Neil Young: Esta guitarra aburre a fascistas
El último disco del músico recibe una calificación de 7 sobre 10
Siempre se asocia a la madurez una cierta desorientación, un frenesí quizás debido a la inminencia de la decrepitud. Aplicar tal noción a Neil Young (Toronto, 1945) sería incierto además de injusto; su carácter impulsivo y prolífico se fraguó en una trayectoria imprevisible, de giros bruscos y espantadas varias. En los últimos tiempos hubo excéntricas colecciones de versiones —Americana (2012) y A Letter Home (2014)—, la embelesada carta de amor a su nueva compañera que redactó Storytone (2014) o la operación contra las corporaciones agrícolas del mediocre The Monsanto Years (2015). Además, publicó dos volúmenes memorialistas un tanto desconcertantes, y su quimérica lucha por la calidad del sonido digital ha sido masivamente ignorada.
Artista: Neil Young
Disco: Peace Trail
Sello: Reprise-Warner
Calificación: 7 sobre 10.
Pero en este método de prueba y error se dan ocasionales aciertos: Le Noise (2010) plasmaba en grandes canciones un logrado experimento acústico; las exploraciones en la electricidad y la nostalgia de Psychedelic Pill (2012) sedimentaron como testamento de su orgánica relación con los finiquitados Crazy Horse; y el reciente doble en vivo Earth, donde fusiona su repertorio con sonidos de la naturaleza en un alegato ecologista entre ingenuo y monumental, documenta actuaciones enérgicas. Sus contemporáneos se acomodan en giras de autobombo, pero Young sigue adelante, los sentidos alerta, el ánimo imbatible. No le importa que el precio a pagar sea el enfado de sus fans o el desprecio de la crítica. El artista verdadero sabe que los aplausos recortan tu vuelo y la entronización te criogeniza en vida. De ahí la pésima acogida que está teniendo Peace Trail, su grabación menos constreñida en mucho tiempo: su guitarra eléctrica reluce elocuente, la armónica suena enojada y herrumbrosa.
El aliento de ultrajada denuncia —esta vez se opone a la construcción de un oleoducto que atraviesa una reserva india— no deviene aquí tan principal como sus bramidos contra Bush y la intervención en Irak o su indignación por los transgénicos. Se acusa a Peace Trail de falta de elaboración e ideas, de recalentar acordes y tonadas, pero en esa dejadez reside su atractivo. Grabado en cuatro días con el batería Jim Keltner, maestro del fundamento sin exhibicionismos, y el bajista Paul Bushnell, el nuevo alegato del anciano hippy que no quiere callarse la boca desprende un contagioso naturalismo, recordándonos que siempre reaccionó a los éxitos con enormes despropósitos o registros desganados. Peace Trail no es el memorable On the Beach (1974), pero alberga momentos de enjundia: el tema titular sin ir más lejos, la sinuosa Indian givers o el fatídico relato John Oaks, también las baladas Show me y My pledge, inconfundibles. Y conserva un perverso sentido del humor en Terrorist suicide hang gliders o la broma tecnológica My new robot.
Vale, parece el anciano que protesta por asuntos que otros más jóvenes dan por sabidos. Sus exabruptos suenan a monserga del resabiado brujo de la tribu, pero esa constante actividad —la explica en Can’t stop workin’— es ejemplo moral en estos tiempos de corrupción generalizada y malos presagios. No quiero imaginar lo que estará tramando contra Trump.
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