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Dos heridos en un vistoso y rápido encierro de San Fermín

Cuatro mozos resultaron contusionados, dos de ellos con traumatismo craneoencefálico

Antonio Lorca
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Dos heridos por asta de toro -uno, en la pierna derecha y otro en la ingle-, y cuatro contusionados -dos de ellos con traumatismo craneal- es el primer balance del séptimo encierro de San Fermín, protagonizado por los toros de la ganadería de Núñez del Cuvillo. Pero a falta de nuevos datos, parece que las cornadas han sido consecuencia de imprudencias de corredores más que de las intenciones manifiestas de estos animales, modelos de nobleza del campo bravo español.

Los animales llegaron a Pamplona con la lección bien aprendida; ellos pertenecen a la alta alcurnia de la tauromaquia actual, toros elegantes y artistas, que no destacan en los ruedos por su fiereza ni especial peligro. Toros guapos, eso sí, bien entrenados, exigidos por figuras y aspirantes a la gloria, y animales asiduos a las más conocidas pasarelas de la alta costura taurina.

No podían faltar en Pamplona, y aquí, en su octavo encierro desde 1995, han vuelto a dejar estela de su buena estela y mejor origen.

Otra vez, como ya es habitual, los cabestros iniciaron la carrera cuando se abrieron las puertas del corrales de Santo Domingo, mientras los cuvillos se arropaban entre sus anfitriones ante la sorpresa matinal de desconocidas consecuencias.

Pero no tardaron en sentirse como en casa. Recordaron, entonces, los mensajes de sus recientes antepasados, y enfilaron la Cuesta con sobradas energía, prueba evidente de sus frecuentes y duros entrenamientos en la dehesa gaditana de Vejer de la Frontera.

Allá que iba, todo ufano, un toro colorao, en cabeza de cabeza cuando se encontró de bruces con un corredor en mitad de la calle que lo miraba de frente, impávido como una estatua. Y se lo llevó por delante, y lo cornéo, como no podía ser de otra manera, y según determinan los genes de los toros bravos, que estos de Cuvillo son bondadosos, pero no tontos. Total, que el mozo despistado ya reposa en el hospital, y se supone que con la lección aprendida: con los toros, aunque sean artistas, no se juega.

Un animal de capa negra fue el primero en alcanzar la curva de Mercaderes y enfiló a toda velocidad la calle Estafeta; pero ningún miembro del grupo parecía dispuesto a dejarse ganar la pelea.

Cinco toros llegaron en manada hasta el tramo de Telefónica, cuajado de gente, como cada mañana, y enfilaron la bajada al túnel del callejón sin más incidencias.

Pisaron el ruedo cuando el cronómetro marcaba los dos minutos y diez segundos, pero los seis de Núñez del Cuvillo se sintieron solos, sin el cuidado de los cabestros, que no habían podido mantener el ritmo, y no supieron qué hacer. Vieron abierta la puerta de los corrales pero prefirieron darse una vuelta por el ruedo hasta que llegaron los guías.

En fin, toros de alta alcurnia.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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