Los exiliados del tiempo
Mark Lilla analiza en su ensayo 'La mente naufragada' el pensamiento reaccionario, tradicionalmente mucho menos estudiado que su equivalente revolucionario
La carta de presentación de Mark Lilla en España fue Pensadores temerarios, donde exploraba la fascinación de algunos pensadores del siglo XX por los regímenes totalitarios. Era un libro muy original, organizado a través de estampas biográficas que, en ocasiones, abordaban episodios poco conocidos de la historia intelectual europea. La mente naufragada no es exactamente una prolongación de aquel trabajo, pero es coherente tanto con su motivación como con su método argumentativo. En esta ocasión, Lilla —un liberal humanista heredero de Isaiah Berlin— explora distintas estribaciones del pensamiento reaccionario desde el periodo de entreguerras hasta hoy. De nuevo, no es una historia con pretensiones de exhaustividad, sino un collage de lecturas que, no obstante, acaban encajando con coherencia.
La mente naufragada comienza señalando, con toda razón, que la reacción política es un fenómeno manifiestamente infrainterpretado —justo al contrario de lo que ocurre con la revolución— y, por eso, a menudo se toma a los reaccionarios por conservadores, residuos tradicionalistas de un pasado remoto. Es un error, los reaccionarios son “exiliados del tiempo”, están poseídos por una pasión política típicamente moderna, de ahí la intensidad y la radicalidad de su denuncia de la traición de las élites y su miedo a una nueva era oscura. El espíritu reaccionario ni siquiera necesita una revolución a la que oponerse porque la modernidad misma es un tiempo de permanente cambio e inestabilidad.
Aunque La mente naufragada es inequívocamente crítica con el pensamiento reaccionario, evita el tono apocalíptico de buena parte de la literatura reciente sobre el populismo. Los tres primeros capítulos están dedicados a sendos pensadores europeos de mediados del siglo pasado: Franz Rosenzweig, Eric Voegelin y Leo Strauss. La selección es peculiar. Se trata de reaccionarios sutiles y poco dogmáticos y Lilla analiza su obra con empatía. Así, en el caso de Strauss, distingue cuidadosamente sus teorías políticas originales del uso espurio que han hecho de ellas sus epígonos estadounidenses afines a la derecha neoconservadora.
La sección central, titulada ‘Corrientes’, se ocupa de dos movimientos filosóficos recientes con los que Lilla se muestra mucho más ácido. En primer lugar, ‘De Lutero a Walmart’ es una exploración de las corrientes comunitaristas teoconservadoras que, tomando como inspiración las tesis neotomistas de Alasdair MacIntyre, han tenido un importante impacto en el mundo anglosajón. El segundo capítulo de esta sección, ‘De Mao a San Pablo’, es aún más duro y está dedicado a atacar la entusiasta recepción entre la izquierda intelectual europea de la obra de Carl Schmitt, un nazi convencido, y la aún más exótica popularidad de los textos de san Pablo entre esas mismas filas. En particular, Lilla centra sus críticas en Alain Badiou y su teoría de la revolución como “acontecimiento” teológico-político.
La tercera parte, ‘Acontecimientos’, analiza las reacciones tras los atentados islamistas de enero de 2015 en París: por un lado, la nostalgia criminal de los terroristas por un pasado musulmán imaginario; por otro, el fatalismo de los reaccionarios franceses, que interpretaron los crímenes como un síntoma de la decadencia de la República. En concreto, Lilla disecciona las intervenciones xenófobas de Éric Zemmour y propone una lectura muy sugerente de Sumisión, la novela de Michel Houellebecq. El volumen se cierra con una recapitulación más general sobre el extraño atractivo quijotesco de la nostalgia política, cuyo fundamento es nuestra tendencia a quedar atrapados en una forma de pensamiento mágico que divide el pasado en épocas discretas y coherentes que, así, creemos añorar.
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Autor: Mark Lilla. Traducción de Daniel Gascón.
Editorial: Debate (2017).
Formato: versión Kindle y tapa blanda (160 páginas).
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