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2.000 muertos en Camerún y ninguna explicación, así nacen los mitos modernos

Frank Westerman, ingeniero agrónomo de formación y narrador por vocación, rastrea cómo nace una leyenda

Isabel Ferrer
Marc Driessen

La noche del 21 al 22 de agosto de 1986 se oyó un estruendo parecido a una explosión en el valle del lago volcánico Nyos, situado en la región montañosa de los Grassfields, a unos 300 kilómetros al noroeste de Yaundé, la capital de Camerún. A la mañana siguiente, cerca de 2.000 personas fueron halladas muertas en un radio de 20 kilómetros. Ninguna presentaba daños externos y sus casas y aperos de labranza estaban intactos. Tampoco los árboles o el resto de la vegetación circundante resultaron afectados. En cambio, varios miles de animales de diversas especies, desde el ganado a los insectos, perecieron también en esta zona, conocida desde entonces como el valle de los Muertos. En 1992 el escritor holandés Frank Westerman (1964) visitó el lugar para grabar un programa radiofónico y regresó allí de nuevo en 2011. Él aborda lo ocurrido en aquel valle como un campo de pruebas para tratar de averiguar cómo emergen los relatos y de qué manera compiten entre sí hasta que el más pujante acaba imponiéndose.

“Los hechos nunca hablan por sí mismos. No hablan aunque los tortures. Les damos su voz. Somos los que susurramos los hechos”

El valle asesino —publicado por Siruela con traducción de Goedele de Sterck— es el título del libro que recoge esa investigación en África. Está ordenado alrededor de tres grupos, cada uno con su versión de los hechos. Por un lado están los destructores de mitos, en este caso, los científicos que hablaron de terremotos o filtraciones de gases letales, y que fallaron al no ponerse de acuerdo. Por otro, los pregoneros de mitos, unos misioneros occidentales residentes en el lugar que ofrecieron consuelo en nombre de Dios. Y por último, los hacedores de mitos, es decir, la gente del lugar —nosotros mismos, en el fondo—, que han dado por buenas hipótesis difíciles de comprobar. Entre ellas, un ensayo con bomba nuclear. Tres décadas después, la incógnita de lo ocurrido sigue abierta, y el autor se apoya en las distintas caras de la tragedia para señalar que el factor humano arrastró a eminentes vulcanólogos, incapaces de ceder el protagonismo a la propia ciencia.

PREGUNTA. ¿Qué ocurrió aquel verano de 1986?

RESPUESTA. Depende de con quién hables. No he querido dar la última palabra a los científicos, que son inmunes a los argumentos de los demás. Sostienen dos teorías. El francés Haroun Tazieff dijo que una erupción del volcán interior del lago liberó toneladas de dióxido de carbono. El gas es más pesado que el aire y cubrió el valle intoxicando a las víctimas. Al morir así, su entorno permaneció intacto. Su colega islandés, Haraldur Sigurdsson, indica que un factor externo o interno desestabilizó la capa superior de agua y el lago vomitó el gas letal. EE UU apoya la segunda teoría y logró divulgarla antes que Tazieff. El choque de egos fue tal que, cuando la Unesco convocó un congreso para que acercaran posturas, el resultado fue bochornoso. Acabaron quitándose el micrófono unos a otros. Mi formación es científica y no quiero destronar a la ciencia. Pero en lugar de aplicarla para establecer lo ocurrido, para destruir el mito, solo querían llegar primero y publicar antes en una revista del ramo. Trataban de ganarse a los periodistas para su respectiva causa. Provocaron un cisma que sigue abierto.

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P. Derrotada la ciencia por sus propios responsables, ¿era inevitable la creación de un mito a partir de un misterio sin resolver en África?

R. Antes contábamos con los mitos que explicaban la vida: el paraíso, la manzana, la serpiente… Ahora hay nuevos mitos y los llamamos teorías de la conspiración. Lo ocurrido en Camerún ha sido un campo de pruebas para ver la eclosión y florecimiento de un mito moderno. Para mi sorpresa, he visto un paralelismo con las teorías de Darwin. En la naturaleza hay especies que evolucionan, y creo que en la cultura el mecanismo es similar. Una historia es como una ameba que muta a medida que se reproduce. A fuerza de ser contada una y otra vez. Si reúno a 15 personas y le cuento al primero una historia al oído para que la repita al segundo, y así sucesivamente, la versión del último será distinta. Eso lo sabemos todos. Al final, el relato más contundente supera al que tiene matices. Y aunque contamos con la ciencia para evitarlo, los expertos no respetaron su método. Antes de llegar a Camerún, Tazieff ya tenía la respuesta. Pero los hechos nunca hablan por sí mismos, ni aunque los tortures. Nosotros les damos su voz. Nosotros susurramos los hechos.

P. ¿Cómo pregonaron el mito los misioneros?

R. Me gusta la descripción del escritor Orhan Pamuk de las palabras. Dice que se relacionan con las cosas como la carne con los huesos. Sobre los mitos, yo uso una metáfora: es como si hubiera unos huesos sueltos que van cobrando forma de esqueleto. Luego se deposita la carne, más adelante la grasa, los músculos, la piel y el pelo. Todo empieza con la atribución de palabras a las cosas; de carne a los huesos. En cuestiones fundamentales, el grueso de los humanos se fía más de la ficción, que interfiere con la realidad, que de los hechos. El padre holandés Fred ten Horn, un misionero, vio lo ocurrido. Era un paisaje apocalíptico, “como si hubiera estallado una bomba de neutrones”, le dijo a Reuters. Ahí pudo surgir esa parte de la narración. Pero el cristianismo lo encajó bien en su doctrina: aunque en el dolor hay una razón que no entendemos, con fe todo irá bien. A ese mensaje añadieron ayuda práctica y casas nuevas.

“En las cuestiones fundamentales, el grueso de los humanos se fía más de la ficción, que interfiere en la realidad, que de los hechos”

P. ¿Qué versión circula en Camerún?

R. Hubo algunos supervivientes, y la catástrofe no fue total en las poblaciones más alejadas. Pero 30 años después, la zona sigue acordonada y sus habitantes no pueden regresar. El Ejército los obliga a permanecer en asentamientos, mientras un equipo internacional bombea un agua rica en dióxido de carbono para evitar nuevos daños. Con la prohibición de volver a sus casas y ninguna señal mortífera desde 1986, la versión local es la de la prueba con una bomba de neutrones. En Camerún hay una minoría anglófona y mayoría de francófonos, y los primeros creen que los otros pretendían destruirlos. Con los mitos, se atribuye un significado a un hecho dando una visión distinta. Si preguntas, te dicen: “El presidente nos ha vendido a Israel, Francia, o bien EE UU para un experimento con la bomba”.

P. Usted fue periodista y se dedica ahora a la no ficción histórica. ¿Se siente a gusto con esa etiqueta?

R. Prefiero el término literatura de los hechos, usado por el escritor polaco Ryszard Kapuscinski.

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