Alegoría política, miedo social
Una obra de categoría mayor en la que todo rezuma talento
DÉJAME SALIR
Dirección: Jordan Peele.
Intérpretes: Daniel Kaluuya, Alison Williams, Bradley Whitford, Catherine Keener.
Género: terror. EE UU, 2017.
Duración: 103 minutos.
En el mes de diciembre del año 1967, seis meses después de que el político negro Stokely Carmichael utilizara por primera vez como eslogan social el término black power, y de que el Tribunal Supremo de EE UU declarara inconstitucional la ley que prohibía el matrimonio interracial, se estrenó en el país Adivina quién viene esta noche, de Stanley Kramer. Película señera en la cuestión de los derechos civiles, llegaba en plena oleada de movilizaciones, y de sus violentas contestaciones, y abordaba la cuestión de la discriminación desde una óptica lejos de lo maniqueo: el matrimonio que veía llegar a casa a su hija con su novio negro no era racista, sino liberal. Y aun así...
En pleno 2017, con las pautas discriminatorias tan lejos de aquello como del olvido, el sorprendente debutante Jordan Peele ha compuesto un peliculón con semejante premisa, la visita de fin de semana a la casa familiar de una chica blanca con su novio negro, mismas características políticas paternas, votantes de Barack Obama, pero esencias cinematográficas bien distantes: Déjame salir es una paranoia de terror político, de aspecto exterior casi juvenil y fondo malévolo, maduro y trascendente.
Peele, también guionista, arriesga por tres caminos bien distintos, que convergen en una obra de categoría mayor, en la que todo rezuma talento. Primero, con un engranaje general de cine de género, entre la intriga psicológica y el terror visceral, al que además sabe insuflar un maravilloso sentido del humor inequívocamente contemporáneo y novedoso, gamberro y, en el fondo, muy serio. Segundo, con una puesta en escena formidable, en la que se aúnan el pulso narrativo bello y calmado, hermoso y terrorífico de la reciente It follows, y el estilo cortante y elíptico de la otra gran obra de terror social del último cine, Calle Cloverfield 10. Y tercero, con unas interpretaciones heterogéneas en estilo, espontáneo y realista en la fantástica pareja de jóvenes enamorados, autoparódico y guiñolesco en el resto, perfectas para el conjunto.
De soberbia elegancia en la elección de los planos, y una cadencia que se escapa del producto que solo pretende aterrorizar mediante recursos fáciles, Déjame salir eleva su hipótesis de denuncia hasta la categoría de respuesta social; una bala cargada de sorna, veracidad y relevancia. Y, de paso, se convierte en La semilla del diablo de una nueva generación, la película que, paso a paso, introduce a un inocente en las garras de una secta infernal: la de cierta América blanca de la era Trump.
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