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Feria de Julio de Valencia

Un gran Manzanares conquista la tarde ante un alegre toro de Cuvillo

Sebastián Castella y Ginés Marín también cortaron una oreja cada uno

Un gran Manzanares en el quinto. Hubo revancha en este toro, tras el fiasco del segundo. Y a lo grande. Toreo de empaque. De gran contenido la faena. Combinada sobre ambas manos. Vio Manzanares a ese buen toro nada más salir. De recibo un buen capote a la verónica, cerrada la serie con media. En el quite, por chicuelinas y otra media enroscada. Por si faltaba ver al toro, Marín también quitó por saltilleras con el toro entregado. Con la muleta llegó el toreo grande de un Manzanares convencido. Pronto el toro y alegre; pose y poso en el toreo del alicantino. Suavidad en el toreo sobre la izquierda y firmeza sobre la mano derecha. La balanza equilibrada por ambos pitones. Manzanares llenó la escena, con el toro y sin el toro. Empaque siempre. El buen Cuvillo hizo amago de rajarse, pero para entonces todo el pescado estaba vendido. Recursos sobre la marcha, como un molinete a una mano o una trincherilla muy torera, con el toro ya metido en terrenos de toriles. Gran obra del alicantino. Faltaba el colofón: una buena estocada, a recibir, perdiendo muleta, y un volcán la plaza con Manzanares. Triunfo rotundo. Sin paliativos. Sinfonía completa.

El segundo de la tarde, de muy finas puntas, hizo un renuncio a la lidia casi de entrada. Al relance le castigaron fuerte en el primer puyazo y a partir de ahí ya fue menos toro para los restos. Sin remate en el viaje, corto al final del muletazo, fue imposible arrancar faena aunque sí la música, sin sentido alguno. Manzanares lo pasó pulcro, autosuficiente. No había para más.

El toro que abrió la corrida, un hermoso colorado ojo de perdiz, fue un buen toro. Un excelente toro, en fin, que pasó sin decir ni pio por el caballo de picar. Nada nuevo bajo el sol. Pero se entregó sin condiciones a la muleta de Castella. Estatuarios de entrada, con un vientecillo que molestó una pizca, el pase del desprecio y el toro a los medios. Rendido a la muleta, Castella puso actitud. También un toreo algo mecánico, con pérdida de pasos al final de cada encuentro. Poco ajuste en todo. Con la faena casi hecha, una serie por la derecha tuvo más logro con el toro muy metido en la panza de la muleta. Fue lo mejor de una faena que acabó con los clásicos parones de aguante, el toreo de cercanías, el consabido circular invertido y un desplante despreciando la muleta. La espada quedó baja y trasera, mas no importó para que hubiera premio ante la petición del pueblo.

El cuarto toro se acabó antes de hora. O tenía su hora prevista para echar la toalla. Dos cambiados por la espalda, con otros banderazos intercalados, preludiaron una faena que tuvo un par de series ligadas sobre el pitón diestro. También ligeritas. Noblón el toro, aún aguantó otra serie con la izquierda. Pero fue el final anunciado de un toro que ya no daba para más. Todo acabó sin color ni sabor, aunque la buena estocada que esta vez recetó Castella despertó al respetable que reclamó como loco un premio para el torero francés. Por esta vez, el palco mostró seriedad. Menos mal.

CUVILLO / CASTELLA, MANZANARES, MARÍN

Toros de Núñez del Cuvilo, justos de presencia aunque ofensivos y astifinos, de buen juego en general; apenas castigados en varas.

Sebastián Castella: estocada baja y trasera (oreja); buena estocada (saludos tras petición).

José María Manzanares: media estocada (silencio); estocada perdiendo la muleta (dos orejas).

Ginés Marín: estocada _aviso_ (saludos tras petición); estocada (oreja).

Plaza de Valencia, 21 de julio. Segunda de Feria. Tres cuartos de entrada.

A Ginés Marín se le vino abajo demasiado pronto el tercero. Apuntó cosas buenas ese toro de salida, pero a poco de comenzar Marín con la muleta se quedó en promesa incumplida. Marín, torero en estado de gracia, le anduvo muy superior. Por alto y de costadillo comenzó. Una serie con la derecha logró calar y una segunda también, aunque fue con el último esfuerzo del toro. Desde ese momento la faena, sin entrar en declive, fue otra cosa. Más pantalla, más galería. Llegaron las cercanías, los alardes cerca de los pitones, con un toro que apenas había durado dos series. Las manoletinas, a toro parado, pusieron el cierre. Mató Marín de una buena estocada, pero esta vez la presidencia no midió la petición como en el toro que abrió plaza.

En corrida capicúa de capas, cerró otro colorado ojo de perdiz. Mantenido entre alfileres siempre, pero con fondo suficiente como para aguantar una larga y densa faena de Ginés Marín. La frescura y el desparpajo de un torero joven. Con hambre de toro. Blandito el toro desde el principio, lo entendió bien Marín. Sin agobios. Dejando respirar a un flojo astado con buen fondo de armario. A la media distancia, la que pedía el toro, lo llevó Marín con mucha actitud y decisión. Lo de más brillo, dos series con la izquierda a pies juntos. A medio pecho una; casi de frente la segunda. Con el de Cuvillo pidiendo la hora y encerrado en tablas, hubo recursos de galería, como un desplante provocativo sin muleta ni espada. Y decisión también a la hora de matar: otra buena estocada y, sin puntilla, el toro patas arriba.

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