Lester Bangs, una pluma con vitriolo
Malpaso prepara la edición en español de los escritos del gran kamikaze de la crítica musical, fallecido prematuramente hace 35 años
Murió el 30 de abril de 1982. Lester Bangs tenía entonces categoría de mito, como el más apasionado y exigente de los críticos de rock estadounidenses. Sus periódicos encuentros con Lou Reed despertaban expectación ya que practicaban una lucha libre intelectual —el Moralista versus el Nihilista— donde valía todo. Era capaz de salir al escenario en mitad de un concierto de la J. Geils Band y tocar un solo de máquina de escribir. Había probado la fantasía de actuar y grabar, al frente de Birdland o The Delinquents.
Lester quedaría inmortalizado con los rasgos de Philip Seymour Hoffman en Casi famosos (2000), donde el cineasta Cameron Crowe embellecía sus inicios en el periodismo musical, con Bangs en el papel de adulto sabio. Para los veteranos del oficio, la película era una broma: reflejaba la bondad de Lester pero encajada en un cuento de hadas, alejado de su cruda realidad.
Lester pudo ser legendario en vida, pero no hizo carrera: fue maltratado por las revistas para las que trabajó. En raras ocasiones tuvo vía libre para sus textos torrenciales; escribió mucho más de lo que publicó y buena parte de sus ingresos derivaba de la venta subrepticia de discos promocionales. Su último apartamento, en Nueva York, era un cuchitril. Allí murió con 33 años, tras combinar alegremente analgésicos, calmantes y medicina para la gripe.
Empezó como crítico de discos en 1969, cuando el rock ya era consciente de su peso cultural y luchaba por su alma: ¿iba a ser puro negocio o conservaría su capacidad liberadora? Un veinteañero marcado por una desdichada historia familiar, desde un rincón perdido de California (El Cajón, cerca de San Diego) Lester mandaba críticas destructivas de Grateful Dead o Steve Miller Band a Rolling Stone, donde precisamente consideraban sacrosantos a los grupos de San Francisco. Finalmente, le publicarían una reseña donde ponía a parir a MC5, banda de aliento revolucionario cuyo nombre completo, los Cinco de la Ciudad del Motor, hacía referencia a sus raíces en Detroit.
Tendría tiempo de arrepentirse: descubrió que, con MC5, compartía devoción por la literatura beat y el jazz de vanguardia. Le despidieron de Rolling Stone por ser “irrespetuoso” con artistas de gran venta y encontró acomodo en Creem, un mensual gamberro de Detroit que dedicaba especial atención al rock primario. Beneficiado por la moda del periodismo gonzo, allí pudo reciclarse en entrevistador y reportero.
En un mundillo particularmente cínico, Bangs buscaba correspondencia entre lo que se cantaba y el comportamiento cotidiano de las figuras. Fascinado por la retórica de The Clash, viajó a Inglaterra para seguirlos en gira. La extensa crónica, publicada por New Musical Express en tres capítulos, relataba su desencanto. Descubrió que su aspecto —gordito, con bigote— no impresionaba a los fashionistas londinenses. Y que los fans más débiles podían ser humillados por el equipo de la gira, ante la indiferencia de las estrellas.
Aunque abominaba de la religión de sus padres (Testigos de Jehová), Lester nunca perdió su brújula moral. Posiblemente nunca lo reconocería pero en él latía ese planteamiento hippy de “todos debemos llevarnos bien”. Que pasó por duras pruebas: de visita en Jamaica, por cortesía de la discográfica de Bob Marley, se topó con la variedad rapaz del rasta, difícil de aceptar para alguien que combatía regularmente el racismo oculto en los círculos del rock.
Huía de las soluciones fáciles. Amigo de los miembros de Blondie, recibió el encargo de redactar un libro sobre el grupo. Estaba concebido como un despliegue de fotos atractivas con un texto amable; Bangs decidió arremeter contra el pop que encarnaba Blondie y la degradación de la cultura popular. La relación con Debbie Harry y compañía no superó ese choque de expectativas.
Para entonces, Bangs había abandonado Detroit —se sintió estafado por el editor de Creem— por Manhattan. Llegó en una etapa ambiguamente hedonista, con el esplendor de la disco music y la explosión del sexo casual, en una ciudad económicamente hundida y más endurecida de lo habitual. Intentó dar sentido a lo que ocurría a su alrededor en escritos tan desmesurados que finalmente no se atrevía a enseñar a los jefes del Village Voice, donde simplemente esperaban una de sus críticas corrosivas.
Para Jim DeRogatis, autor de su biografía (Let it blurt, 2000), Lester no tuvo tiempo de encontrar su propia voz: “Era un combinado de Hunter S. Thompson, Jack Kerouac y Charles Bukowski”. Su legado se reduce a las dos colecciones póstumas (Psychotic reactions and carburetor dung y Main lines, blood feasts and bad taste) que Malpaso promete traducir para 2018. Urge solidarizarse con el condenado a semejante tarea: Bangs escribía como el más culto de los adictos al speed, con dedos más rápidos que su pensamiento.
Babelia
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