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Luis Landero: “La redes sociales son las ‘chuches’ de la información”

El escritor extremeño vuelve a la ficción desaforada con ‘La vida negociable’

Javier Rodríguez Marcos
El escritor Luis Landero, en una peluquería de Madrid el 27 de enero.
El escritor Luis Landero, en una peluquería de Madrid el 27 de enero.BERNARDO PÉREZ
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Reñido con la literatura, saturado de ficción. Así decía sentirse Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) cuando publicó El balcón en invierno, un libro anclado en su propia biografía de muchacho de pueblo trasplantado a Madrid. Dos años después, el escritor extremeño vuelve a la invención desaforada con La vida negociable (Tusquets), que hoy llega a las librerías.

“No era la primera crisis ni será la última”, dice el escritor sobre aquella pájara de 2014. “También como lector te cansas de la ficción y te pones a leer filosofía. Pero de repente surge un vislumbre de historia y ya estás otra vez en el lugar del crimen”. En este caso la chispa fue la imagen de una madre que tiene un secreto, una mujer que se ve obligada a llevar a su hijo a la casa de su amante. El resto fue sentarse a escribir, eso sí, con un plan: Siempre lo hago porque tengo una imaginación que no es de fiar. Se me ocurren demasiadas cosas y a veces no sé elegir bien. Prefiero saber lo que va a pasar, escribir con las luces largas”.

Cuando el protagonista de La vida negociable se entera del secreto, se convierte en un pícaro chantajista: “Cuando alguien cuenta su historia en primera persona y le ocurren muchas cosas, inevitablemente todo se vuelve picaresco”. El pícaro de su novela tiene algo de cara B del Landero joven de El balcón en invierno, como si el escritor hubiera querido jugar temporalmente en el bando de los malos: “Un poco sí”, asiente. “Pero todas las historias de iniciación tratan de lo mismo: de la pérdida de la inocencia. El personaje la pierde de un modo abrupto y se da de bruces con el mal. Y el mal es muy seductor: te puede hacer poderoso, darte la posibilidad de chantajear y hasta de esclavizar a los demás”. Eso es lo que hace su personaje, que termina triunfando como peluquero a su pesar y cuya vida cambia radicalmente cuando tiene la sensación de dejar atrás la niñez. También el novelista tuvo esa sensación. “En mi caso”, dice bajando la voz, “el corte fue la muerte de mi padre, a quien yo había traicionado, aunque la palabra sea un poco fuerte. Me hacía asumir responsabilidades impropias de un niño”.

“Hoy, lo que la escuela enseña la televisión lo niega, y lo escarnece”

Cuando murió, él se tuvo que poner a trabajar. Se convirtió en el hombre de la casa con 16 años. “Me di cuenta del esfuerzo que había hecho mi padre para que yo fuera alguien en la vida y cómo yo le había decepcionado. También me di cuenta del dolor enorme que me causó su ausencia”. Con la muerte de su progenitor, también en su familia afloró un secreto: “Uno que yo tenía muy bien guardado, quizás mi madre también: la liberación que había sentido con su muerte, lo cual fue terrible. Vivíamos mejor sin él. En casa creaba un clima de violencia sorda y de repente nos sentimos más libres. Respirábamos. Visto con el tiempo, de ese momento manan mi destino, el hecho de ser escritor, y muchos de mis fantasmas literarios”.

Luis Landero podría haber sido profesor del protagonista de su novela, lanzado a estudiar de mayor lo que de joven no quiso estudiar. Cuando se estrenó en 1989 con Juegos de la edad tardía —que recibió los premios Nacional y de la Crítica—, llevaba diez años como profesor de literatura en un instituto madrileño. En 1992 pasó a dar clase en la Escuela de Arte Dramático. La experiencia docente en uno y otro sitio le enseñaron que la lectura es una enfermedad contagiosa cada vez más difícil de contagiar. “Las clases de literatura deben dedicarse a leer”, explica. “En clase se puede leer el Quijote siempre que el profesor sepa seducir con comentarios breves. Leer y comentar en grupo es algo estupendo. A todo el mundo le gusta opinar, pues hay que aprovecharlo. Lo que no puedes es decirle a un chaval que se lea La Celestina en su casa. En casa que elijan ellos los libros: tebeos, Harry Potter... Lo importante es que lean. ¿La teoría? Cuatro cosas. Lo mínimo para saber en qué siglo vivió Cervantes. Por si van a un concurso de la tele”.

“Mi padre creaba un clima de violencia sorda. Al morir nos sentimos libres”

Lo de la tele lo dice entre risas y, a la vez, muy en serio. En su opinión, la televisión y las nuevas tecnologías están en la trinchera opuesta a la enseñanza: “Es un fenómeno que yo viví a pie de obra. Cuando empecé a dar clase, en 1978, había mucha paz en los institutos, pero la enseñanza se ha ido deteriorando. Ahora la lectura tiene tanta competencia... ¿cómo va a hacer nadie el esfuerzo de leer? No sabemos cómo serán de mayores los nativos digitales que crecen con Internet y al que dedican mucho tiempo, tiempo que no van a dedicar a la lectura. ¿Cómo le vas a decir a un niño que coma legumbres cuando puede comer chuches? Porque el WhatsApp y las redes sociales son chuches, juguetes, las chuches de la información. No cuestan ningún trabajo. Sin embargo, formarte culturalmente requiere un plan y un esfuerzo, lleva un tiempo”.

También para hablar del contenido de la educación recurre Landero a su experiencia a pie de obra. Todo cambió, dice, cuando llegaron a la tele los reality shows: “A los niños los educan los colegios, pero también la sociedad. Yo recuerdo muy bien cuándo aparecieron los reality shows. A partir de entonces empezaron a cambiar los referentes de los alumnos, que pasaron a ser el consumo, el dinero fácil, la fiesta continua, la fama. Hoy, lo que la escuela enseña la televisión lo niega, lo escarnece y lo destruye. Sociedad y escuela ya no forman un todo”.

Una gran duda: “¿Los Papas creen de verdad en Dios?”

Cuando se le pregunta a Luis Landero qué secreto ajeno le gustaría conocer, el escritor responde sin dudar: “¿Los Papas creen de verdad en Dios? Tengo un amigo cura al que se lo he preguntado, pero se va por las ramas”.

Pese al arrebato gamberro, el autor extremeño afirma: “La sociedad transparente, sin secretos, sería el horror. El hombre está a medio civilizar. Nuestros instintos primitivos están reprimidos pero a flor de piel, en cualquier momento pueden salir a la luz. Hay gente que tiene miedo de que los inmigrantes les invadan, pero se lo callan hasta que llega alguien como Trump o Putin, que son nacionalistas y machistas y ellos no se lo callan... La gente les vota porque reconoce en ellos al macho alfa de la manada”.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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