El bombero que reinventó el ‘country noir’
Siruela publica la ópera prima de Brian Panowich, un duro relato sobre la mafia blanca de las montañas de Georgia
Empezar a leer una novela que en la faja promocional lleva las loas de John Connolly y James Ellroy es complicado. Pero cuando termino el primer capítulo de Bull Mountain (Siruela, traducción de Rubén Martín) en el que entre otras cosas un hombre ordena a su hijo de nueve años que cave una tumba para su tío, al que acaba de pegar un tiro, sé que la primera novela de Brian Panowich va a merecer la pena.
La historia, enclavada en las montañas de Georgia, honra con acierto a lo mejor del country noir y actualiza un subgénero esencial para entender una parte oscura del EE UU moderno. Es el lado salvaje de Winter’s Bone, que tanto me gusta. Su historia, que podría ser perfectamente una temporada de Justified, nos lleva de la mano por la vida y milagros del clan Burroughs, dueños del asentamiento de Bull Mountain y señores de las montañas, White Trash de la mejor cosecha que han ido evolucionando de la fabricación de alcohol en grandes cantidades durante la Ley Seca al tráfico de metanfetaminas, mucho más lucrativas y fáciles de esconder y transportar que los fardos de marihuana.
El problema es que uno de ellos, Clayton, fue llamado por la ley y la justicia e, incapaz de entender el gusto de su padre y sus hermanos por la crueldad y lo ilegal, terminó de Sheriff del condado. Asunto espinoso que empeora cuando Clayton cree que puede salvar a su hermano Haldford, jefe del clan, de una operación de los federales contra todo su entramado criminal y sus negocios con la mafia de Florida.
Y cuando crees que sabes de qué va la historia, cuando estás ya familiarizado con el lenguaje y la brutalidad de esta gente pero no terminas de entender por qué parte de la historia se fija en la vida de Angel, una prostituta con algo más que mala suerte, el autor abre un poco más el foco, el libro se hace más grandioso y el lector entiende todo y percibe que aquello va a acabar muy mal.
Esta gente de las montañas tienen un origen distinto al de la mafia pero el mismo código: lealtad, sentido de pertenencia, odio al poder y el honor entendido de una forma diabólica.
Me acerco al final de la novela en poco tiempo, atrapado por estas vidas miserables, por los esfuerzos de Clayton por sobrevivir al destino familiar, y deseo que el libro tenga 200 páginas más, una segunda parte, algo que me permita seguir en el mundo de esos palurdos despreciables.
En esta novela hay muerte y dolor, y justicieros y acción y gente buena puesta en el lado malo de la historia. Pero estos relatos del country noir no están completos si no hay personajes femeninos fuertes. En Bull Mountain, la historia de Annette, la matriarca, su sufrimiento y huida, es sobrecogedora. El empeño de Katelyn, la mujer de Clayton, por seguir al lado de su marido a pesar de su maldición está contado con fuerza.
Hay algún gesto para la galería que me hubiera gustado que el autor no incluyese pero estamos ante una gran primera novela de un tipo que hasta ahora era bombero. No me imagino algo más lejos del country noir y no puedo celebrar con más entusiasmo que lo haya dejado para dedicarse al género negro.
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