Gaudí: nada es lo que parece
Casa Botines, el edificio del arquitecto catalán en León, abre por primera vez sus puertas al público tras 125 años de historia
Entrar en Casa Botines es sentirse en un edificio del barcelonés Paseo de Gracia en pleno centro de León. Pero no se necesita más que mirar por alguna ventana para comprobar que no hay miles de turistas recorriendo la calle y que el Mediterráneo queda lejos. Según el flanco del inmueble por el que se observe, uno se puede encontrar el renacentista Palacio de los Guzmanes, sede de la Diputación provincial, o la plaza de San Marcelo, a la que da la fachada principal, donde decenas de adolescentes del instituto cercano toman las escaleras de la casa o reposan en el banco en el que permanece sentado un Gaudí de bronce.
Casa Botines abre sus puertas al público a partir del 23 abril. Nunca antes, en sus 125 años, se había accedido a la totalidad del edificio, actual sede de la Fundación España Duero. En 1893, cuando se inauguró, los bajos se dedicaron al comercio de textiles,hasta 1931, cuando se convirtió en oficina bancaria, tras la adquisición del inmueble por la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de León. El resto de los pisos eran viviendas privadas, algunas habitadas hasta la década de los noventa. Una de esas vecinas —Belén Díez Ordás (León, 1970), cuyos abuelos y padres vivieron allí— acompañó a EL PAÍS el pasado miércoles y se le iluminaron los ojos al volver a ver el portal de su abuela. Cogió el teléfono y llamó a su padre al entrar en lo que le pareció que había sido su dormitorio. “Me vienen a la memoria los días de Reyes”, decía.
Si la escultura de bronce del arquitecto tarraconense pudiera ver desde su emplazamiento, observaría un lugar parecido al que encontró el verdadero Antoni Gaudí (Camp de Tarragona, 1852 - Barcelona, 1926) durante sus estancias en León entre 1889 y 1893: el Ayuntamiento viejo, la iglesia que da nombre a la plaza (aunque popularmente sea la de las palomas), la calle Ancha que lleva a la catedral... En esa zona de la ciudad, donde terminaba la parte histórica y comenzaba la nueva, Simón Fernández y Mariano Andrés, los propietarios de un negocio de telas conocido como Casa Botines desde hacía 60 años, encargaron a Gaudí un edificio para su establecimiento —hasta entonces situado en la plaza Mayor pero que querían reubicar con vistas a la expansión de la población— y varios pisos de viviendas. Con sus cuatro plantas —un rascacielos para aquella localidad—, Casa Botines se convirtió en el inmueble que señaló el inicio del León moderno, una ciudad en la que la historia marca el urbanismo: sus restos romanos, el románico San Isidoro y la imponente catedral gótica...
Barcelona en el interior
La catedral, precisamente, influyó en el arquitecto, que se empapaba de lo que le rodeaba, y en la planificación del edificio neogótico que construyó con características leonesas en el exterior: sillares de piedra caliza, ventanas trilobuladas como si de la catedral procedieran, pizarra en el tejado y a la manera barcelonesa, su manera, en el interior. Hizo del edificio un todo en el que cuidó hasta el último detalle. “Un escultor de la arquitectura”, señala Manuel Carriedo, exdirector del archivo histórico de Caja España y comisario de la exposición El León de Gaudí, que acabó el 31 de marzo.
San Jorge, el dragón y el león
Sobre la puerta de la fachada principal, Gaudí coloca un león de forja, símbolo de la ciudad que le acoge, y encima de este una escultura en piedra de San Jorge y el dragón, motivo típico medieval y homenaje a su Cataluña natal. El santo guerrero que se observa hoy no es el original, ya que por la calidad de la piedra gerundense en 1952 se desprendió un brazo y la mandíbula inferior del animal fantástico. Al descolgarla para sustituirla se encontró dentro de un tubo de plomo los únicos dos planos que se conservan del edificio, firmados por Gaudí; dos ejemplares del 15 de septiembre de 1893, día de la inauguración, del periódico de más tirada del León de la época, El campeón; y un escrito con la relación de colaboradores del arquitecto, proveedores y el calendario de las obras.
En 1956 se coloca el actual grupo escultórico y se mantiene el contenido del tubo de plomo inicial -salvo los planos que se conservan en el archivo de Caja España- y se añade otro con otros periódicos, el del día que muere Gaudí (10 de junio de 1926), el del 30 aniversario de esa fecha y la hoja del lunes.
Los pomos, los limpiabarros, el sistema de poleas para abrir las ventanas altas, las barandillas de la escalera, todos esos detalles están anatómica y estéticamente pensados en un edificio en el que “nada es lo que parece”, según Carriedo. Gaudí adapta las irregularidades de la planta: un cuadrilátero con tres ángulos obtusos, lo que obliga al cuarto a ser agudo. “La irregularidad está tan presente que precisamente por eso no se ve”, afirma. Siendo una casa de viviendas tiene aspecto de palacio-fortaleza medieval que le confieren los torreones de las esquinas y el foso que la rodea, cuyo objetivo es inundarla de luz. El foso permite un buen tamaño para las ventanas del sótano, lugar donde se situaba el almacén de la tienda y requería de iluminación y ventilación. El arquitecto logra que haya la misma luz en todas las plantas, en las bajas con techos altos y grandes ventanales y en las altas, de menor alzado en los techos y vanos más pequeños.
Tampoco la figura de Gaudí responde a lo que se podría suponer de este arquitecto universal: apenas salió de Cataluña y solo construyó tres edificios fuera de esa región: en León —encargado por la comunidad catalana que se situó en esta provincia en el siglo XIX— el palacio episcopal de Astorga y Casa Botines, y el Capricho en Comillas, municipio cántabro donde nunca estuvo.
La Fundación pretende que Casa Botines se parezca cada vez más a lo que dejó Gaudí. Ahora abre tres plantas en las que expondrá parte de las 5.000 piezas que posee, entre ellas pinturas de Casas, Sorolla, Madrazo, Tàpies... En una fase posterior inaugurará el resto con la recreación de la tienda de telas y de alguna de las viviendas. Hogares como el de los abuelos de Belén Díaz que al salir del edificio se asoma al foso asombrada de cómo su padre podía saltar cuando, de niños, se les colaba la pelota. “¡Con esos pinchos de la verja!”.
Babelia
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