Cuando Jesucristo y Lucifer se retaron cara a cara
El cineasta Rodrigo García reflexiona sobre la relación paterno-filial y las dudas de un Jesús humano en 'Últimos días en el desierto'
Después de años de dramas psicológicos intrincados, que le dieron la fama tanto en cine (Madres e hijas, Vidas ajenas, Albert Nobbs) como en televisión (En terapia), Rodrigo García (Bogotá, 1959) sentía que le había llegado la hora de cambiar: "Quería hacer algo directo, muy contundente, en que los personajes dijeran casi palabra por palabra lo que piensan", cuenta por teléfono desde Los Ángeles. Por ello se arremangó y se puso a escribir una extraña historia, la que ilustra las últimas jornadas de los 40 días que Jesucristo meditando en el desierto antes de lanzarse a la vida pública. Y sin darse cuenta, asegura, acabó construyendo en Últimos días en el desierto (que se estrena hoy en España) una reflexión sobre la relación paterno-filial, él, cuyo padre es para muchos otro dios: Gabriel García Márquez.
"Yo no sé retratar lo divino, si eso existe. Es imposible saber cómo se mueve y habla un dios"
Rodrigo García se pasa más tiempo negando qué es su película que definiéndola. Por de pronto, su origen: "Para mí es Imposible saber cómo se me ocurrió la historia, pero sé que vino del subconsciente". Pues entonces entremos allí, donde deben de almacenarse las pistas de la relación del cineasta con su progenitor, el Premio Nobel de Literatura. "Si todas mis películas tienen notas autobiográficas, que es cierto, en este algo debe de haber. Aunque el Dios padre del filme es un dios silencioso, al que Jesús clama sin encontrar respuesta. Y mi padre fue muchas cosas, pero desde luego nunca un dios silencioso". Así pues, ¿no hay nada de pedirle cuentas al pasado familiar? "No, en absoluto". Y lo recalca comentado que este libreto empezó a escribirlo "antes incluso que el de Albert Nobbs, hace una década".
Tampoco Últimos días en el desierto es una película religiosa. "No, porque yo no sé retratar lo divino, si eso existe. Es imposible saber cómo se mueve y habla un dios. Pero sí sé cómo es un hombre, en qué duda, sufre. Es un Jesús que sale del desierto y al que todo le viene impuesto. Y que en su camino final se cruza con una familia en crisis, lo que le sirve para reflexionar sobre lo que le está ocurriendo a él". Así cree haber ganado amplitud en su tema y más público. "No es un filme solo para cristianos, ni necesariamente para personas religiosas. Yo no lo soy".
En cambio, García sí es, asegura, alguien preocupado por su entorno. "Yo crecí en unos años, los sesenta y los setenta, que ahora sabemos fueron los menos sectarios de la historia de la humanidad. Ahora las tornas han cambiado, triunfa el sectarismo, la fanatización de las creencias. No podemos dejar que el dogma quede por encima de la experiencia humana". Esa es la base de Últimos días en el desierto. "Yo estrené mi película, que ha tenido muy poca repercusión, hace casi dos años, y solo en los últimos meses he visto más cine espiritual, como Silencio, de Scorsese. Me equivoqué con el timing [ríe]. Pero es cierto que algo debe de estar pasando ahí afuera cuando varios creadores sintonizamos".
"Me parece más coherente adaptar la obra periodística de mi padre al cine. Pero sus novelas solo tendrían sentido versionarlas para series de televisión"
Para su Jesucristo, Rodrigo García convenció a Ewan McGregor, que encarna también a Lucifer, en un estupendo duelo con diálogos llamativos. "El guion no tiene más que 60 páginas, así que mucha gente se extrañaba al recibirlo. En cambio, Ewan lo leyó y aceptó el proyecto rápidamente. Su imagen se basa en el icono cristiano prerrafaelista: blanco, delgado, con barba y pelo largo. Como antes lo hicieron Willem Dafoe, Jim Caviezel o Max von Sydow. De Ewan me atrajo algo fundamental para el personaje de Yeshúa: su mirada tiene tanta intensidad como bondad, porque el espectador solo puede identificarse con ese lado humano del protagonista". Al reparto lo zambulle en un desierto pocas veces visto en el cine, el de Anza Borrego, en California: "Curiosamente solo está a cuatro horas en coche de Los Ángeles, pero como no se parece en nada al clásico de los wésterns, al de paisajes de Utah o Texas, no se hacen allí muchas películas. El desierto es otro personaje más, inhóspito, evocador, bello y mortal". Para eso la fotografía corre a cuenta de un genio, Emmanuel Lubezki.
Ha llegado el momento de hablar del otro padre, de Gabriel García Márquez. "Tengo claro que nunca adaptaré una obra de mi padre, porque sería más noticia el proceso en sí que el resultado". Tampoco es que Gabo haya tenido suerte en la gran pantalla. "Porque se han equivocado. Me parece más coherente y fácil adaptar su obra periodística, títulos como Noticia de un secuestro o Relato de un náufrago, al cine. Ahí sí hay buen material. Pero sus novelas... Para mí solo tendrían sentido para series de televisión, en las que puedes contar historias en diez o doce horas".
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