El indómito galeón de ‘Billy Budd’ atraca en el Real
Deborah Warner, estrella de la escena inglesa, adapta en Madrid la ópera de Britten
Herman Melville, ese Kafka de los mares, dibujó a Billy Budd con sus letras de tormentosa lucha entre el bien y el mal como un Adonis. Un ser muy despierto a la vida y muy inocente también, derrotado por ese malaje que algunos llaman destino. Benjamin Britten descubrió la magnética fuerza de la ambigüedad que llevaba encima la historia de este marinero al que pocas cosas doblegaban y escribió una música poderosa en la que saltan los electrones de una permanente tensión sexual. La ópera llega por primera vez al teatro Real, con un montaje de Deborah Warner y con Ivor Bolton en el foso.
Si el creador de Moby Dick se sentía atraído por esa nada y ese todo que es el mar: por sus abismos y su frontera con el cielo como metáfora absoluta, Britten comulgaba con algo parecido. Su poder irradia en Billy Budd, pero también en otras óperas suyas como Peter Grimes o, más sutilmente, en Muerte en Venecia. “El mar es la metáfora en todos ellos de lo que nos iguala. En sentido humano, pero también del deseo, del destino”, asegura Michael Levine, autor de la escenografía para un espectáculo que será estreno mundial, a partir del día 31 en Madrid.
Y de condena. Porque Billy Budd, el buen muchacho ingenuo, bello, tan aparentemente indestructible como frágil en su atractivo, reta los más bajos instintos de un maestro de armas que decide destruirle por despertar en él oscuros deseos. Navega así la ópera entre la pasión que degenera en odio y la represión como forma de enfrentarse al mundo, encarnada en el alma de John Claggart. Y sin que otro personaje, el capitán Vere, pueda remediar el castigo a costa de un eterno remordimiento, cuyo testimonio abre la obra.
Se trata de un título en el que la homosexualidad planea sobre todos los átomos que pueblan la escena. Sólo hombres la interpretan. Protagonistas y tripulación. Solistas y coro. Unos 40 marineros frente al público, encabezados por Jacques Imbrailo (Billy Budd), Toby Spence (Vere) y Brindley Sherratt (Claggart) en los papeles principales. “Britten es más de este tiempo. Lo entendemos hoy abiertamente. Imagino, que si se levantara de la tumba estaría encantado”, asegura Warner.
Queremos tanto a Benjamin...
Desde que el teatro Real entrara en su más reciente etapa, Benjamin Britten ha triunfado sin cesar. El primer título que se programó suyo fue Peter Grimes, con un montaje de Willy Decker en 1997. Éxito. También el director de escena alemán puso en pie Muerte en Venecia hace dos temporadas con idéntica acogida. En medio, Otra vuelta de tuerca sedujo al público en 2010 con ese cuento de inquietantes niños fantasmas inventado por Henry James que tuvo en el foso a Josep Pons en plena era Gerard Mortier. La historia de Billy Bud, con este montaje de Deborah Warner y escenografía de Michael Levine –que triunfó en Madrid con la deslumbrante Diálogo de carmelitas (Francis Poulenc), montada por Robert Carsen- está llamada a seguir la estela de gloria de la que el compositor inglés goza estas últimas décadas en Madrid.
Hay algo en él que seduce a esta mujer de teatro que llegó a la ópera hace ya más de 20 años y se ha implantado en esta forma de expresión, fascinada por sus posibilidades de discurso. “Me encanta su sentido dramático. Quizás él no fuera consciente cuando en vida montaba las óperas, pero observo en su obra algo que no tiene límites, una dramaturgia equivalente en la acción y la tensión que le imprime mediante la música, a la altura de Shakespeare con las palabras”.
Difícil sustraerse a la tentación de enfrentar el bien contra el mal en esta pieza –que fue adaptada en el libreto por otro grande, el escritor E. M. Forster-, sin ahondar en lo que realmente importa, según la artista británica: su ambigüedad. “Es lo que multiplica la tensión compleja que viven los personajes”, añade. Vere con su remordimiento, Budd en su sabiduría, al comprobar que aceptando el destino, su tragedia iluminará a otros… Y Claggart, absolutamente dominado por su lucha contra el deseo real que siente. “Con esta obra me ocurre que me quedo muda ante las situaciones que a veces se dan en los ensayos. Es muy potente para quien se mete dentro. Y en su dramaturgia, interpretándola, llegamos más lejos que los propios expertos académicos al analizarla”, asegura Warner.
Una mezcla de violencia y ternura definen la música y el tratamiento que da Britten a los personajes. “Y eso seduce constantemente al público”, comenta la directora de escena. No es el único título que ha llevado a cabo del compositor. También le encanta y ha hecho Otra vuelta de tuerca desde que comenzara en la ópera tras responder a la insistencia de Nicholas Payne, que fue responsable de la English National Opera y la convenció para dirigir Woyzzeck, de Alban Berg.
Supuso su estreno en el género hacia 1994. “Insistía cada seis meses después de haber visto un Tito Andrónico mío -ya te puedes hacer idea, salvaje- con la Royal Shakespeare Company. A los dos años de tocar a mi puerta puntualmente cada medio año, dije, bien, vale, sí”. Después llegaron otras, hasta desembocar en un camino al que no ve fin. “Creo que los directores de escena hemos contribuido a que la ópera se mantenga en forma al menos una generación más. Ojalá los teatros se las arreglen también para renovar el público atrayendo jóvenes”. Los asombros descuentos -20 euros una entrada de último minuto- para menores de 30 años en el teatro Real son un ejemplo. Todavía quedan para ver este título que promete ser uno de los destacados esta temporada.
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