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Crítica | Un hombre llamado Ove
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Huraño con gato

El filme se sirve en un molde de reiterado uso: el del fastidioso relato-cliché del misántropo

UN HOMBRE LLAMADO OVE

Dirección: Hannes Holm.

Intérpretes: Rolf Lassgård, Bahar Pars, Filip Berg, Ida Engvoll.

Género: comedia. Suecia, 2015

Duración: 116 minutos.

En Epidemic (1987), Lars von Trier formulaba de modo sintético una poética del cine a la que se ha mantenido siempre fiel: “Una película tiene que ser como una piedrecita metida en el zapato”. En el manual de escritura de guion Salva al gato, Blake Snyder delataba su particular concepción del relato cinematográfico en su primera regla de oro: la necesidad de representar, cuanto antes mejor, al héroe de la historia ejecutando, de modo casual, un acto noble –verbigracia, salvar a un gato- a fin de apuntalar desde el principio los circuitos de identificación y empatía emocional con el protagonista. Dos formas opuestas de entender el asunto: el cine como espuela y fastidio y el cine como bálsamo y/o infusión reconfortante.

Aunque el protagonista de Un hombre llamado Ove -candidata sueca al Óscar a la película de habla no inglesa, con nominación adicional al mejor maquillaje- se pase todo el primer tramo de película intentando finiquitar su vida, con el mismo escaso éxito, pero sin la misma gracilidad, que el Buster Keaton de Hard Luck (1921) o el Jerry Lewis de El loco mundo de Jerry (1983), nada puede prestarse al equívoco: esta es más una película-salva-al-gato que una película-piedrecita-en-el-zapato. Por si alguien podía albergar alguna duda, este anciano huraño, que no tiene más que bufidos para sus vecinos en una comunidad cerrada, acabará acogiendo en su hogar a un gato abandonado.

Basada en el best seller homónimo de Fredrik Backman (un libro que quizá estaba pidiendo a ser convertirse en película… convencional), Un hombre llamado Ove se sirve en un molde de reiterado uso: el del fastidioso relato-cliché del misántropo que avanza, por puro determinismo de estructura de guion, hasta su climática humanización, activada cuando una bulliciosa familia –con afectuosa madre de origen iraní incluida- se muda a la casa de al lado. Los flash backs sobre el pasado del personaje y su relación con su esposa fallecida justifican el agrio carácter como saldo inevitable de una constante inversión de sinsabores, pero dejan en el aire una pregunta esencial: ¿cómo pudo una mujer tan luminosa enamorarse de un tipo tan cenizo?

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