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El debut del tenor germano coloniza las multisalas bajo la maestría del maestro Pappano

Un Otello de cine

Jonas Kaufmann se erige en legítimo heredero del papel más complejo de Verdi

Tuve hace unos días la sensación de teletransportarme. Viajar de Madrid a Londres por el túnel de unas multisalas. Y acabar entre los espectadores del Covent Garden, asistiendo desde una butaca postinera al debut de Jonas Kaufmann como protagonista de Otello.

Se le resistía el papel al tenor germano, y no por falta de idoneidad, sino porque los accidentes y las fatalidades han ido prorrogando el acontecimiento. Parecía una maldición. Daba la impresión de que se le negaba el derecho a heredar el papel.

 Y quería uno asistir a la revelación, viajar a Londres. O, al menos, teletransportarse. Que fue lo que hicimos los espectadores que compartimos la experiencia en los cines. Atraídos por la ópera en sí. Y porque sabíamos que era en directo.

El matiz reviste mucha importancia porque la ópera adquiere entonces su dimensión de acontecimiento efímero e incorpora todos los riesgos. Más todavía en una obra que sorprende al tenor en el trapecio sin haber podido calentarse: "Esultate...".

Sonaba grande y rotunda la voz de Kaufmann. Se le percibía cómodo, imponente en el papel del moro de Venecia. Y se demostraba que ha sido un acierto llegar a la cima de Otello desde su propia plenitud. Un timbre oscuro. Un carisma abrumador. Una línea de canto esmerada. Y una daga veneciana que acuchilla los agudos.

Ha sido Kaufmann un cantante inteligente y paciente. Ha sabido administrarse, neutralizar las tentaciones que se le amontonaron a destiempo. Y ha ido creciendo hasta convertirse en el tenor absoluto, no ya por una versatilidad que le permite compaginar a Verdi, Wagner, el repertorio francés, el desgarro del verismo, los papeles de culto de Strauss y el refinamiento del lied, sino porque el cantante bávaro impresiona en su calidad, en su cualificación.

 Y hacía falta un Otello. Me parece a mí que el trono estaba vacante desde que Plácido Domingo abdicó. Ha encontrado sucesores provisionales, puede que ninguno tan evidente como Gregory Kunde, pero el Otello de Kaufmann corresponde a la cadena dinástica que nos hace acordarnos de Vinay, Del Monaco, Vickers y Domingo.

Es la sensación con la que se marchaba uno del viaje relámpago a Londres. Kaufmann ha dado un nuevo paso hacia adelante. Y ha debido confortarle la clarividencia de Antonio Pappano en el foso, artífice de una versión honda, rotunda, que reviste el lenguaje verdiano de todas sus complejidades vanguardistas.

Siempre me ha parecido interesante la experiencia de la ópera en el cine. No ya por el sadismo del directo o por la tensión acumulada de una función real, sino porque hasta los espectadores que estábamos tan lejos del Covent Garden participábamos de la liturgia de la comunión. Nos sentíamos parte del rito. Y aplaudimos en los pasajes más relevantes, no por convención, sino por convicción.

 Estábamos asistiendo a la reencarnación de Otello.

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