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Camela y el petardeo de las fiestas de pueblo

El grupo madrileño cierra la 20ª edición del Sonorama Ribera con un concierto ante 8.000 personas

Fernando Navarro
El cantante de Camela, en el concierto de anoche en el Sonorama.
El cantante de Camela, en el concierto de anoche en el Sonorama.Paco Santamaria (EFE)
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Sonorama Ribera se ha caracterizado por su apuesta por la música española desde su creación hace 20 años, pero de un tiempo a esta parte también por llamar la atención a propios y extraños al programar artistas impensables en cualquier otro festival: Raphael, el Dúo Dinámico y ahora Camela. Decisiones vistas como boutades por unos y como aventuras necesarias por otros, pero siempre generando una atmósfera de debate intenso. En la madrugada de ayer, sobre las 1.40, con casi dos horas de retraso, Camela cerraron el Sonorama Ribera con una fiesta inusual, bajo esos ritmos de electropop cañí, que aportó más polémica a su programación.

El concierto fue en el camping del certamen, un complejo que levantaba una polvareda incómoda y donde se congregaron cerca de 8.000 personas para comprobar hasta qué punto este grupo debía de estar en la gran cita de la música indie española. Pero, más allá de cualquier debate examinatorio, tenían al público ganado de antemano. La inmensa mayoría de jóvenes que apuraban la fiesta del festival animaron con ganas el cotarro de Camela, que salieron al escenario tras los notables conciertos de Nunatak y Tachenko, dos formaciones de pop que nada tienen en común con la tecno-rumba que reinó en el broche final del Sonorama.

Salidos del madrileño barrio de San Cristóbal de los Ángeles, Dionisio Martín y María de los Ángeles Muñoz, líderes de Camela, no se arrugaron ante la expectación generada en torno a ellos. Enchufaron bien altos sus sintetizadores y vestidos con camisetas donde se podía leer el nombre de Camela, pidieron fiesta a todo el personal con canciones de su último disco, Me metí en tu corazón. Si quieres quédate, No pongas riendas al corazón o Di que no me mientes llevaban ese ritmo machacón que tanto les ha caracterizado. Funcionaba como funciona el petardeo en las fiestas de los pueblos, de una forma efectiva y simple, por ocasiones simplona por la repetición de códigos sonoros: bases tozudas que no diferenciaban unas composiciones de otras. Como si todo fuera una misma canción de fuegos artificiales. Y, sin embargo, no importó. Al contrario. Pareció ser el mejor de los mundos posibles ante la chavalería del camping.

Se impuso el ambiente de fiesta de pueblo, ese aire de alegría desenfadada. La frikada Camela, tal y como se definió por parte de los desconfiados en las semanas previas a la celebración del festival, fue todo un derroche de rumba electrónica de vuelo bajo que alcanzó sus mejores cúspides de comunión con la gente con Cuando zarpa el amor, Sueño contigo, Corazón indomable y, sobre todo, Lágrimas de amor, canciones todas ellas propias de los bares, mercadillos y plazas en las fiestas de los pueblos españoles. Más allá de grupos indies y otras propuestas tan  celebradas por la crítica musical española y un público inquieto, España también es esto. Y no solo eso: lo cañí tal vez sea la verdadera marca España, y Camela un grupo de una calidad sonora de tabla baja pero que da a la gente el petardeo de baja pasión que todo el mundo guarda. En el Sonorama, a altas horas de la madrugada, quedó demostrado.

Justo todo lo contrario es Depedro, el grupo liderado por Jairo Zavala, uno de los músicos con un bagaje musical más ecléctico e interesante del panorama español. A las 15.00 de ayer, domingo, en una de los plazas de Aranda de Duero y bajo un sol de justicia, Depedro ofreció una actuación sobresaliente bajo esa mezcla de géneros tan singular, que lleva al rock a límites del tex-mex y otros sonidos fronterizos latinoamericanos como la ranchera o la cumbia. Canciones como Nubes de papel o Llorona, interpretadas ayer con una energía prodigiosa, son algunas de las composiciones que hacen de Depedro una banda valiosísima para señalar la distinción sonora en una escena española que a veces peca de los mismos patrones de pop-rock indies. El Sonorama, que ya ha cerrado su 20 edición, queda ilustrado en esas orillas tan lejanas como Camela y Depedro. El festival es a día de hoy toda esa combinación de pasiones. Guste o no guste.

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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

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