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San Sebastián de los Reyes

Digna despedida de los ruedos de Ortega Cano, que paseó dos orejas

Sus tres hijos le cortaron la coleta al final de un festejo cargado de emoción

La hija del diestro José Ortega Cano, Gloria Camila, le corta la coleta en el festejo taurino celebrado esta tarde en San Sebastián de Los Reyes (Madrid).
La hija del diestro José Ortega Cano, Gloria Camila, le corta la coleta en el festejo taurino celebrado esta tarde en San Sebastián de Los Reyes (Madrid).Paco Campos (EFE)

Ortega Cano se despidió definitivamente de los ruedos en la localidad madrileña de San Sebastián de los Reyes, con una actuación más que digna que le valió para cortar dos orejas y triunfar junto a Miguel Ángel Perera y Alejandro Talavante, aunque los tres rehusaron salir a hombros.

Con dos tercios de entrada, se lidiaron toros de Núñez del Cuvillo, desiguales de presentación, nobles y muy manejables en conjunto.

Ortega Cano, que sustituía a Morante de la Puebla: media muy caída con derrame (oreja); pinchazo, otro hondo y descabello (oreja).

Miguel Ángel Perera, que sustituía a José María Manzanares: estocada trasera y caída (dos orejas); pinchazo y bajonazo (oreja tras aviso).

Alejandro Talavante: gran estocada (dos orejas); media atravesada y dos descabellos (oreja).

Al finalizar el paseíllo se guardó un minuto de silencio en memoria de Dámaso González. Y nada más concluir la tarde los hijos de Ortega Cano procedieron a cortarle la coleta, en señal de retirada definitiva de los ruedos.

Es verdad que Ortega, aparentemente, no estaba para reaparecer a los 63 años. La intervención de corazón a la que fue sometido hace pocos meses no jugaba a su favor. También el tiempo de inactividad y sus propias losas personales podrían pesarle a la hora de resolver en la cara del toro.

Pero no. Ortega, dentro de sus limitaciones, resolvió con mucha dignidad el reto, con momentos extraordinarios ante un lote de lo más dulce, con el que estuvo francamente bien. Y es que Ortega Cano ha sido un torero con mayúsculas, una gran figura del toreo en los 80. Un hombre que siempre dio la cara. Su piel tatuada de cicatrices lo demuestra. Y encumbrado gracias a sus encomiables aptitudes en la cara del toro, lo que le llevaron a conseguir innumerables triunfos en plazas y ferias de postín.

Ortega se enfrentó a un primer toro bueno y dócil con el que firmó algunos muletazos sueltos de buen corte dentro de una labor sin alharacas y que sorprendió a todos por la seguridad y quietud que mostró. Cortó una oreja que paseó junto al pequeño José María, al que se le vio disfrutar de la mano de su padre.

Campiñero se llamó el toro de la despedida, un animal más fuerte que sus hermanos, con el que se volvió a ver un Ortega Cano totalmente entregado. El brindis a su familia dio paso a una faena sensacional por el empaque, el gusto y la torería que demostró.No importó el fallo a espadas y le concedieron otra oreja. Merecido colofón a una tarde soñada y a una trayectoria incuestionable.

Pero la emoción en el ambiente se respiraba mucho antes de que diera comienzo la función. Como cuando hizo acto de presencia solo antes del paseíllo. Sus compañeros aguardaron en el túnel de cuadrillas mientras Ortega alzaba su montera el cielo rodeado de un corro de fotógrafos. También la ovación que el público le tributó antes de salir el primer toro, o los brindis de sus dos toros: el primero a sus vecinos de "Sanse" y el del adiós a su familia.

Precisamente fueron sus hijos, José Fernando, Gloria Camila y el pequeño José María, los que, al finalizar la tarde, hicieron acto de presencia en el ruedo para llevar a cabo el ritual del corte de coleta, símbolo en el toreo del adiós definitivo.

Las lágrimas de emoción sobre el albero se fusionaron con una gran ovación por parte de unos tendidos que se sumaron a este merecido homenaje de despedida, al que también se unieron sus dos compañeros de cartel.

Perera desorejó a un segundo noblote y facilón, al que pegó pases y más pases por uno y otro pitón en una faena que concluyó entre los pitones. Más templado y reunido se mostró con el quinto, al que instrumentó una faena de largometraje en la que hubo momentos de cierta enjundia sobre ambas manos. Faltó rotundidad con los aceros, pero sumó otro apéndice más.

Talavante no se quedó atrás. Su primero fue también un animalito muy noble, con el que se recreó en una faena en la que no faltaron arrucinas, faroles, luquecinas, bernadinas y otros alardes que aderezaron una faena pulcra en lo fundamental. En el sexto, en el que cayó lesionado el subalterno Valentín Luján, volvió a rayar a gran altura y dibujó muletazos sensacionales.

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