El Metropolitan abre sus puertas a las fotos hechas con móvil
Doce artistas, entre los que se encuentran Laura Poitras, Irina Rozovsky o William Wegman, intercambiaron imágenes durante cinco meses a través de sus teléfonos
Desde que hace una década el teléfono móvil se convirtió en la cámara fotográfica de la mayor parte de la población, la comisaria del departamento correspondiente del museo Metropolitano de Nueva York, Mia Fineman, quiso hacer una exposición con estas imágenes tomadas entre mensaje de texto y mensaje de texto. “Quería hacer algo con ello, aunque me llevó un tiempo pensar cómo hacerlo y ver la perspectiva para enfatizar qué es lo relevante”, explica a EL PAÍS la comisaria.
El auge de la aplicación Snapchat, con sus imágenes que se autodestruyen en 24 horas, fue lo que le dio el empujón definitivo a la comisaria y, entre noviembre del año pasado y abril del presente, pidió a doce artistas de los cinco continentes y curtidos en diferentes géneros que conversaran en parejas a través de imágenes tomadas con sus teléfonos inteligentes. “Finalmente encontré esta idea del diálogo, por la manera que esta aplicación ha hecho que las imágenes sean las protagonistas de la conversación, que hablen. No que sean algo que estará en la web para siempre, sino algo que quieres decir a alguien en ese momento y que luego desaparece”.
Es por eso que el título de esta exposición, que estará abierta hasta el 17 de diciembre, es Talking Pictures (imágenes parlantes) y la respuesta de cada dúo de artistas a la propuesta fue bien diferente. Solo les une la prohibición de compartir las imágenes en las redes sociales antes de que se inaugurara la exposición.
La interpretación quizá más inmovilista fue la de Cynthia Daignault y Daniel Heidkamp, a pesar de que nacieron en 1978 y 1980 respectivamente. Ellos decidieron pintar cuadros con escenas cotidianas de la vida y fotografiarlos. La pared que ocupan parece un Instagram de trazo grueso. Imágenes con un filtro de efecto a veces romántico, a veces realista, otras veces pop, y otras fauvista. La más mimética con la sensación de reality global que producen las redes sociales es la de la india Manjari Sharma y la rusoestadounidense Irina Rozovsky, que descubrieron que estaban embarazadas al empezar el proyecto y retrataron, con el plus artístico de ser fotógrafas reconocidas por su mirada sensible, lo que hacen tantísimas blogueras y gurús de la maternidad en su proceso de gestación. Una aproximación más política y feminista es la de las estadounidenses Nicole Eisenman y A. L. Steiner, aunque para político está el diálogo entre Teju Cole y Laura Poitras, pues en el momento en el que Donald Trump –inevitablemtente muy presente- ganó las elecciones, la periodista vinculada al caso de Edward Snowden quedó muda y no volvió a contestar. Su compañero le enviaba imágenes de flores como consuelo.
“Cada conversación es entre dos personas y eso la hace específica de esas dos personas. Algunas fueron muy estrictas con la idea de un diálogo ordenado, respetando los turnos. Otros fueron más flexibles y a lo mejor un artista enviaba con cinco imágenes y luego el otro una. Fue una conversación de formato libre, como cuando alguien habla durante una hora y la otra persona apenas dice algo”, resume Fineman. Y lo mismo sucede con el soporte y la duración. Algunos, como William Wegman y Tony Oursler (los más “carcamales” entre los elegidos, pues nacieron en 1943 y 1957), hablaron únicamente por vídeo y con un tono muy sarcástico. Pero el abanico entre los artistas comisariados va de diálogos de 45 imágenes y otros de más de 600. Algunos cuelgan en la pared, otros se disfrutan en una pantalla de televisión, en un iPad o en un cuaderno tradicional. Se trata, en definitiva, de entender las múltiples posibilidades de los tiempos. “El gran reto de la exposición era trabajar con un formato joven y que sigue cambiando en su manera de ser utilizado. Corríamos el riesgo de empezar a trabajar en algo que hubiese cambiado demasiado para cuando estuviera terminado”, asegura la comisaria de la exposición que, no obstante, reconoce que la fotografía, como expresión artística basada en la tecnología, siempre vivió perfeccionada y a la vez desestabilizada por el progreso.
Ahora que la exposición ya está en pie, se elimina el veto de compartir en redes. “Por supuesto, queremos que se extienda por cualquier canal”, dice la empleada de un museo que, como tantos otros, miró con recelo en un principio a los visitantes que disparaban el objetivo de forma compulsiva o se armaban con el temido palo selfie. En esta ocasión, la foto de la foto o quizá el Snapchat del Snapchat tenga más sentido (o más ironía) que nunca en esta muestra que dice querer ser más un punto de discusión que de contemplación del arte en sí mismo. Y desde el museo impulsan el hashtag #MetTalkingPictures.
Fineman, que como comisaria de lo mejor de la fotografía del mundo se enfrenta al maremagnum de las imágenes filtradas y retocadas en la pantalla del teléfono, no se amedrenta ante la saturación de oferta: “Creo que hay millones de grandes fotografías allí fuera. En estos tiempos, todo el mundo puede hacer grandes fotos. Lo difícil es hacer 100 buenas fotos seguidas. Los que lo consiguen son los que acaban siendo artistas”.
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