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Bailando en el vacío

Los espectáculos como el que costó la vida a Pedro Aunión en el Mad Cool desafían la gravedad pero siempre minimizando el riesgo. ¿Qué puede fallar cuando todo está sujeto a medidas de seguridad extremas?

Raquel Vidales
'Blending (in the air)', espectáculo de La Fura dels Baus estrenado en 2015.
'Blending (in the air)', espectáculo de La Fura dels Baus estrenado en 2015.Alfons Sitjà

Espectaculares saltos de esquí para inaugurar una pista de nieve en un centro comercial. Cabriolas de parkour para animar una convención de empresas. Patinaje acrobático para presentar una nueva máquina de afeitar “superdeslizante”. Más difícil todavía: un partido de tenis vertical en un rascacielos para presentar el Open de Madrid 2011. Hay pocas cosas que los hermanos Carlos y Anna López Infante no hayan podido hacer enganchados a un arnés. Su empresa, Perfodance, lleva más de 15 años creando espectáculos de impacto a medida para empresas, marcas, acontecimientos deportivos, culturales o corporativos. Igual que la de Pedro Aunión, fallecido el pasado fin de semana al caer desde 28 metros de altura cuando ejecutaba una coreografía de danza aérea en el festival de música madrileño Mad Cool.

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¿De qué pasta hay que estar hecho para bailar en las alturas? ¿Qué clase de miedos hay que vencer para saltar al vacío sonriendo? ¿Es este uno de los oficios más peligrosos? “En absoluto. Yo paso más miedo en los miles de viajes en coche que tenemos que hacer. Nadie se tira desde 30 metros sin estar seguro de que está bien enganchado. Sin haber repasado una y otra vez todas sus herramientas. Si no tienes esa confianza, no eres capaz de tirarte”, asegura rotundo Carlos López Infante en una conversación con EL PAÍS. “La seguridad es extrema en este trabajo. Los empresarios no se la juegan y mucho menos los artistas con su propia vida”, insiste.

“Si no estás seguro, el cuerpo se echa para atrás. No es tonto”, coincide Samuel Delgado, fundador junto a la bailarina Mamen Alcázar de una empresa similar, Sacude, afincada en Barcelona. “La mayoría de los que nos dedicamos a esto no solo sabemos hacer acrobacias. Nos hemos preocupado también por aprender cosas técnicas, cuántos kilos puede aguantar una estructura, cómo se hace un nudo. Sabes los riesgos que corres. Quieres ver los materiales con los que vas a trabajar, asegurarte de que están certificados. Y preferimos usar siempre nuestros propios mosquetones. No puedes trabajar si no estás tranquilo”, subraya Delgado.

La emoción de volar

"Una de las grandes satisfacciones que me ha dado este trabajo fue ver la cara de aquellas personas después de colgarse en nuestra red humana a 40 metros de altura", afirma Pera Tantiñá, director de La Fura dels Baus. Se refiere a los discapacitados que han participado en diversas ocasiones en su espectáculo Dreams, creado para los Juegos Paralímpicos de Londres en 2012 como experiencia lúdica y terapéutica. "Si para los profesionales la sensación de altura es un chute de energía, imagínate para lo que puede significar para ellos. Vencer límites que no eran límites, superación personal", comenta.

Tantiñá pone este ejemplo para explicar por qué alguien decide dedicarse a esta profesión. “Una profesión que por otra parte no es nada nueva. Ha evolucionado, somos más sofisticados que los egipcios, pero la motivación es la misma”, recuerda. “Y claro que hay riesgo, pero es que la fascinación por el riesgo existe desde siempre. Hoy queremos trabajar con todas las medidas de seguridad posibles, por supuesto, pero no debemos dramatizar cuando hablamos de esta profesión. Riesgos hay en todos los oficios”, señala. Y remata: “La seguridad es hoy la máxima. Ya casi no hay espacio para la creación. Para el más difícil todavía”.

El perfil de los artistas que actúan en este tipo de espectáculos es muy variado, aunque en todos se observa un elemento común: son polivalentes, lo mismo trabajan en un circo que en una ópera. Algunos vienen de la danza, otros del circo, otros son gimnastas. Sirva de ejemplo la trayectoria de los hermanos López Infante. Riojanos; 52 años él, 50 ella. Su madre era profesora de danza y ellos destacaron en concursos de baile en televisión en los ochenta. Llamaban la atención porque introducían pasos de acrobacia y triunfaron en la época en que estaba de moda el rock acrobático (chico lanza al aire a chica). Después vinieron los contratos en compañías de baile, el Casino de Montecarlo, la Ópera de Frankfurt, Circo Roncalli… Quince años viajando por el mundo hasta que con el cambio de siglo decidieron asentarse en Madrid y montar una compañía. Ya no actúan, solo crean y dirigen sus producciones.

López Infante trae a colación el circo. “El lema del circo siempre ha sido: más difícil todavía. Esa es la emoción que espera el público. También los artistas: la emoción de mejorar, de superar los límites. Como en cualquier oficio. Paradójicamente, en el circo hay pocos accidentes si lo comparamos con otros sectores aparentemente menos peligrosos. ¿Por qué? Es sencillo: en los circos trabajan muchas familias, la seguridad es lo primero. Y además tienen una experiencia y una capacidad logística que yo no he visto en ningún otro sitio. Montan y desmontan cada dos o tres días”, explica. “Hay otros modelos no familiares, como el Circo del Sol, que cuentan con unos medios de seguridad sofisticadísimos. Ahí tampoco hay margen para el riesgo”, aclara.

Y sin embargo, los accidentes ocurren. Acróbatas. Técnicos. Pedro Aunión. En el propio Circo del Sol han muerto varias personas, incluido el hijo de uno de los fundadores. “Por supuesto que ocurren. Como en otros oficios. Pero es que un accidente es precisamente eso: un accidente, algo difícilmente evitable”, comenta Pera Tantiñá, uno de los seis directores de La Fura dels Baus, la compañía catalana de referencia en macroespectáculos aéreos, una auténtica factoría internacional.

Imagen del espectáculo creado este año por la compañía Perfodance para la inauguración un hotel en República Dominicana.
Imagen del espectáculo creado este año por la compañía Perfodance para la inauguración un hotel en República Dominicana.

Tantiña asegura que desde que La Fura empezó a trabajar en los ochenta hasta hoy la normativa se ha disparado. “La burocracia es una locura. Hay leyes estatales, regionales, locales. Lo que es legal en una ciudad es ilegal en otra. Entendemos que todo esto ha mejorado la seguridad, pero también ha multiplicado por 10 nuestros presupuestos”, apunta. “Muchas veces los inspectores saben menos que los artistas y los técnicos. Llevamos años haciendo esto, no somos locos, todas las compañías miran por su seguridad y los contratistas tampoco quieren riesgos. No puede haber ninguna duda, si veo algo raro obligo a parar el espectáculo, por mucho retraso o trastorno que eso suponga. Nadie se la juega”, insiste Tantiñá.

La pregunta sigue en el aire: ¿por qué ocurren los accidentes? “Riesgos indirectos: espacios que no conoces, un suelo mojado de repente, un fallo eléctrico…”, opina López Infante. “A veces en eventos muy grandes tienes que esperar un montón de horas hasta que te toca ensayar, trabajas reventado”, apunta Delgado. “Ponemos todos los medios para que no ocurran. Los riesgos son mínimos, tienen que producirse circunstancias fatales. O simplemente un fallo humano”, concluye Tantiñá.

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Sobre la firma

Raquel Vidales
Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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