El país donde toreas o te torean
Manuel Vicent y El Roto publican 'Antitauromaquia', un alegato literario e ilustrado contra las corridas
Confiesa el escritor Manuel Vicent en el prólogo de Antitauromaquia (Random House, 2017) que en su juventud asistía con alegría —contagiado por el ambiente y sentado en la barrera con sus amigos— a los encierros y corridas de las fiestas de pueblo. Tardó varios años en rectificar su postura, y ahora ya lleva tres décadas escribiendo un artículo antitaurino cada San Isidro. “La violencia es una costumbre. Cuando uno está dentro no se da cuenta hasta que no la ve desde fuera en un ejercicio ascético; entonces ves la barbarie que supone elevar la muerte a un espectáculo moral”, afirma por teléfono Vicent, que ha reelaborado esos textos en forma de 84 reflexiones literarias sobre la llamada fiesta nacional. Como en un espejo, las letras de Vicent hallan su reflejo en los trazos del dibujante Andrés Rábago, más conocido como El Roto, que contribuye con 37 ilustraciones originales: “Hago que los toros reflexionen, a ver si despertamos aún más la reflexión en los hombres”.
Reelaboración de un libro del mismo nombre que ambos publicaron en 2001 —cuando El Roto aún firmaba bajo el pseudónimo OPS—, Antitauromaquia, que se publica el 27 de abril, constituye “una toma de posición” de dos figuras del mundo de la cultura respecto a esta actividad "en un momento en el que hay una gran discusión". “Tanto que hablan de que la tauromaquia es cultura, tienen que saber que algunos estamos en contra de esta filosofía rústica que nos quieren vender”, afirma al otro lado de la línea Rábago, que piensa que la sensibilidad de la sociedad española ha evolucionado en los últimos años, “como muestra su alejamiento de esta barbarie”. La realidad es que las corridas en plaza se han reducido drásticamente —de unas 3.600 en 2007 a 1.736 en 2015—, pero los festejos populares crecieron un 16% entre 2013 y 2015, alcanzando los 16.383, según datos de la Estadística de Asuntos Taurinos del Ministerio de Cultura. “Lo perverso es que incluso desde las fuerzas de la izquierda se están fomentando esas capeas pueblerinas y encierros que son lo más infeccioso, lo más degradante”, opina Vicent.
“La fiesta está en decadencia porque ha perdido su estética”, reflexiona el escritor castellonense. “Es una cosa evidente que la juventud está en otra cosa, en el deporte… No hay más que ver un estadio lleno de gente en una final de un partido de fútbol, y ver una plaza de toros. Está pasado de moda. Los toreros ya no son los héroes de antaño, ahora lo son los futbolistas”.
Pese a todo, la llamada fiesta nacional sobrevive como “un vestigio de una época bárbara”, de una España negra bajo cuyo sino uno solo puede ser “toro o matador”, vencedor o vencido. Y esa mentalidad desborda la plaza, según reflexiona Vicent en el libro, para instalarse en ciertas esferas degradadas de la vida pública y privada: el diputado corrupto que se vende “por una ración de jamón ibérico”, el policía corrupto que echa mano del fondo de reptiles para visitar el casino, los juzgados destartalados y los quirófanos sin recursos por los recortes… “Si consideramos que la tauromaquia es un espejo deformante de nuestro carácter, todo es tauromaquia”, reflexiona el escritor sobre una fiesta nacional que prosperó en una España donde siempre luce un sol de justicia. “Si lloviera todos los días, no habría toros”, bromea Vicent, a quien le parecería “maravilloso” que sobre la piel de toro cayera una lluvia oblicua y constante, “como en los países más civilizados”.
Más que al sol, El Roto apunta a la Iglesia como sostenedora de tan larga tradición: “Se utiliza a los pobres santos para parapetarse detrás de ellos y ejecutar esos actos reprobables. La Iglesia debió apartarse en su momento de estos lugares: el ruedo no es lugar para ningún santo ni festividad religiosa”. Lo expresa con su habitual humor aforístico en una de sus viñetas, en la que, frente a un torero que se dispone a entrar a matar ante la enfervorecida parroquia de la Feria de San Isidro, el toro pregunta: “Y ese santo, ¿sabe lo que hacéis?”.
Hemingway tiene la culpa de todo
—¡Odio a Hemingway!
—No sabes como te entiendo.
Es la conversación de dos toros imaginada por El Roto en una de los 37 dibujos que integran Antitauromaquia. Y es que el escritor norteamericano —quien llegó a dedicar una novela a sus experiencias (la mayoría alcohólicas) en los Sanfermines, Fiesta (1926)— fue un gran aficionado y "el más famoso publicista ante el mundo de todos nuestros veranos sangrientos".
Pero más allá de su intelectualización poética y literaria de esta tradición, Vicent recuerda una anécdota que, según el escritor, revela la verdadera actitud del autor nacido en Illinois ante la fiesta taurina: una tarde, cuando Hemingway se encontraba "de sobremesa rodeado de algunos aduladores igualmente borrachos", el escritor hizo parar una reata de mulas de arrastre y vació una botella familiar de Coca-Cola en la boca de uno de los animales, "en medio del fragor de las peñas que le reían la gracia". "Es suficiente motivo para pensar que tanto esa fiesta sangrienta como aquel escritor fanfarrón, degustador de toda clase de violencias, estaban ambos dos ya fuera de tiempo", escribe Vicent.
Babelia
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