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Dos generaciones entregadas a la vanguardia

Tomás Marco y Abel Paúl ganadores de los premios de la Fundación SGAE en 2016, siguen insistiendo en su camino de experimentación, pese a las dificultades

Jesús Ruiz Mantilla
El compositor español Tomás Marco.
El compositor español Tomás Marco.Gorka Lejarcegi

Cuando Abel Paúl nació en Valladolid hace 32 años, Tomás Marco (Madrid, 1942) era ya un consagrado. Había ganado el premio Nacional de Música muy joven, con 27 años y pasado por las aulas de Ligeti, Stockhausen, Boulez, Maderna, incluso conocido la ira de Adorno… Un premio común les une estos días y les será entregado este miércoles: el Montsalvatge para jóvenes talentos que ha logrado Paúl y el Tomás Luis de Victoria –ambos otorgados por la Sociedad General de Autores (SGAE) en el ámbito de la música de vanguardia- para Marco.

Cruzan sus experiencias de compositores españoles en el patio de la institución y convienen en que no muchas cosas han cambiado desde sus respectivas épocas. Ser creador de música en España supone una solitaria lucha en mitad de una llanura, quizás no sorda del todo, pero sí con deficiencias auditivas ante las apuestas más arriesgadas.

Admirable pues el optimismo que, sin embargo, irradian los dos. Anteponen su capacidad de análisis y la conciencia de que con las adversidades, ya cuentan. Que no representan excusa para decaer ni dejar de seguir intentándolo. “Nuestras generaciones son, en gran parte, diferentes, aunque los resultados que consigamos sean parecidos”, asegura Marco. “En mi caso veníamos marcados por nuestros inmediatos predecesores: la generación del 1951. Tuvimos todavía que perfilar una revolución en la música que debía terminar con un nacional tradicionalismo preponderante. Nos tuvimos que quemar ahí para conquistar un lenguaje y un territorio. La ventaja para los más jóvenes es que ese nuevo territorio ya existe”.

El empuje coincidió con la transición y aquel impulso que los políticos de UCD y el PSOE dieron en infraestructuras a nuevas orquestas y auditorios. “Esa gran convulsión y efervescencia fue positiva, incluso la prensa se fijaba en nosotros, aunque no teníamos público. Ahora, ese público, escaso pero real, existe. En cambio, los medios no nos hacen caso”, asegura Marco.

“Nuestra generación es heterogénea. Yo vivo fuera, nos hemos formado y muchos de nosotros trabajamos en el extranjero. Eso es bueno y malo", asegura Paúl

La vanguardia representaba una identidad irrenunciable para quienes hicieron música en España a partir de los años cincuenta. Existió un frente común que ahora anda fragmentado, comenta Paúl. “Nuestra generación es heterogénea. Yo vivo fuera, nos hemos formado y muchos de nosotros trabajamos en el extranjero. Eso es bueno y malo. La ventaja está en que vivimos diferentes tendencias europeas, no hay centralidad escolástica, en el pasado eso era más común. Otra ventaja para los españoles juega frente a alemanes y franceses, por ejemplo. Ellos tienen escuelas muy definidas y les cuesta deshacerse de ese peso. Nosotros, en cambio, podemos optar, somos más variados, más dispersos”.

Una seria ventaja para un futuro cuyo lenguaje, según Tomás Marco está en la fusión. “No juego a profeta, pero en los años venideros, quizás la tendencia vaya por la interculturalidad. La fricción y fusión de culturas es un hecho que se impondrá no de manera banal, como ahora, sino de una forma profunda. En eso, la música española juega más preparada y abierta al no haber canonizado una escuela”. A esa fusión habrá que añadir, dice Paúl, “las nuevas tecnologías, lo audiovisual y los lenguajes escénicos”.

Es lo que observa entre los focos diseminados donde se cuecen las tendencias actuales en toda Europa. Sin la centralidad que ocuparon los encuentros de Darmstadt en el pasado, justo después de la Segunda Guerra Mundial. “Todavía perviven, pero sin esa función tutelar. Alemania, aun así, manda en esos focos aun”. Así lo cree Paúl, que vive ahora en el Reino Unido dando clases en la universidad de Huddersfield, pero se ha formado en Amsterdam y Berlín.

“Todavía perviven los encuentros de Darmstadt, pero sin esa función tutelar. Alemania, aun así, manda en esos focos aun”, afirma Marco

En Inglaterra se encuentra más fuera de sitio que en los lugares donde estudió. “Musicalmente no me resulta tan interesante, lo veo muy conservador y con poca actividad. Sí me interesan el acercamiento a nuevos públicos y a la música popular. La relación de nuestras disciplinas con el rock y pop es lo que más llaman la atención, esa fluidez entre géneros nada cauta”.

Volver a España lo ve complicado. La docencia es un coto bastante cerrado, salvo excepciones de algunas escuelas y conservatorios. “Sigue siendo un asunto mal planteado”, advierte Marco. “A cualquier artista, dar clase le supone un problema. El sistema no está hecho para profesionales, recelan y desconfían demasiado”.

Lo que no deja de plantearse es su método de trabajo intuitivo. “Muy centrado en la búsqueda del sonido”, caso de la obra con la que ha ganado el premio Montsalvatge, Room & Elbow. “A lo que me da esa búsqueda, le aplico después una forma, que llega después”. Marco, en ese aspecto, cada vez se abre más. “Gracias a los encargos, por ejemplo, he llegado a meterme en piezas que ni se me ocurría que podía plantear. Como ahora, una obra para barítono y violín. Puede parecer raro, pues en absoluto, sale”.

 

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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