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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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La guerra de los Zappa

Un desafortunado reparto de la herencia enfrenta a los hijos del músico

Diego A. Manrique
El músico Frank Zappa, entre sus hijos mayores, Dweezil y Moon Unit, en una imagen sin datar.
El músico Frank Zappa, entre sus hijos mayores, Dweezil y Moon Unit, en una imagen sin datar.

No era Frank Zappa el hombre más empático del planeta Tierra, pero nadie discutiría su astucia empresarial: básicamente, el californiano usó su carrera en el rock (recuerden aquello de We’re only in it for the money) para subvencionar su vocación de compositor contemporáneo. Su esposa, Gail, debería haber tomado nota cuando el músico, cerca ya de la muerte, sugirió “venderlo todo y salir de este negocio horrible".

Eso ocurrió en 1993, antes de que la era digital jibarizara aquel “negocio horrible”. Pero Gail no pudo o no quiso vender el legado zappiano: más de 60 discos, centenares de horas de audio y vídeo, los derechos de ese material. De hecho, se convirtió en ese temible estereotipo: la viuda del gran artista que controla celosamente el acceso a la obra del difunto.

Estamos, claro, ante ese tópico que se adhiere a cualquier mujer que intente revalorizar el trabajo de un creador al que todo el mundo preferiría considerar “patrimonio universal” (de uso fácil). Con todo, uno sospecha que Gail Zappa también aprovechó para vengarse de algunas humillaciones sufridas en vida de Frank.

Zappa y su esposa, Gail, en una imagen sin datar.
Zappa y su esposa, Gail, en una imagen sin datar.

Y al final, derrapó. Decidió no ser equitativa a la hora de dictar testamento. Dweezil y Moon Unit, sus dos hijos mayores, los que más habían colaborado con Frank, tendrían que repartirse un 40% de la herencia; Ahmet y Diva, los hermanos menores, se quedarían cada uno con un 30%.

Gail Zappa falleció en 2015. Dejó la empresa familiar en estado delicado: demasiadas tanganas con compañías y organizaciones que no trataban con suficiente respeto (léase, compensación económica) la imagen y la música de Frank. En 2016, hubo que vender la casa familiar en Los Ángeles. Adquirida finalmente —no hagan chistes— por Lady Gaga, que pagó 5.250.000 dólares y prometió conservar el estudio del sótano.

El Zappa Family Fund se hizo carga de la propiedad intelectual del finado. Eso suena a entelequia pero, bien gestionado, puede funcionar como mina de oro. Si bien ha encogido la venta de discos, la música de Zappa se toca más que nunca, incluso en las salas de conciertos del universo clásico. Además, aunque Frank odiara la contracultura con toda su misantropía, fue una de sus figuras icónicas: su cara sirve para vender lo que llaman merchandising. Con márgenes brutales: una camiseta oficial cuesta 25 dólares.

La residencia de los Zappa, tal como se vendió

Resumiendo: Ahmet y Diva, los hermanos afortunados, dirigen el Fondo de la Familia Zappa, que pretende convertir el apellido Zappa en marca registrada. Han llevado hasta el absurdo la antipatía materna por los grupos que recrean la música de Frank: impiden que Dweezil Zappa actúe bajo el nombre de Zappa plays Zappa.

Dweezil, que heredó el temperamento belicoso de su padre, respondió cambiando el título de su espectáculo a Dweezil Zappa toca lo que le sale de los c@%&*#s. También proclamó urbi et orbi el penoso estado de las relaciones entre los dos bandos de hermanos. Si no fuera trágico, hasta podríamos detectar allí un punto cómico. Es decir, material para una de esas canciones despiadadas al estilo Zappa.

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