Se busca público para la Solución Final de la cuestión judía
Un espectáculo en Barcelona recrea la Conferencia de Wannsee, en el 75º aniversario de la reunión en que los nazis allanaron el camino del Holocausto
Resulta raro estrecharle la mano a Reinhard Heydrich, el jefe de los servicios de seguridad del III Reich, probablemente el peor tipo que haya existido, el secuaz más cruel de Hitler, categoría en la que había reñida competencia. El joven actor Carles Goñi, que lo encarna, es bien consciente del peso de su terrible personaje. Y eso que no luce el uniforme de general de la SS, sino un simple abrigo y una bufanda. Aquí dentro hace un frío que concuerda con la historia de corazones de piedra y gélidas voluntades que se cuenta, aunque contrasta con los hornos que luego se encendieron. Estamos en el salón noble de la preciosa Casa de la Seda en Barcelona, edificio del siglo XVIII en que se asentaba el Gremio de veleros y tejedores y que por primera vez se usa como escenario. Esta gran habitación forrada de madera y seda, con grandes cortinas rojas, iluminada por tres enormes arañas de cristal que penden del techo, se convierte por la magia del teatro en un salón de la villa del número 56-58 de la avenida Am Grossen Wannsee, una mansión en el barrio residencial de clase alta de Wannsee, en las afueras de Berlín, donde tuvo lugar una de las reuniones más infames que se recuerde.
El martes 20 de enero de 1942 –que amaneció nevado-, 15 hombres realmente sin piedad, nazis de la peor calaña, aunque la mayoría gente instruida y joven, entre ellos Heydrich, su escudero Adolf Eichmann , Heinrich Gestapo Muller, el Gruppenführer de las SS Otto Hoffmann, de la oficina de Raza y Reasentamiento, o Roland Freisler, futuro atroz presidente del Tribunal Popular del Reich, se dieron cita en la villa, situada junto a un lago y convertida en casa de huéspedes de las SS, para hablar sin tapujos del exterminio de los judíos de Europa, que debía afectar a 11 millones de personas, discutir algunas de sus estrategias y ver cómo se podía llevar a cabo de la manera más efectiva.
"Fue la conferencia más repugnante de la historia", subraya el director del montaje, Pavel Bsonek
La Conferencia de Wannsee la convocó Heydrich y congregó a representantes de ministerios, de la policía y del partido, involucrados en la “cuestión judía” (dada la fama del anfitrión alguno llegó temblando, y no de frío). Más allá de su alcance concreto –que aún discuten los historiadores- la conferencia se ha convertido (a falta de encontrar el pistoletazo de salida en las órdenes directas de Hitler) en símbolo de la decisión nazi de desatar el Holocausto con todas sus consecuencias. Ahora, la compañía Exquis Teatre, en el seno de un amplio proyecto teatral sobre la memoria histórica, escenifica lo que sucedió en Wannsee, reconstruyendo “la conferencia más repugnante de la historia”, en una obra de Filip Nuckolls, Vladimir Cepek y Pavel Bsonek que dirige este último bajo el título de La conferencia de Wannsee y que se estrena oficialmente el viernes, cuando se cumplen exactamente día por día los 75 años de la auténtica reunión. El montaje se representa durante tres semanas, de miércoles a domingo.
“Una merienda, 15 hombres, seis millones de muertos”, es el contundente subtítulo del espectáculo, que durante 80 minutos te convierte en público de la Solución Final. La Conferencia de Wannsee ya fue objeto de un filme para televisión (Conspiracy, 2001) con Kernneth Branagh como Heydrich (ganó un Emy al mejor actor). “Si se puede hacer una película se puede hacer una obra de teatro”, señala Bsonek, director checo residente en Barcelona, durante un ensayo en la Casa de la Seda. “El texto se basa en un 99 % en documentación real, las actas de la reunión, de las que se conserva una sola copia de las 30 que se hicieron, hallada por el equipo fiscal de EE UU mientras preparaba los juicios de Nurenberg en 1947. En esencia, la obra es el documento, el llamado Protocolo de Wannsee, dramatizado. Es lo que ocurrió. Hemos añadido una narradora (Oriana Bonet) al principio y al final para contextualizar”. La narradora explica al acabar que fue de los reunidos: a buena parte les esperaba el patíbulo.
