Tenga resignación, querida amiga
Protagonizada por cinco actrices de primera, la función resulta tan graciosa y entretenida como la original
¡Qué éxito el de El florido pensil! Hizo varias temporadas completas en Madrid, se replicó en euskera, catalán y gallego, viajó por América y tocó el corazón de todos. Cuando se estrenó (1996), tuvo como público objetivo los ocho millones de españoles de entre 30 y 43 años que en el cole estudiaron la Enciclopedia Álvarez, cantaron la lista de los ríos peninsulares y resolvieron docenas de problemas aritméticos redactados con una lógica forzada y con una sintaxis glacial comparable a la de El inglés sin esfuerzo, método que Ionesco caricaturizó en La cantante calva, su ópera prima del absurdo.
La obra, fielmente basada en el libro homónimo de Andrés Sopeña, publicado en 1994, proporcionó al respetable durante una década una risueña pero catártica purga de los lugares comunes doctrinales de la educación nacionalcatólica. Un millón de espectadores pasaron por taquilla. Veintiún años después, vuelve El florido pensil, protagonizado por niñas. En la mayoría de las escenas, el texto es casi idéntico al de la versión original. En otras, como la de la niña que se confiesa de lo que el catecismo califica de actos impuros, ha habido que adaptarlo, por razones obvias. Y algún cuadro es de nuevo cuño.
EL FLORIDO PENSIL ‘NIÑAS’
Autor: Andrés Sopeña.
Versión: Kike Díaz de Rada.
Intérpretes: África Gozalbes, Esperanza Elipe, Nuria González, Chiqui Fernández, Mariola Fuentes.
Vestuario: Charo J. Grueso. Luz: Xabier Lozano. Escenografía; Edi Naudo.
Dirección: Fernando Bernués y Mireia Gabilondo. Madrid. Teatro Marquina.
Protagonizada por cinco actrices de primera, la función resulta tan graciosa y entretenida como la original, cuyo calado me pareció mayor, quizá porque, por edad, a sus intérpretes les pilló de lleno la Ley de Ordenación de la Enseñanza Media de 1953 o incluso la de Enseñanza Primaria de 1945: más que representarlo, revivían lo sucedido. Además, a dos décadas de la muerte de Franco, parecía el momento de pasar revista satírica a su régimen educativo. Después, espectáculos como El manual de la buena esposa y La sección (este todavía en cartel) han diseccionado con humor el apartado del adoctrinamiento que la Sección Femenina ejerció sobre mujeres y niñas. Quizá nos falte todavía perspectiva para hacer una lectura escénica crítica de la LOGSE, pero todo se andará.
El florido pensil ironiza sobre el escaso valor actual de antiguos dogmas, pone de relieve que el colegio puede funcionar como eficaz constructor de estereotipos y, en sus momentos mejores, nos hace pensar también en la actualidad. Cuando una voz infantil lee que “el inglés y el francés son lenguas gastadas que van camino de su disolución completa”, rememoramos la célebre portada actual en la que Le Monde advertía de una probable disgregación del inglés en múltiples bantustanes lingüisticos. Los maquinistas que en los años cincuenta ponían la mano delante del proyector durante el beso de la pareja protagonista no son tan diferentes de los programadores que exigen hoy suprimir un desnudo para contratar el espectáculo correspondiente. Y la supeditación de la mujer durante el franquismo a la voluntad del varón remite directamente al régimen saudí actual, donde las mujeres no pueden conducir siquiera. Sobre todo cuando Viky Galván, hija de inmigrantes, dice: “Eran otros tiempos”.
Estupendo, el medido trabajo de las actrices Esperanza Elipe, Chiqui Fernández, Mariola Fuentes, Nuria González y África Gozalbes. Quizá la escena más lograda sea la veloz ronda por los domicilios familiares de las cinco protagonistas. El espectáculo va de menos a más.
Babelia
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