Pixies reformulan su leyenda en el Low Festival
El veterano cuarteto de Boston modula sus clásicos combinando electricidad y pulso acústico
Vayamos con lo obvio: la interminable gira en la que Pixies llevan inmersos desde hace 13 años sustentará una tranquila y más que merecida jubilación, pero difícilmente servirá para preservar el aura de su leyenda. Pocas cosas contribuyen más a la fosilización del repertorio más insigne que ese ritual de lo habitual que supone su sobreexposición, su ventilación noche tras noche en las plazas más insospechadas que uno pueda imaginar. Eso es algo que los de Boston deben asumir más que de sobra, y encajar con naturalidad en estos tiempos de rock museístico, en los que cualquier colección de piedras angulares del rock alternativo —y la suya es capital— queda sometida al escrutinio público cual si fuera una colección de arte itinerante.
Que esas canciones emerjan cada noche como piezas inanimadas, pálido reflejo de lo que una vez fueron, o como entes aún vivos y dotados de vigencia, ya recae en el debe de sus creadores. Y es en este punto donde vamos a la lectura menos obvia: su concierto de anoche, viernes, en Benidorm, en un recinto con 25.000 personas y todos los abonos del fin de semana ya vendidos, acabó deparando la versión más intrincada y serena de su singular universo sonoro, cuajando mejor cuanto más se distanciaba de su adrenalínica, intransferible y volcánica relectura del hardcore yanqui, y se explayaba en medios tiempos y letanías como Havalina, Blown Away o Ana, algunas de ellas surcadas por el influjo del surf rock. Quién iba a decir hace unos años que esas canciones funcionarían tan bien en directo. Y es que prácticamente se vio a dos bandas distintas.
La de la primera mitad de concierto, expeditiva y entrando a degüello pero aquejada de cierta falta de punch en sus guitarras eléctricas, y la de la segunda, más matizada y con el acelerador levantado, demostrando que el rodaje les ha hecho músicos más diestros, con las cuerdas de Joey Santiago a pleno rendimiento y Black Francis luciendo acústica. En cualquier caso, poco reprochables ambas versiones, aunque hayan tenido faenas más lucidas.
Partamos de la base de que pocas bandas en este mundo pueden permitirse empezar la noche por el final y terminarlo por el principio, como fue arrancar con el cierre de su obra maestra (Gouge Away, puntilla del magistral Doolittle) y echar el telón con una cara B que solía abrir sus conciertos de principios de los 90, Into the White. Eso explica la magnitud y versatilidad de un cancionero que sigue siendo su mejor baza, despachado sin miramientos por cuatro tipos a los que siempre ha sido más fácil imaginar de compras en el Wal Mart que dando brillo al Salón de la Fama del Rock and Roll. Esa forma tan básica y austera, sin alharacas, de descerrajar clásicos como Debaser, Wave of Mutilation, U Mass, Ed is Dead o Vamos (lo mejor de la noche), plagados de metáforas sexuales y religiosas, embutidas en melodías talladas en un molde único, repleto de desarrollos teóricamente inasibles, sigue siendo su mejor activo. Hay quienes les consideran una sombra de lo que fueron, pero sus conciertos siguen siendo sólidos. Y su producción reciente, prácticamente testimonial (Classic Masher, All I Think About Now), tampoco desentona de la forma en que lo hacía Indie Cindy (aunque cayó Snakes). Son rentistas que no deslucen su legado, y a eso, que no es poco, es a lo que conviene agarrarse.
A lo largo de la noche destacaron también las actuaciones de Roosevelt, La Casa Azul, Biznaga y, sobre todo, la infalible batidora rítmica de los !!! de ese coloso escénico que es el infatigable Nic Offer. Esta noche, sábado, serán Franz Ferdinand los protagonistas principales de la segunda jornada del Low.
Babelia
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