El infierno de la guerra visto desde dentro
El fotoperiodista Louie Palu cuenta el impacto psicológico de su experiencia en el conflicto de Afganistán, recogida en el documental 'Kandahar Journals'
Louie Palu ha rumiado durante años una obsesión: “La imposibilidad de la fotografía para transmitir la realidad de la guerra”. “Lo que leía en casa y lo que veía sobre el terreno eran dos cosas diferentes. No hablo de noticias falsas, sino de cómo no puedes captar el olor de los cuerpos en una imagen”, recuerda por teléfono este fotoperiodista canadiense, que entre 2006 y 2010 trabajó en Kandahar, centro del poder talibán al sur de Afganistán, empotrado con tropas afganas, estadounidenses y de su país. “La mayoría de gente en países ricos vive en una burbuja, y es imposible hacerles entender lo que he visto. He visto, oído y olido cosas muy inquietantes”.
Desde el aire, Kandahar siempre comenzaba siendo “precioso, pero acababa siendo muy feo”. La planicie infinita inducía al fotógrafo un sentimiento de extrañamiento que lo que venía después solo agrandaba: “Al tocar el suelo, parece que estás en la luna”, recuerda Palu (Toronto, 1968), que a los pocos días se encontraba a sí mismo irrumpiendo en pueblos junto a los soldados en busca de talibanes, frente a los restos humanos de un atentado suicida o en misión de rescate con los equipos médicos de la coalición occidental. “Toda guerra y violencia es absurda, muchos soldados que conozco me han dicho lo mismo”, asegura el canadiense, que plasmó las anotaciones y vídeos de sus cuatro años en Afganistán en Kandahar Journals (2015), elegido por el festival DocsBarcelona como documental del mes el pasado enero, cuando se estrenó en salas españolas.
"Concéntrate en el encuadre. Mantén la calma bajo el fuego. Centra tu mente. Reconoce el peligro… y trabaja". Es el mantra que repetía el fotógrafo cada vez que se veía envuelto por el vértigo del combate. Palu, que cubrió después el conflicto con los narcos en México y el ucraniano, no ha viajado a zonas de guerra solo para mostrarla, sino para comprenderla él mismo. Su padre Giuseppe, que fue niño en la Italia ocupada por los nazis, siempre contaba historias de violencia, y de cómo los alemanes se llevaron a su abuelo a punta de pistola. “Necesitaba entender lo que él entendía”, dice.
Lo único que el campo de batalla le ha enseñado es que “el horror” —como decía Kurtz, aquel comerciante de marfil enloquecido de El corazón de las tinieblas— no tiene una única explicación. “He conocido mucha gente que ha cometido atrocidades, y en algunos he percibido un profundo sentido de culpa y arrepentimiento; otros eran fríos como una piedra sin sentimientos. Otros eran psicóticos que nos hubieran matado a todos y sacrificado las vidas de niños si eso hubiera avanzado su causa. Vivimos en un mundo muy oscuro, pero ha sido así durante siglos”.
Por la guerra, Palu sabe que a los verdaderos héroes “no les gusta ser llamados así”. Recuerda cuando un médico cruzó corriendo un campo de minas para salvar a un soldado de 21 años que había pisado una y perdido una pierna. “Podría haber perdido las suyas, pero aun así lo hizo para salvar a un ser humano”, recuerda el fotógrafo, cuyo peor miedo no era morir, sino la llamada que se lo comunicaría a su madre, un sueño recurrente que aún le hace desvelarse por la noche. “Si me mataran yo no lo sabría, ya que estaría muerto”, dice con fría lógica.
Los talibanes eran, en cambio, un enemigo invisible camuflado entre amables campesinos de los distritos rurales de Zhari, Panjwar y Arghandab. “Desde que estoy aquí hace un año no he visto ningún talibán, pero estoy seguro de que he hablado con muchos de ellos”, asegura en el documental Matt Snoddon, un sargento canadiense que se queja de que en la guerra de Afganistán (2001-2014) no había líneas de batalla, zonas amigas o enemigas. Palu no defiende la invasión, pero cree que los afganos están ahora “en mejor posición para intentar reconstruir el país que cuando el régimen talibán tenía el poder”. “No creo que mi papel sea decir quien es bueno o malo, sino hacer fotos para que tú decidas; pero sí diré que cuando alguien se ajusta una bomba al pecho y corre hacia una multitud de civiles inocentes para hacerse explotar es un asesino”, reflexiona.
Embarcado ahora en un proyecto sobre la carrera geopolítica de las potencias por el control del Ártico, Palu ha aparcado su obsesión por comprender la barbarie. Ya lo dijo al marcharse de Afganistán, en octubre de 2010: “Cuanto más veo, menos entiendo”.
Babelia
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