Nos parecemos a nuestros enemigos
Todorov, víctima de los totalitarismos, recordó en vida que ni las causas nobles disculpan los actos innobles
Sin duda, haber vivido el totalitarismo, como le sucedió a Tzvetan Todorov, imprime carácter. Como lo imprimen otras experiencias que tendemos a subsumir bajo el rubro de traumáticas. Pero no porque quienes las han padecido no consigan ya nunca sobreponerse, sino porque, más bien al contrario, suele ocurrir que extraen de las mismas lecciones de extraordinaria lucidez.
Cuando parecía de obligado pensamiento un discurso que casi sacralizaba a las víctimas, Todorov tuvo la inteligencia y el arrojo de llamar la atención sobre las falacias que a menudo esconden este tipo de discursos. Y lo hizo por medio de una crítica, afinada y oportuna, de los usos que del concepto de víctima han tendido a llevarse a cabo de un tiempo a esta parte, recordando que víctima es (también) una construcción teórica a la que atribuimos un conjunto de determinaciones o rasgos que, presuntamente, han de servirnos para entender ciertas conductas.
El problema es que, lejos de cumplir dicha función esclarecedora, el concepto de víctima ha terminado por servir para lo contrario. Como ha señalado certeramente Daniele Giglioli en su libro Critica della vittima, ésta se ha convertido en el héroe de nuestro tiempo. Ser víctima inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de toda duda. ¿Cómo podría la víctima ser culpable, o responsable de algo? Pero ni al derecho ni al revés, claro está. Como recordaba Todorov en su magnífico libro Memoria del mal, tentación del bien, las causas nobles no disculpan los actos innobles. Retengamos de dicha tesis su núcleo esencial: comprender al enemigo significa descubrir en qué nos parecemos a él.
Son afirmaciones que cobran especial relevancia hoy, cuando el miedo y el odio (a los inmigrantes, al otro, a los bárbaros...) parecen haberse convertido en las emociones hegemónicas. En tales momentos, conviene recordar las sabias palabras que nuestro autor publicaba en estas mismas páginas hace cinco años (Juzgar el pasado, 29/02/2012): “Normalmente [...]los países están deseando celebrar a sus héroes y llorar a sus víctimas, pero, cuando se trata de fechorías, preferimos estigmatizar las de los demás”. En vez de eso, más valdría que nos atreviéramos a enfrentarnos a nuestros propios desmanes: tal vez así, concluía, resultaría más probable que no los repitiéramos. Y añadamos nosotros para terminar: acaso de esta manera seríamos capaces de mirar a esos, a los que tanto tememos u odiamos, con otros ojos. He aquí una lección que justifica toda una vida.
Manuel Cruz es filósofo y diputado socialista en el Congreso.
Babelia
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