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Un monstruo viene a vernos

La primera edición de 'Frankenstein', de Mary Shelley, se publicó anónimamente en 1818 y es la versión más radical y ambiciosa

Manuel Rodríguez Rivero
Fotograma de 'Frankenstein', de James Whale (1931).
Fotograma de 'Frankenstein', de James Whale (1931).

1. Frankenstein

Existen diversas formas de comunicarse con los muertos. Una consiste en toquetear la güija en una reunión espiritista, un procedimiento que tiene el inconveniente de poder suscitar, además de la respuesta del ser querido, la de otras entidades malignas supraterrenales. Otra, con menos riesgo, es aquella de la que habla Quevedo en su soneto Desde la torre: “retirado en la paz de estos desiertos / con pocos, pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos, / y escucho con mis ojos a los muertos”. Y otra más es viajar, como Lemuel Gulliver, a la isla de Glubbdubdrib, cuyos habitantes son nigromantes que pueden interactuar con los grandes personajes del pasado. Yo también hablo con los muertos (a veces) en sueños. Y quizás también lo hizo Mary Shelley (1797-1851) en las dos noches que pasaron desde que —en aquel verano sin verano de 1816 en Villa Deodati— aceptó el reto de escribir un cuento de miedo, hasta que se le ocurrió la historia de la criatura de Victor Frankenstein, el “moderno Prometeo”. La primera edición de Frankenstein se publicó anónimamente en 1818. Y, aunque la versión más difundida sea la revisada (por ella misma) en 1831, lo cierto es que la anterior es la más radical, la más ambiciosa literariamente y, para mi gusto, la mejor. Y esa edición, de la que el año que viene se conmemora el bicentenario, es precisamente la que publicará (revisada, anotada, corregida) Ariel este otoño, utilizando la antigua traducción de José C. Vales. No es el único libro importante que publicará la gran editorial de ensayo de Planeta: en septiembre, por ejemplo, llegará a las librerías, entre otras cosas apetecibles, el Elogio de las familias sensatamente imperfectas, de Gregorio Luri, uno de nuestros mejores y más sensatos expertos en la educación y sus problemas.

2. Historias

Atractivo, como casi siempre, el programa otoñal de Crítica (Planeta). Se anuncia para septiembre, por ejemplo, la monumental (la edición inglesa tiene 850 páginas) síntesis de Richard J. Evans La lucha por el poder. Europa 1815-1914, en la que el gran historiador del Tercer Reich analiza la construcción del mundo moderno, desde la Restauración posnapoleónica a la Primera Guerra Mundial; y en noviembre llegará a las librerías El Holocausto, de Laurence Rees, que ha sido recibido muy elogiosamente por la crítica británica y estadounidense. Pero la gran sorpresa está, sin ninguna duda, en la publicación (octubre) de España en democracia, 1975-2011, que forma el tomo X (de los XII que la componen) y completa la Historia de España dirigida por Josep Fontana y Ramón Villares, que comenzó a publicarse hace más de una década. El nuevo volumen, esperado con impaciencia, estaba encargado a Santos Juliá, y así figura en el cataloguillo incluido en los tomos anteriores. Ahora, por fin, toda esta larguísima historia de la Historia ha terminado, pero con una sustancial variación: España en democracia está firmado por el catedrático de Santiago Xosé Manoel Núñez Seixas, que ha contado con Lina Gálvez y Javier Muñoz Soro para completar la visión de conjunto del complejo periodo del que se ocupa. Claro que tal vez —solo tal vez, especulo— exista una explicación para todo, incluyendo el retraso. Juliá y Fontana —el director de la publicación— son dos grandes (e influyentes) historiadores con visiones, digamos, bastante diferentes de la historia de España contemporánea y de sus problemas, algo evidente para quien les siga en los libros y en los medios. Y, encima, para completar el cuadro, compruebo que en la programación de Galaxia Gutenberg para octubre figura anunciado un libro titulado La transición, a cargo de (¡chen, tachén!) Santos Juliá. De modo que: verde y con asas, alcarraza.

3. Una vida

En las últimas semanas Salamandra, la editorial independiente —pero de tamaño más que mediano— fundada por Sigrid Kraus y Pedro del Carril, me ha proporcionado dos satisfacciones. A principios del verano me lo pasé la mar de bien leyendo En un país extraño, de Charles Cumming, un estupendo thriller de espionaje multinacional que se publicó en la serie Black, dirigida por la canadiense (afincada en Barcelona desde hace un cuarto de siglo) Anik Lapointe, una auténtica experta en la moderna novela de intriga, como ya demostró cuando dirigía la Negra de RBA; allí fue, precisamente, donde publicó El sexto hombre (1911), la quinta novela de Cumming, cuya trama hacía referencias a la época de los “cinco de Cambridge”. Por cierto, uno de mis libros preferidos de John Banville (con permiso de Rodrigo Fresán) es El intocable (1997; Anagrama), un apasionante roman à clé en torno a la figura de Anthony Blunt, uno de mis traidores favoritos. La otra satisfacción salamandresca nada tiene que ver con la novela de intriga, sino con una de las principales “apuestas” de la editorial para la rentrée: Toda una vida, una nouvelle (140 páginas) del actor austriaco Robert Seethaler. Se trata de la historia —nada heroica, sino más bien banal— de Andreas Egger desde que llega como huérfano a una aldea en los Alpes hasta su muerte. A lo largo de casi 80 años, Andreas, un hombre taciturno, estoico y de buen corazón, trabaja, ama, sufre, observa cómo llega el progreso depredador en forma de teleférico a su adorada montaña, va a la guerra (y es capturado por los soviéticos) y regresa a su terruño. Y nunca se queja. Un hombre bueno, en el buen sentido de la palabra, como diría Vallejo. Y todo contado en una prosa económica y sobria, aparentemente “sin estilo”, como quería Flaubert. Una historia de amor, pérdida, fracaso y triunfo. Un libro que gustará y —estoy seguro— será discutido en muchos clubes de lectura.

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