La Bienal de Venecia entra en su recta final con montajes de gran calado
Anna-Sophie Mahler justifica su eclecticismo con su irónico acercamiento a Wagner
La Bienal del Teatro veneciana entra en su recta final con llenos diarios en los teatros del Arsenale y bajo un calor calificado por meteorólogos y lugareños como feroz y casi inédito. Hay una efervescencia que la transmite el programa mismo, con sus intenciones muy claras. Antonio Latella, el director artístico, ha acertado en su debut. Buscaba acercar a los jóvenes, mantener motivada a la casi siempre rigurosa pero impredecible crítica teatral italiana y, sobre todo, sentar las bases de una etapa totalmente nueva que no oculta el intento de sellar las heridas, estéticas y funcionales, de la gestión anterior. Un programa dedicado a mujeres directoras ya planteaba retos complejos en sí mismo. Latella explica a EL PAÍS: "Ya en el cartel pongo regista [Director] a secas, libero del género al término y al reclamo, le quito intencionalmente el artículo y la personalización femenina. La creación no es genital". Y ahonda en el rol de las mujeres en este sector: "Las directoras gestionan mejor que los hombres la comunidad, el grupo; y en ellas, cuando hay ese don, está también de manera notoria la capacidad de anticipación. Pensemos cuando a Pina Bausch se la pitaba implacablemente a la hora de los saludos".
Tras el debut de las dos directoras italianas seleccionadas, Maria Grazia Cipriani y Livia Ferracchiati, cada una con tres espectáculos diferentes (esto formaba parte del ideario del programa: "Hay que dejar ver bien el proceso creativo y la evolución de la personalidad de las directoras y, para eso, un espectáculo no basta", sentencia Latella), le ha tocado el turno a Anna-Sophie Mahler con su divertimento en formato de pastiche sobre Tristan e Isolda, un relato fragmentado de su "experiencia catártica" como asistente de Christoph Marthaler en Bayreuth. Relata la propia Mahler que el director vino las primeras veces, y luego, durante seis temporadas, la joven Mahler se enfrentó sola año tras año a la reposición del título wagneriano en aquel templo; así estableció una comunicación ambigua con Wagner y el propio Bayreuth.
Esta semana de cierre (del 6 al 9 de agosto) también se verán las piezas al alimón de Suzan Boogaerdt y Bianca Van del Schoot, además de las creaciones de Claudia Bauer, y aún resuena la aceptación y el impacto que tuvo en todos la obra NO43 Konts, que dirigió Ene-Liis Semper junto a Tiit Ojasoo, con su potente suelo de fango y sus referentes transversales a la danza-teatro alemana.
Las tres últimas jornadas (del 10 al 12) estarán dedicadas al College, con prometedoras sesiones como los dos maratones de piezas breves interpretadas y creadas por los jóvenes, anunciados con una duración superior a las seis horas. Esas performances comenzarán en la tarde y se extenderán más allá del umbral de medianoche. El College, como apunta Latella, versa sobre una idea central con un tema que exhibe cierta fascinación a la vez que rechazo y polémica: mujeres creadoras, artistas, que estuvieron activas en la segunda mitad del siglo XX, suicidas (Latella lo expresa así: "Con una lupa, agrandar, ver algo, alguna cosa que se hubiera mantenido escondida o que se hubiera querido mantener en silencio"). Cada maestro del College fue invitado a escoger una de estas artistas. Por poner algunos ejemplos, Simone Derai seleccionó a Marilyn Monroe (1934-1962); la francesa Nathalei Béasse a Jean Seberg (1938-1979); Letizia Russo a la enigmática escritora Unica Zürn (1916-1970); y Anna-Sophie Mahler a la bailarina y escritora rumano-suiza Aglaja Veteranyi (1962-2002), una existencia dramática y llena de meandros.
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