Baile distópico y fragmentario
Quien pueda haber visto las coreografías de William Forsythe de los últimos 10 años habrá comprobado cómo estas tres obras del programa que exhibe ahora la Compañía Nacional de Danza [CND] en el Teatro Real pertenecen a otro universo estético y formal, quizás a su etapa más fructífera, trascendente e influyente de la que algo queda en el corpus creacional posterior (aunque discutible en algunos de sus meandros experimentales, sobre todo los vistos en la Bienal de Venecia), a pesar de estar peligrosamente sobreexpuesto por la divulgación y la presencia en múltiples repertorios; la venta del catálogo establece la supervivencia del coreógrafo y de todo un equipo que se dedica a montar y revisar los dichos títulos. Digamos, aventuremos, que en gran Forsythe, el más enérgico y rupturista, el que marcaba a fuego su tiempo y de paso señalaba la senda estrecha de su estilo, ya entonces inconfundible y propio, se extendió, irradió entre los años 1982 (en que creó Gänge en Frankfurt y Square deal para el Joffrey Ballet en los Estados Unidos) hasta más o menos dos décadas después, llegando a 2004, cuando abandona la dirección de la compañía de la capital del estado de Hesse.
UNA NOCHE CON FORSYTHE
“The vertiginous thrill of exactitude” (Franz Schubert); “Artifact suite” (J. S. Bach y Eva Crossman-Hecht); “Enemy in the figure” (Thom Willens). Coreografías de William Forsythe. Compañía Nacional de Danza. Teatro Real. Hasta el XX de XXXX.
En 1991 Forsythe dijo en Reggio Emilia a un grupo de jóvenes bailarines: “No sé qué es la danza. Más me dedico a ella y menos la conozco”. Esta fórmula de cierto escepticismo se ha hecho canon y llega a todo lo que rodea al carismático artista. Piénsese que Artifact (1984) fue el primer ballet a noche completa que hizo Forsythe; tenía cuatro partes (o actos, según se prefiera denominar) y constituyó un revulsivo de gran calado en el panorama europeo de los grandes ballets. Tiempo después, repitió hallazgo con Impressing the Czar (1988) y en ambas recurría al ejercicio de compendio, de acumulación progresiva en un paisaje de “fundido”, para usar la palabra justa que acuñaron en su día Patricia Baudoin y Heidi Gilpin. Esa ejercitación de poder de síntesis se practicó después en las suites de Artifact, una sensible manipulación del todo escénico cuyo título ya explora esa posibilidad: movilidad del artefacto. El fundido está presente también, casi como un motivo paralelo, en Enemy in the figure. Se trata de armar una realidad paralela en lo estético, una ilusión turbadora e inestable cercana a lo distópico. La fragmentación episódica establece, una vez más, el ritmo.
La CND muestra una discreta mejoría en su conjunto, y la velada del Real, que empezó mal, ganó a medida que avanzaba. “The vertiginous thrill of exactitude”, ya lo he expresado con anterioridad, no es una obra que funcione bien en la CND. Las bailarinas resultan ridículas, no poseen la línea ni la técnica ni la soltura ejecutoria que exige la obra; los hombres aparentemente sortean con más gallardía las dificultades, pero es una mejora más aparente que de fondo. Y debe apuntarse que esa manifestación de indisciplina interna sigue presente en los chicos, hacen lo que les da la gana con cortes de pelo exóticos y a la moda, barbas hirsutas y hasta maneras coloquiales ajenas al arte dancístico y a la regla de oro de la danza académica.
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