El dios chachi
Estamos ante un perfecto síntoma de esa espiritualidad de supermercado que ya cuenta con nutrida oferta en el mercado editorial
LA CABAÑA
Dirección: Stuart Hazeldine.
Intérpretes: Sam Worthington, Octavia Spencer, Avrahan Aviv Alush, Sumire.
Género: drama. Estados Unidos, 2017
Duración: 132 minutos.
Hijo de misioneros criado en Nueva Guinea, el canadiense William P. Young escribió La cabaña con el modesto horizonte de expectativas de ofrecérselo a tan solo quince lectores: sus seis hijos y un reducido círculo de amigos. Entre estos hubo quien le alentó para que se replantease el alcance del libro: sucesivos rechazos editoriales culminaron en una autoedición de largo alcance. Y se pasó de la anécdota al fenómeno editorial: La cabaña se convirtió en imbatible best-seller para creyentes y, también, en objeto de polémica entre los integristas cristianos que lo tildaron de herético por, entre otras cosas, su universalismo –todos serán salvados- y su pintoresca manera de lidiar con el misterio de la Santísima Trinidad.
La cabaña, adaptación cinematográfica aprobada por el autor, permite intuir por dónde van los tiros para quienes no nos hemos leído el libro: con su look de lacrimógeno telefilme de sobremesa sobrealimentado con kitsch digital, variante new age, y golpes de efecto en el reparto –¡Octavia Spencer es Dios! (y no es una metáfora; ni, probablemente, una valoración crítica del papel)-, la película de Stuart Hazeldine –director que ya había imaginado lo que le pasaría a Jesucristo en un instituto británico en su corto Christian (2004)- cuenta la historia de un tipo que, tras haber matado en la infancia a su padre alcohólico y maltratador con un poco de estricnina, pierde a su hija pequeña a manos de un psicópata y, en plena demolición espiritual, es convocado por el Altísimo para una cita personal en una cabaña. Allí, la Madre, el Hijo –un israelí con camisa de leñador- y el Espíritu Santo –una japonesa- le impartirán un cursillo acelerado en torno al perdón de efectos, inevitablemente, transformadores.
Por grotesca que pueda parecer la sinopsis no hay que desestimar su potencial para inspirar una película de controvertida espiritualidad, pero la incapacidad para convocar el vértigo de lo inefable a través de imágenes y palabras es manifiesta: quizá novela y película sean heréticas, pero parece que estemos ante un perfecto síntoma de esa espiritualidad de supermercado que ya cuenta con nutrida oferta en el mercado editorial.
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