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Corrientes y desahogos
Columna
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Estética del crimen

Ocurre, hoy, en la estética, lo que ya sucedió con la ética: economía criminal, estados canalla, gobiernos corruptos que se corresponden con su gemela estética del mal

Unos manteros recogen su mercancía en el centro de Madrid.
Unos manteros recogen su mercancía en el centro de Madrid.JAIME VILLANUEVA

Hace unos días, Adidas realizó la promoción de sus nuevas prendas no como marca exclusiva sino como una marca pirata. Los chándales, las camisetas se exponían sobre mantas, colgadas de las verjas o transportadas en bolsas de basura, al estilo de los mercadillos. Eran originales pero adquirían el caché de mostrarse como falsas: las costuras del revés, los logos torcidos, el corte imperfecto. La copia ilegal ha ganado a la ley. La concupiscencia a la penitencia.

Ocurre, hoy, en la estética, lo que ya sucedió con la ética. Economía criminal, estados canalla, gobiernos corruptos que se corresponden con su gemela estética del mal. No es un fenómeno novísimo puesto que hace años, las prendas que cosían los internos de una cárcel en Ohio eran las más apreciadas por las elites. Se expendían, en unidades limitadas, con el certificado del alcaide y el sello de la penitenciaría. Así multiplicaban su valor.

Ni lo correcto, lo auténtico o lo unívoco, pertenecen a nuestra época. Lo falso (a nivel industrial), el artificio (la inteligencia artificial, etc.) lo ambiguo (el sexo y sus muchas versiones), componen la nueva realidad. Más exactamente: la indiferencia entre lo verdadero y lo falso, lo que es y no es arte, lo que es verdad o no, pueblan la escena sin referencias.

¿Sería mejor ser bueno que malo? Sería. Pero ahora, ni los políticos son de fiar, ni las medicinas, los juguetes , las discotecas o los mercados son seguros. El terrorismo ha impuesto su patrón que hace hacer estallar las costuras de las prendas o los maleados cuerpos de los ciudadanos. Igualmente, una estética de guerra, con o sin explosivos, traspasa el mundo de la creación. Espantar, desordenar, confundir es su emblema.

Kissenger, por ejemplo, es el nombre de un nuevo gadget que hace posible sentir el beso a través del móvil y en un prostíbulo de Barcelona ofrecen muñecas (dice Millás) con una piel sedosa para aquellos clientes que prefieren relacionarse con cuerpos bien terminados.

Se creía que la época industrial acabaría con la esclavitud y Duchamp hizo saber que un objeto en serie podía ser un objeto único. O viceversa. Todo depende del punto de vista y de la vista del punto.

¿Pero quién marca la perspectiva? ¿Quién decidirá el marco nítido si incluso la Justicia se halla en la misma bolsa de la basura?

¿Para bien, para mal? Interrogación ociosa porque, como es bien sabido, nunca antes alcanzaron tanta importancia los desechos. En varias ciudades, el alumbrado urbano proviene de la energía benefactora de las basuras. Lo fosco se vuelve fulgor y la pulcritud inmundicia. De ahí tantas ferias de arte cargadas de mierda. El último Arco ha sido un gran ejemplo.

¿Solución? Hace 50 años decíamos. “¿Solución? La revolución”. Pero hoy se alude a no se qué oloroso guisado de chorizos con lentejas.

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