se deslumbra ante el estilo de vida del rock. Es un espejismo: en 1978, aparece muerto por sobredosis en Nueva York.
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Autor: Emmet Grogan.
Editorial: Pepitas de Calabaza (2017).
Formato: tapa blanda (544 páginas).
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