De la profundidad de ‘Eva al desnudo’ a la ligereza de ‘La La Land’
Las catorce candidaturas de la película de Mankiewicz representaban un cine quizá ahora irrepetible, ahora, la de Chazelle es una fiesta cinematográfica que acaricia y abofetea
Durante 47 años, Eva al desnudo (1950) mantuvo en solitario el título de película más nominada de la historia de los Oscar. Sus catorce candidaturas representaban un cine quizá ahora irrepetible: la solemnidad de los grandes estudios, la densidad intelectual en el guion, la dirección de Joseph L. Mankiewicz y un reparto exquisito que aglutinó por sí solo cinco nominaciones.
No fue hasta 1997 cuando Titanic empató el récord. Barrió en la taquilla y en los premios, pues acabó empatando con Ben Hur (1959) en su techo de 11 estatuillas. Pero pese al hito técnico, las comparaciones cualitativas con Eva al desnudo resultaron odiosas para los puristas, más centrados en remarcar que fue la primera película desde Sonrisas y lágrimas (1965) en hacerse con el máximo premio sin optar al premio de guion.
Ahora, 19 años más tarde, La La Land completa el trío de plusmarquistas con una apuesta distinta, pues su presunta ligereza es su don y su látigo. Pero, ¿cuál ha sido el contexto que ha favorecido este aluvión de nominaciones?
“Los Óscar no son el voto del país, ni es la taquilla, ni un análisis social o cultural. Es Hollywood aplaudiéndose a sí mismo, votando y premiando sus propios logros”, asegura el profesor de cine en la Universidad de Nueva York (NYU), Dana Polan.
Para él, incluso Eva al desnudo jugaba un rol para la vanidosa industria. “Con la llegada de la televisión había una necesidad de demostrar la superioridad del cine sobre otras artes. Hollywood cargó contra los escenarios, con un retrato de intrigas y puñaladas traperas, y a la vez demostró que podía escribir dramas tan buenos o mejores que el teatro”, asegura.
La crítica del New York Times, no en vano, arrancaba diciendo: “El viejo y legítimo buen teatro, el templo de Tespis y del Arte, el mismo que tiró dardos envenenados contra Hollywood en su momento, ya puede estar preparado para recibirlos de vuelta”.
El comisario jefe del Museo de la Imagen en Movimiento de Nueva York, David Schwartz, considera que guiones como los de Eva al desnudo “ahora se han desplazado hacia el cine independiente. En esta edición están en Manchester frente al mar o Moonlight”. También recuerda que Eva al desnudo, a su vez, representaba la victoria de una actriz, Bette Davis, tras romper por vía judicial el contrato con la Warner, que la tuvo atada durante años a guiones mediocres. “En los 50, muchos actores empezaron a crear sus propias productoras, como Burt Lancaster o James Cagney, e intentaron no depender de un estudio”, explica Schwartz. Y Eva al desnudo era, también, un festín actoral que celebraba el principio del fin de ese sistema esclavista para muchas estrellas.
El profesor Polan matiza, no obstante, que ese año, con las mismas virtudes que la cinta de Mankiewicz, Billy Wilder rodó El crepúsculo de los dioses, sátira sobre Hollywood que tuvo que conformarse con tres Óscar, la mitad que su análoga de las tablas, y provocó la ira del productor Louis B. Mayer.
Desde entonces hasta la llegada del Titanic de Cameron, mucho cambiaron las cosas, aunque no pasó década sin que la épica reivindicara el espíritu bigger than life de Hollywood en los Óscar. “El éxito de Titanic representa dos cuestiones simultáneamente. La historia, el guion y la manera de hacerse evocaba la manera antigua de hacer melodramas. Pero tuvo también la tecnología más puntera. Era el primer triunfo de la era digital, dos años después de que John Lasseter hiciera Toy Story”, argumenta el comisario Schwartz.
De las tres películas nominadas a 14 premios, Titanic es la única finalista en 14 categorías, pues Eva al desnudo hizo doblete en mejor actriz (Bette Davis y Anne Baxter) y mejor actriz secundaria (Celeste Holm y Thelma Ritter) y La La Land en el apartado de mejor canción. “A Hollywood le gustan las películas en las que participe mucha gente, en la que estén todos los gremios implicados. Titanic era épica, había costado una millonada, tenía efectos especiales, era histórica, bien interpretada y con una temática social vaga sobre la lucha de clases. Lo tenía todo”, explica el profesor Polan, aunque recuerda que hasta la vanidosa industria quedó un poco superada por la megalomanía de Cameron y su “soy el rey del mundo” al recoger el Oscar.
Y así llegamos a La La Land, en un Hollywood “que afronta el reto de llevar a la gente a la sala de cine frente a otros soportes. Hay algo en esta película que hace que quieras verla en pantalla grande y recupera el plan de ir al cine un sábado por la noche”, según el comisario Schwartz.
Tras el epítome del Hollywood ilustrado de Mankiewicz y el delirio de grandeza de Cameron, el espíritu informal y claramente millennial de Damien Chazelle, de 32 años, se sube al mismo podio. Pero su propuesta no es rupturista, según Schwartz, sino irresistible para los académicos. “Es alguien que ama a las viejas películas, pero también es una voz nueva”. Michel Hazanavizius jugó la misma carta hace seis años con The Artist.
Polan insiste que “La La Land es un ejemplo de ese Hollywood que huye de la realidad y se autocelebra. Está ambientada en el presente, pero todo tiene el sabor de los momentos pasados: el homenaje al musical clásico, el coche antiguo del protagonista, el jazz… Aunque sí tiene de actual su concepto de éxito, que es más empresarial que artístico”. Schwartz añade que, en ese viaje dicotómico entre lo sentimental y lo profesional, entre lo retrospectivo y lo presente, está parte de su secreto, pues “eso hace que la película, pese a la nostalgia, sea emocionalmente moderna y realista”. Porque La La Land es, en definitiva, una fiesta cinematográfica que acaricia y abofetea. Quizá por fin, un mensaje para el mundo desde un Hollywood que, si de algo sabe, es del reverso tenebroso del éxito.
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