“La obra espectáculo no es mi mundo”
Rafael Moneo protagoniza en el Thyssen la mayor retrospectiva dedicada a su carrera La selección incluye 52 proyectos
Rafael Moneo (Tudela, Navarra, 1937) no es consciente de “haber hecho tanta cosa”. Pero ahí están las pruebas: los 52 proyectos de la exposición que le dedica el Museo Thyssen-Bornemisza en Madrid (del 4 de abril al 11 de junio). Y ni siquiera así queda constancia de la totalidad de su obra: cinco décadas de carrera con numerosos premios —Pritzker en 1996, galardón que por primera vez ganaba un español; Royal Gold Medal en 2003, Príncipe de Asturias de las Artes en 2012— y obras emblemáticas: el Museo Romano de Mérida, la Fundación Pilar i Joan Miró en Palma de Mallorca, el Kursaal donostiarra, la estación de Atocha, la ampliación del Prado o el Museo de Arte Moderno de Estocolmo, entre otros muchos.
La exposición, subtitulada Una reflexión teórica desde la profesión. Materiales de archivo (1961-2016), cierra su recorrido en Madrid, tras un periplo internacional, coincidiendo con el 25º aniversario del museo que la acoge y con un relato que gira en torno a cómo el palacio de Villahermosa se convirtió en 1992 en sede de la Fundación Thyssen-Bornemisza. Es la primera gran retrospectiva dedicada a su carrera y está coproducida por la Fundación Barrié, el Estudio Rafael Moneo y el Museo Thyssen.
Los proyectos de la antológica han sido elegidos entre el propio Moneo y el comisario, Francisco González de Canales. Las salas acogen 121 dibujos, 19 maquetas y 152 fotografías. El arquitecto tenía especial interés en mostrar sus dibujos. Para él siguen resultando esenciales en su trabajo y un medio cuya importancia nunca ha sido suficientemente reconocida. “Ya dibujaba antes de empezar a estudiar Arquitectura”, explicaba anteayer a EL PAÍS en museo Thyssen. “Luego, de otra manera, no he dejado de hacerlo. Desde el Renacimiento, los arquitectos hicieron del dibujo un medio con que pensar sus edificios; es la esencia de la arquitectura. Ya sé que ahora los medios son otros, pero yo sigo creyendo que el dibujo es el intermediario entre quien asume la autoridad de la producción del edificio (los pagadores) y quienes lo ejecutan (los arquitectos)”, añade.
Cuando se le pide que detalle los elementos que hacen reconocible su arquitectura, responde que, tal vez, el uso de formas geométricas, la calidez de los materiales, el respeto por el entorno y, siempre, el conocimiento profundo de la historia del edificio, cuando se trata de una restauración como fue el caso del Prado o del museo emeritense. “A veces, los materiales inspiran la forma. Es el caso de la catedral de Los Ángeles, levantada en un gigantesco solar. Los revestimientos crean unas sombras en forma de cruz que le dan espiritualidad”, dice.
Desde finales de los setenta, su estudio ha sido uno de los más reclamados, primero en Europa y luego en EE UU. Pese a su éxito, Moneo no se considera uno de los arquitectos estrella que han esparcido sus creaciones por todas partes: “La expresión tiene que ver con el mercado, con el cliente, más que con el propio arquitecto. Hay gente o instituciones que han buscado obras espectáculo, al margen de la función que la construcción debía de tener. El primer y el último objetivo era el edificio en sí. A mí no me las han encargado, de manera que tampoco he tenido que rechazar propuestas. No me he presentado a concursos en los que se reclamaba esa manera de construir. No es mi mundo”.
Aquellas diferencias con la baronesa y el resultado final
Una de las intervenciones culturales más conocidas de Rafael Moneo fue la rehabilitación del madrileño palacio de Villahermosa para convertirse en sede del Museo Thyssen-Bornemisza. Los sucesivos avatares del inmueble quedan documentados en una pequeña exposición situada en el balcón mirador de la primera planta. De lo que no se habla, aunque de ello dieron buena cuenta los medios de comunicación de la época, es de las diferencias que hubo entre Moneo y la baronesa Carmen Thyssen. El arquitecto quería suelos de madera y paredes blancas. La aristócrata prefería estuco veneciano y terrazo. Ganó ella. Moneo prefiere recordar su buena relación con Javier Solana, entonces ministro de Cultura y con el barón Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza. “Lo importante es el resultado y no hay más que mirar el interior del museo para ver que el objetivo se cumplió con creces”, dice.
Milagro en el Prado
Le interesa solucionar problemas arquitectónicos con objetivos claros. Reconoce que, a la vista de los proyectos de la muestra, la herencia de las infraestructuras culturales van a conservar su sello mucho tiempo. “No sé si soy el arquitecto de los museos y de los auditorios. Forman una parte muy importante de mi carrera. Puede que el resultado del Museo Romano de Mérida haya tenido un peso importante en el interés que he despertado en el ámbito cultural”, señala.
La ampliación del Prado es el trabajo que mejores y peores sensaciones le ha generado: “Fue todo muy conflictivo. Hubo que retocar el proyecto. Se me enfrentó gente inimaginable, la iglesia vecina [Los Jerónimos] incluida. Fue un desgaste tremendo. Ahora lo miras y parece un milagro que quedara tan bien resuelto”.
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