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Retorno a Robert Mitchum

Hoy, 6 de agosto, se cumple un siglo del nacimiento del actor de ‘La noche del cazador’, uno de los símbolos del Hollywood más vibrante y canalla

Elsa Fernández-Santos
El actor Robert Mitchum, en Los Ángeles en 1956.
El actor Robert Mitchum, en Los Ángeles en 1956.Getty Images

Cuando Robert Mitchum recibió, en 1993, el premio Donostia del Festival de Cine de San Sebastián se definió con una ráfaga de datos secos, una declaración propia del hombre inmutable que encarnó dentro y fuera de la pantalla: “Mido 6 pies de altura [1,82 metros], peso 184 libras [83 kilos], he hecho 40 o 50 películas y cuatro o cinco obras de teatro, y he sobrevivido”. Años antes, ante una incauta pregunta sobre su método de actuación, el lacónico Mitchum lanzó este otro célebre disparo: “Solo tengo dos estilos de actuación: con o sin caballo”.

En efecto, con o sin caballo, Mitchum ha sobrevivido. Un siglo después de su nacimiento, un 6 de agosto de 1917, en Bridgeport, Connecticut, y 20 después de su muerte, por un cáncer de pulmón, el 1 de julio de 1997, en su casa de Santa Bárbara, California, el gesto irónico de Mitchum se mantiene en el Olimpo de la historia del cine. Entre ese medio centenar de películas que el actor metía en el frío saco de los números se encuentran algunas tan inolvidables como Retorno al pasado (1947) de Jacques Tourneur, Cara de ángel (1952) y Río sin retorno (1954), ambas de Otto Preminger, o La noche del cazador (1955), la obra maestra del actor británico Charles Laughton que hizo inmortales sus nudillos tatuados. Una película de género único que lo convirtió en icono del malo seductor. Si el demonio fue alguna vez un tipo arrebatador fue en la piel del predicador que él interpreta en esta película rodeada de leyenda: un fracaso que enterró la carrera como director del genial y atormentado Laughton, que fue repudiada e incomprendida, desterrada a los sótanos de los estudios por sus productores, hasta que décadas después resucitó con plena justicia poética.

Mirada burlona

Mitchum, sobra decirlo, bordó el papel con su mirada burlona, la de uno de los actores más impenetrables que jamás conoció Hollywood. Una estrella por actitud y por presencia. Un actor de mirada adormecida (su afición a la marihuana le valió más de un disgusto) capaz de resolver por sí solo el significado verdadero de la palabra cool. ¿Que nunca ganó un Oscar? ¿Acaso eso importa? En su libro sobre Humphrey Bogart, el crítico español Manolo Marinero escribió este maravilloso retrato: “Bogie le había aconsejado a Mitchum: ‘No importa de qué se trate la cosa. Sencillamente oponte’. Con su abandono perezoso, su somnolencia irónica, su presencia calmosa, Mitchum ha hecho tanto por el no-colaboracionismo, como lo había hecho antes Bogart con su flacura y energía nerviosa. Ambos representan diferentes modalidades del derecho a la insolencia y distintas aposturas por estar en el secreto de las cosas. Mitchum es la sabiduría en peso pesado y Bogie, la sabiduría en peso ligero”.

Mitchum, en una visita en Madrid, en 1967.
Mitchum, en una visita en Madrid, en 1967.GETTY IMAGES

Mitchum se crio con su madre, una inmigrante noruega. Su padre había muerto en un accidente ferroviario. Por su sangre corría sangre escocesa, irlandesa e india. Fue su madre quien le aficionó a la poesía. Era un chico sensible, pero conflictivo. A los 16 años ya estaba en California buscándose la vida. Trabajó de minero, estibador, portero, tendero, boxeador… pero fue su porte de vaquero la que le valió la primera oportunidad como actor. Casado durante 57 años con Dorothy Mitchum, madre de sus tres hijos, le persiguió la fama de juerguista y mujeriego. Con él llegó el escándalo en 1948, cuando fue arrestado por posesión de marihuana junto a una amiga suya, Lidia Leeds, y tuvo que pasar tres meses en prisión. Las fotos tanto del juicio como de su salida de la cárcel demuestran el duro mármol del que estaba hecho. El suceso no pareció afectarle. Cuando salió, su popularidad incluso había crecido. Howard Hughes compró a David O. Selznick su contrato, y su carrera se propulsó.

Los adictos al rostro del guapo actor esperan desde hace tiempo que salga a la luz el documental que prepara sobre su figura el fotógrafo estadounidense Bruce Weber, cuyo Let’s Get Lost, sobre el músico Chet Baker, solo hace prever otro bocado de belleza en blanco y negro. El título, Nice Girls Don't Stay for Breakfast (Las chicas buenas no se quedan a desayunar) recoge una balada de Julie London. Mitchum, polifacético, también apostó por una carrera musical. En la portada de su disco Calpyso is Like So (1957) el actor/cantante aparecía, sobre un fondo de reminiscencias afrotropicales, sentado en una mesa con una copa en la mano y flanqueado por una morena de traje rojo y una botella. Su mayor éxito musical, sin embargo, llegó un año después, en 1958, con el tema La balada de Thunder road, sobre un chico de la montaña dedicado al contrabando de alcohol.

La película inédita de Weber reúne horas de charlas, canciones y tabaco con un actor que siempre hizo gala de cierta desgana interpretativa, para cuya justificación poseía una batería de frases memorables: (“Solo tengo tres expresiones, mirada a la izquierda, a la derecha y de frente”). Esa forma coqueta y elegante de plantarse en la vida, impávido, sin esfuerzo, capaz de contener no se sabe muy bien cómo ni dónde todos y cada uno de sus sentimientos. En sus memorias, la actriz Shirley MacLaine le describió así: “Se veía a sí mismo como un tipo duro, nacido para estar solo, de esos que solo esperan de la vida que no se les caiga el techo encima”. En su centenario, la figura de Mitchum sobrevive con el aroma de aquel viejo Hollywood de frases redondas, canalla y vibrante.

“Soy capaz de cualquier cosa”

En los años setenta, Robert Mitchum interpretó en dos películas al famoso detective de Raymond Chandler, Philip Marlowe. En Adiós, muñeca (1975) y en un nuevo remake de El sueño eterno (1978), que en España se tituló Detective privado. En ambos casos, y pese a tener de pareja en la primera a Charlotte Rampling, Mitchum se situó por encima de la película. Forjado en el cine negro y acostumbrado al papel de antihéroe, aportaba, además, edad al personaje.

El actor, que rondaba entonces los 60 años ya poseía ese aire cansado y crepuscular de sus últimos años. Harto de que lo encasillaran en papeles siempre parecidos, una vez afirmó: “No me importa el papel que me ofrezcan. Yo puedo interpretar desde homosexuales polacos a mujeres, pasando por enanos de circo. Soy capaz de cualquier cosa”.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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