El montaje no cuenta con más escenografía que unas mesitas y un mueble con bebidas. “El espacio ya es espectacular”, señala el director, que recalca la proximidad del público. “Eso sirve para evidenciar que cualquiera de nosotros podría ser uno de ellos, que en realidad no eran tan diferentes. La cuestión moral de la colaboración con un sistema criminal está muy presente”. Sorprendentemente, se ha resuelto no utilizar uniformes, que sin duda habrían hecho más impactante el espectáculo. Algunos de los que acudieron a la reunión sin duda los vestían y así se muestra en la película de Branagh. “Hay varios motivos, uno que era complicado conseguir los uniformes correctos, con sus insignias y condecoraciones, y otro, que hubiera resultado carísimo. Por otro lado, ni siquiera Heydrich iba siempre de uniforme, y lo importante es el texto, lo que se dice, y los uniformes hubieran restado atención”. Si uno cuenta, resulta que los 15 participantes son en la obra 14. “Por cuestiones de intendencia hemos suprimido uno, pero es Alfred Meyer, un hombre irrelevante”. A Meyer se le consideraba débil y cobarde hasta para el pecado, como dice el historiador Mark Roseman en su libro sobre Wannsee La villa, el lago, la reunión (RBA, 2001).
En cuanto a la trascendencia de la Conferencia de Wannsee, Bsonek es partidario de la opinión de que las grandes líneas del Holocausto estaban ya decididas, emanadas de Hitler, y que la reunión sirvió para precisar los detalles (como qué hacer con las personas de ascendencia mixta), marcar ritmos e implicar a diferentes instancias del Reich en el asesinato, hacerlos cómplices activos. “Nadie se opuso, y se aportaron diligentemente ideas para mejorar los planes”. En todo caso, es la marca indicadora más clara de la política oficial de llevar adelante el genocidio (que de hecho ya había comenzado) y allanarle los caminos.
Heydrich y Eichmann en escena
“La maquinaria espera, ¡engrasadla!”, les espeta Heydrich a sus invitados en su discurso final en el espectáculo, antes de servirse un coñac. Carles Goñi resulta un Heydrich convincente. ¿Qué tal es hacer de ese asesino de masas? “Es raro, al principio abruma, pero luego te acostumbras. Era un tipo repulsivo, vanidoso y prepotente, que se sabía temido por todos. A veces, al acabar de hacerlo, te queda una mala leche...”. A Goñi le hubiera gustado interpretarlo de uniforme: “Para que vamos a engañarnos, el uniforme nazi da prestancia al personaje e impresiona”. En cambio José Pérez-Ocaña, que encarna a Eichmann no considera necesario hacerlo uniformado: “El uniforme no es determinante, para mí son más importantes los zapatos, es alguien a quien no podrías hacer con zapatillas deportivas. Lo más terrorífico en todo caso de estos tipos es que podrían ser tus vecinos”. Para el director, Pavel Bsonek, Heydrich era la cabeza y Eichmann, el funcionario calculador, las manos. Bsonek es checo de Praga, lo que le da una perspectiva especial sobre Heydrich, que fue gobernador nazi (Reichprotektor) de Bohemia y Moravia. “Fue y sigue siéndolo nuestro monstruo particular, sanguinario y vengativo, realmente malvado”. Pero ustedes, afortunadamente, lo mataron. “Sí, comandos checos entrenados por los británicos, en un atentado en Praga en mayo de 1942”. Heydrich no llegó a ver el infierno que había encendido en Wannsee.
El director señala paralelismos de la época nazi con el momento actual: “Estamos en ese mismo momento peligroso en que se rompe el equilibrio social y la balanza se inclina del lado extremista. En situaciones de crisis es muy fácil manipular a la gente”.
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