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El narcotráfico y sus consecuencias visto desde sus trabajadores de a pie

La cinta boliviana 'Cocaine prison' representa a Latinoamérica en la sección de documentales del Festival de Cine de Toronto

Andrés Rodríguez
Hernán, uno de los protagonista de 'Cocaine prison'.
Hernán, uno de los protagonista de 'Cocaine prison'.UNITED NOTIONS FILM

Una primera escena, situada en una senda en el Parque Machía, en la zona tropical de Cochabamba, Bolivia, muestra una fila de hormigas cargando hojas de coca, y de todo tipo, de vuelta a su hormiguero. El terreno por el que caminan no es sencillo, deben ir y venir llevando su carga para cumplir con su colonia. En el fondo de esta imagen se escucha la voz de Violeta Ayala, que le pregunta a Deysi: "¿Para qué llevan? [las hojas]". A lo que la joven responde riéndose con gracia burlona: "Para hacer cocaína". Con este cuadro inicia Los burritos (titulado en inglés Cocaine prison), el documental de Ayala, que sirve como una metáfora para contar una historia sobre los trabajadores de a pie del narcotráfico, las consecuencias de esta labor y los distintos usos que se le da a la hoja de coca en la cultura boliviana.

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Cocaine prison es el único documental latinoamericano que compite en la sección TIFF Docs de la presente edición del Festival de Cine de Toronto, que se celebra desde el 7 al 17 de septiembre. Días antes de que la cita cinematográfica empiece en Canadá, la directora se encontraba pasando unos días en su natal Cochabamba, el escenario donde se desarrolla la historia. "La película tiene muchas metáforas, es diferente a todo mi trabajo de antes. Había muchas personas que trabajaron conmigo que querían que les de contexto. Pero no, esta es una película de la visión de la gente de mi país. Nosotros ya sabemos lo que pasa con la cocaína cuando llega al otro lado", explica la realizadora.

El largometraje sigue a Hernán, Mario y Deysi. El primero fue arrestado traficando dos kilos de cocaína a Argentina, mientras que el segundo fue aprisionado mientras trabajaba como pisa-coca (personas que pisan durante horas el mantillo de hojas para mezclar la solución que convierte la coca en pasta base). Y, sobre todo, la travesía de la tercera por liberar a Hernán, su hermano, mientras los tres se enfrentan a un sistema penal que obstaculiza los procesos.

Para Ayala era importante contar la historia desde el otro extremo de la cadena. Mostrar a las personas de a pie que se meten en este mundo y cómo son siempre ellos los que pagan, porque son reemplazables. "Nos han mostrado siempre a Pablo Escobar, al Chapo Guzmán, pero ellos son las excepciones. La gente que trabaja en el negocio global de las drogas son las Deysis, los Hernanes y los Marios, por eso funciona, por eso sigue, porque cogen a uno y tienen a otros 100. En todos los años que he filmado en la cárcel, nunca he visto entrar a un pez gordo, ni siquiera un pez mediano", dice Ayala.

La realizadora boliviana-australiana inició con este proyecto en 2010, justo el mismo día que Hernán era encarcelado en el penal para varones San Sebastián, en Cochabamba. Esta penitenciaría se aleja del retrato que las ficciones estadounidenses muestran respecto a las prisiones al norte del Río Bravo, y se acerca más a la realidad de la región. En un inmueble con capacidad para 300 personas, Ayala muestra un espacio hacinado con más de 700, incluyendo familiares. Ahí, viven uno encima de otro y con solo ocho baños para todos, según datos de 2015, antes de que el presidente de Bolivia, Evo Morales, extendiera un indulto que benefició a cientos reos en Cochabamba. Hacer cine es tomar riesgos

La realizadora enseña también que las celdas son un lujo para los que pueden costearse una, mientras que el resto debe buscar un espacio donde dormir, con el riesgo de ser víctima de un ataque, asalto o violación. "Estamos hablando de un lugar increíblemente extraño, es como un microcosmos de Bolivia, encuentras los mejor y lo peor de la humanidad", añade Ayala.

La directora le dio un seguimiento de cinco años al proyecto. Ante la imposibilidad de grabar todo el tiempo desde adentro, Mario –uno de los protagonistas– sugirió que la directora les proporcione cámaras para que ellos también puedan filmar. De ese modo, 30% del filme fue realizado por algunos de los presos, según cuenta ella.

Todo el escenario que Ayala se esfuerza en mostrar es, en gran parte -según ella-, debido a la "perversa" Ley 1.008 del régimen de la coca y sustancias controladas, promulgada en 1988. Con el objetivo de combatir la cocaína y tratar la producción de la hoja de coca, en 25 años esta norma llevó tras las rejas a miles de infractores menores sin sentencia durante sus primeros años de prisión, bajo condenas prolongadas o desproporcionadas. "Todos los presos por delitos menores relacionados con el narcotráfico en el mundo son los vulnerables, los indígenas, los negros, los latinos, los pobres, los que no saben leer. En todas partes y aquí no es una excepción, es exactamente igual", afirma la realizadora.

A Ayala le gusta tomar riesgos en sus producciones. Así lo demostró previamente en The fight, un documental multipremiado sobre la marcha de las personas con discapacidad exigiendo un bono del Estado y la represión que sufren por parte de las fuerzas del orden de este país. Y con Cocaine prison se mantiene firme en la misma línea de pensamiento que no piensa dejar: "Hacer cine es tomar riesgos. Me encanta lo estético y el arte, pero si no tiene un sentido y si no va contar una historia, si no va a cambiar una realidad, si no va cuestionar la sociedad, a mí no me interesa ese cine para nada".

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Sobre la firma

Andrés Rodríguez
Es periodista en la edición de EL PAÍS América. Su trabajo está especializado en cine. Trabaja en Ciudad de México

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