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La Francia turbulenta de los años del cancán

El Guggenheim de Bilbao muestra las innovaciones radicales del fin de siglo parisino a través de 125 obras de coleccionistas particulares

Un hombre observa un cuadro de la exposición 'París, fin de siglo: Signac, Redon, Toulouse-Lautrec y sus contemporáneos' en el Museo Guggenheim de Bilbao.
Un hombre observa un cuadro de la exposición 'París, fin de siglo: Signac, Redon, Toulouse-Lautrec y sus contemporáneos' en el Museo Guggenheim de Bilbao.FERNANDO DOMINGO-ALDAMA (EL PAÍS)

Los motivos de las turbulencias eran otros pero el ruido de la inestabilidad del París del finales del XIX tiene un sonido familiar con el que vive Francia durante los últimos tiempos. En la década de 1890 el país sufrió una profunda crisis económica que produjo un grave malestar social y, en consecuencia, el nacimiento de fuerzas reaccionarias y radicales de extrema izquierda. El asesinato del presidente Sadi Carnot, en 1894, a manos de un anarquista y el estallido del caso Dreyfus (el oficial judío-alsaciano acusado arbitrariamente de traición) desquiciaron a una nación en la que los creadores, como reacción a lo que tenían delante, protagonizaron uno de los momentos cumbre de la historia del Arte. Para eludir la realidad, pintores y escultores se lanzaron a experimentar de la mano de movimientos como el Neo-Impresionismo, el Simbolismo, los nabis (profetas, en hebreo) y el auge definitivo de la estampa.

Esta es la tesis sobre la que se desarrolla la exposición París, fin de siglo: Signac, Redon, Toulouse-Lautrec y sus contemporáneos que se puede ver en el Guggenheim de Bilbao desde mañana viernes hasta el 17 de septiembre. Son 125 piezas (pinturas al óleo y al pastel dibujos, grabados y estampas) procedentes de colecciones particulares europeas que raramente se han podido ver en público y nunca antes de manera conjunta.

El cartel anunciador de la exposición, una de las más populares litografías de la bailarina estrella del Moulin Rouge Jane Avril realizada por Henri de Toulouse-Lautrec en 1899, resta protagonismo a Puppy, la mascota floral que Jeff Koons esculpió para el Guggenheim de Bilbao. La imagen de la artista del cancán, en pleno movimiento, da una idea perfecta de un tiempo de contorsiones y desafíos en lo social y en lo artístico, según relata Vivien Greene, comisaría de la exposición y conservadora de la Solomon R. Guggenheim Foundation, especializada en arte europeo del XIX y XX.

Greene argumenta que ha querido reflejar la explosión artística que se produjo en un momento de enfrentamiento extremo entre la burguesía y la bohemia, entre los conservadores y los radicales, entre los católicos y anticlericales y entre republicanos y anarquistas. Recuerda que en esos años, los impresionistas siguen estando en activo, pero que algunos de ellos reaccionan al entorno tratando los mismos temas de forma diferente, de manera que los tranquilos paisajes se convierten en visiones introspectivas y fantásticas o en retratos descarnados de la sociedad. Entre los artistas representados en la exposición se encuentran Pierre Bonnard, Maurice Denis, Maximilien Luce, Odilon Redon, Paul Signac, Henri de Toulouse-Lautrec y Félix Vallotton. “Antinaturalistas de manera espontánea”, explica la comisaria, “todos ellos tenían en común el objetivo de provocar emociones, sensaciones o cambios psíquicos en el espectador”.

Organizada de manera cronológica y muy didáctica, la exposición está dividida en tres grandes áreas: El Neo-Impresionismo, el Simbolismo y Los Nabis y la cultura del grabado.

Un paisaje de nenúfares firmado por Monet en 1914 junto a dos bellísimos dibujos de Georges Seurat, La madre del artista sentada (1882) y Portera (1884) sirven de introducción al Neo-Impresionismo, movimiento liderado por Seurat en la octava y última última exposición de los impresionistas en París, en 1886. A Seurat le siguen paisajes o escenas de interiores de Paul Signac, Henri-Edmond Cross, Maximilien Luce o Camille Pissarro quienes como hombres de su tiempo, se hacen eco de las últimas teorías científicas sobre el color y la percepción para crear efectos ópticos sobre los lienzos. Ligados al socialismo anarquista, Neo Impresionistas encuentran en las ciudades, costas y campos unos formidables escenarios sobre los que experimentar tendencias tan nuevas entonces como el puntillismo.

En el apartado dedicado al Simbolismo Vivien Greene recuerda que este movimiento tuvo un origen literario resumido por el poeta Jean Moréas en el manifiesto publicado el 18 de septiembre de 1886 en el diario Le Figaro. Simbolistas eran aquellos que daban expresión visual a lo místico y a lo oculto a través de colores y líneas que por sí mismos podían representar ideas. Todos eran reacios al materialismo y habían perdido ya su fe en las ciencias porque veían que no servía para aliviar los problemas de la sociedad. “Con ellos”, explica la comisaria, “ganan terreno el espiritualismo y los estados mentales poniendo de relieve el valor de imágenes evocadoras y oníricas. En estas obras se infiltró un lenguaje decorativo, inspirado por los diseños orgánicos y formas arabescas del Art Nouveau”. Odilon Redon con sus cabezas flotantes como nenúfares o sus monstruosas arañas es el representante máximo del movimiento y en su honor se han reunido una veintena de obras para la exposición.

La traca final

La parte más popular, cartelería y anuncios, protagoniza el último gran apartado, toda una traca final en palabras de la comisaria, porque son imágenes conocidas por todos. Están expuestas una gran parte de las litografías que los artistas realizaban a petición de los marchantes para luego ser exhibidas en los locales y calles parisinas y que, en gran medida, definen el fin de siglo francés por sus motivos caricaturescos en los que se retrataba la vida bohemia. Entre las muchas obras que aquí se muestran destaca la colección de piezas firmadas por Toulouse-Lautrec, uno de los artistas que más energía dedicó al mundo de los cafés y cabarés parisinos.

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