Cuadri, una muy seria decepción
La esperada corrida del ganadero onubense, bien presentada, pecó de mansedumbre y falta de casta
La corrida pudo terminar como el rosario de la aurora y solo la buena suerte impidió que una voltereta acabara en tragedia o que el toro sexto acabara devuelto en los corrales después del tiempo reglamentario. A pesar de todo, el final del festejo fue un espectáculo poco edificante.
Todo comenzó cuando el toro de Cuadri dobló las manos al salir del primer encuentro con el caballo, y dejó claro que, al igual que sus hermanos, estaba corto de fortaleza física. Pero no fue una sola vez, sino hasta tres las que mordió el polvo, lo que encrespó los ánimos del respetable que pidió con sonoridad la devolución, a lo que se negó la presidencia.
El asunto se agravó porque el tercio de banderillas fue un puro desastre, protagonizado por fallos tan repetidos como inexplicables de la cuadrilla a la hora de clavar los palos a un toro de corto recorrido. El presidente aguantó una bronca monumental, pero no dio su brazo a torcer. ¡Como si el toro fuera suyo…!
Cuadri / Robleño, Castaño, Venegas
Toros de Cuadri, muy bien presentados, serios y con cuajo, mansos, descastados y sin fuerzas.
Fernando Robleño: pinchazo y estocada muy baja (silencio); pinchazo y bajonazo (ovación).
Javier Castaño: tres pinchazos —aviso— y cinco descabellos (pitos); pinchazo, estocada y un descabello (silencio).
José Carlos Venegas: media tendida —aviso— y dos descabellos (silencio); —aviso— bajonazo (palmas).
Plaza de Las Ventas. Vigésimo quinta corrida de feria. 4 de junio. Tres cuartos de entrada (18.298 espectadores). Se guardó un minuto de silencio en memoria de las víctimas del atentado de Londres.
Pero lo que son las cosas. El toro le dio la razón al usía. Tomó la muleta el matador Venegas, el animal no volvió a doblar las manos y fue el único de los seis que metió la cara con fijeza y recorrido. Esta buena circunstancia permitió que el torero, muy corto de recursos, se luciera en algunos compases que hicieron albergar una vana esperanza. Sonó un aviso antes de montar la espada, y, en lugar de intentar acabar cuanto antes, decidió dar unas bernardinas, lo que venía a justificar que el joven no tenía las ideas muy claras. Por si faltara algún ingrediente, llegó, a continuación, una espeluznante voltereta, -con probable fractura costal, según el parte médico- de la que se levantó hecho un guiñapo. Montó el estoque y cobró un feo bajonazo que acabó con el toro y con el mal rato del torero.
Este fue el final, pero la corrida completa fue una muy seria decepción porque los toros del respetable y reconocido ganadero Fernando Cuadri solo lucieron una buena fachada; mansos, muy mansos, -bravucones un par de ellos-, inválidos, sosos, descastados, sin recorrido y deslucidos. Un fracaso en toda regla.
Y con tal material, el festejo fue desesperante porque los lidiadores solo pudieron mostrar su buena disposición y su esfuerzo para no salir de la plaza como damnificados.
El primero de la tarde pronto anunció a Robleño que no estaba para muchos trotes; más bien, para ninguno. Era un inválido. Se mantuvo en pie por amor propio, pero no por fortaleza, y la impresión que dio es que agradeció el bajonazo de su matador para cruzar cuanto antes la frontera al otro mundo.
Robleño hizo un gran esfuerzo ante el cuarto, que acudía al cite sin convicción y él lo recibió, de entrada, con escasa confianza. Pero pronto cambió de actitud el torero, hizo acopio de valor y entrega, y exprimió las muy escasas posibilidades de su oponente. Le robó algunos muletazos, y el público, necesitado de algún ingrediente embriagador, se lo agradeció con efusividad. Tanto es así que lo ovacionaron a pesar de que acabó la lidia con otro bajonazo.
Ni tuvo suerte Castaño ni él ha demostrado que atraviese un momento de especial relevancia taurina. En las notas escritas no hay ningún recuerdo relevante. Su primero estaba agotado, no se sabe si de nacimiento o por algún defecto, y pronto dejó de embestir. Castaño pasó apuros con el estoque y, al final, optó por usar el descabello sin que el toro tuviera espada alguna clavada, lo que, por un lado, no es reglamentario, y, además, es poco profesional; y así se lo recriminaron los tendidos. Tampoco tenía un pase el quinto, que le tiraba gañafones al corbatín con expreso deseo de colgárselo del pitón, lo que, por fortuna, no consiguió.
Paradójicamente, su primer toro sirvió para que se luciera el picador Pedro Iturralde, que hizo muy bien la suerte, y saludaran en banderillas Marco Leal y Fernando Sánchez; este último volvió a desmonterarse en el quinto.
Tampoco tuvo opciones Venegas ante el tercero, de muy corto recorrido, que se defendía con celeridad y cumplió en cuanto pudo su amenaza de cazar al de luces. Le propinó un buen revolcón y todo quedó en un desgarro en la taleguilla. El torero optó entonces por montar la espada y no tentar más la suerte.
Babelia
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