¡Qué grande es la Sampietro!
Tiene mucha razón Sergi Belbel cuando dice que esta comedia jovial y melancólica no está lejos del maestro Eduardo de Filippo
¡Qué pedazo de actriz es Mercè Sampietro! Y qué placer volver a verla en un papel a su medida. En los últimos tiempos, su gran trabajo teatral fue la Rosa Priore de Dissabte, diumenge i dilluns, de Eduardo de Filippo, que Belbel montó en el Teatre Nacional de Catalunya (TNC) en 2002. Diez años más tarde fue una superlativa Enone en la Fedra de Racine, en el Romea, de nuevo con Belbel. Pasqual la dirigió dos veces: la dama del parque en la versión castellana de Roberto Zucco, en el María Guerrero (2005), y el año pasado la Zira de A teatro con Eduardo, en el Lliure. Escaso botín, en tanto tiempo, para una actriz de esta categoría. Entre esas funciones, mucha televisión y algo de cine. Hasta que llegan dos papelazos casi seguidos, ambos deslumbrantes, en pantalla y escena: Marga Alegre en Las furias, de Miguel del Arco, y la protagonista de La senyora Florentina i el seu amor Homer, de Mercè Rodoreda. Ha vuelto, pues, al TNC, donde logró su mayor triunfo, y otra vez de la mano de Sergi Belbel, que tiene mucha razón cuando dice que esta comedia jovial y melancólica no está lejos del maestro De Filippo.
La autora la escribió en 1973 y no vio la luz hasta 20 años después. ¿Qué pasó? En 1993, Rodoreda ya era una escritora consolidada. En Cataluña podía haber sido un éxito. Y un personaje ideal, por ejemplo, para Julia Gutiérrez Caba, en Madrid. Pero en el cajón se quedó: misterios. En 1993, Rosa Novell descubrió el texto y se lo propuso a Mario Gas, que hizo una filigrana en el Romea. Novell era Florentina, Pep Cruz era Homer y Rosa Renom la criadita Zerafina.
Ambientada en 1915, narra la historia de una profesora de piano, canto y declamación que vive en el barrio barcelonés de Sant Gervasi y lleva 20 años viéndose cada viernes con Homer, un hombre casado que no se decide a plantar a su familia. La señora Florentina es un personaje estupendo, muy bien dibujado pero difícil de interpretar porque vive a la espera, como la doña Rosita de Lorca o la Filomena Marturano de don Eduardo, y que Mercè Sampietro encarna de modo magistral, midiendo gestos, miradas y silencios con todos sus talentos: elegancia, naturalidad, verdad constante sin aparente esfuerzo, dicción cristalina y una superlativa capacidad de escucha. Su trabajo exhala también un aire chejoviano, como el aroma de esas manzanas que Florentina pone en el brasero para perfumar la casa.
Tiene mucha razón Sergi Belbel cuando dice que esta comedia jovial y melancólica no está lejos del maestro Eduardo de Filippo
El rol de Homer, propietario de una cerería, hipócrita y mezquino, es poco agradecido, con solo dos largas escenas, pero lo sirve fenomenalmente Toni Sevilla, alcanzando su cota en el patetismo de la parte final. El título de la función es, pues, un tanto excesivo: poco pinta Homer en esta obra esencialmente femenina, donde mandan Florentina y sus vecinas y, sobre todo, la criada Zerafina, aparentemente cándida pero más lista que el hambre, y llena de energía y determinación. Va mucho más allá del presunto rol de “damita cómica”, como se decía antes. Parece basar su gracia en el ceceo, pero su sal no solo está en el cómo sino en el qué. El delicioso personaje, verdadero motor de la historia, ya había asomado la nariz en 1967, en el cuento rodorediano que lleva su nombre: a Mihura le habría encantado esa criatura. O a Juan García Hortelano: pensé en la Guada de El gran momento de Mary Tribune. Es un papel bombón en el que se luce Elisabet Casanovas: un gran debut escénico, rebosante de frescura, con una sensacional eficacia a la hora de calzar sus réplicas sin dejar caer ni un solo gag. Las vecinas son Perpètua (Margarida Minguillón), Jùlia (Teresa Urroz) y Zoila (Carme Callol): feliz retorno tripartito, porque de un tiempo a esta parte no se prodigaban en nuestros escenarios. Interpretan a tres mujeres baqueteadas por la vida y por los hombres: amigas fidelísimas de Florentina, se tienen y se apoyan, se cuentan historias para pasar las largas tardes y saben aprovechar los pequeños placeres cuando llegan. Y la gozosa decisión gineceica del final tiene lugar con una mezcla de valentía y sentido común, sin proclamas ni sermones, y con no poco mérito. Hay algunos episódicos deslices hacia lo melifluo que convendría frenar, aunque no empañan la labor de estas veteranas. Buen trabajo también de Enric Cambray, que interpreta con soltura a cuatro personajes breves cerniendo sus trazos básicos, y bien también las dos entradas de Gemma Martínez.
Max Glaenzel ha diseñado una preciosa galería con vidrieras de colores, algo afeada por un jardín de hortensias excesivamente plásticas. El diálogo de Rodoreda es vivaz, naturalísimo, y los perfiles y situaciones muy bien observados, pero la función roza las tres horas, entreacto incluido. Son tres actos; yo creo que en dos se contaba de sobra. Eso, o falta más ritmo en la primera parte. Me resultó también un poco larga la escena de los cuplés. Pese a esos desajustes, el ojo (y el oído) de Belbel para atrapar al público va a valerle, y a todo el equipo, un gran y merecido éxito.
La senyora Florentina i el seu amor Homer, de Mercè Rodoreda. TNC (Barcelona). Director: Sergi Belbel. Intérpretes: Mercè Sampietro, Toni Sevilla, Elisabet Casanovas y otros. Hasta el 2 de abril.
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