Costa Rica se abre como puerto del incipiente cine de Centroamérica
El Festival Internacional de Cine de Costa Rica pretende ser un punto de encuentro de los nuevos cineastas de la región
Hay una frase que recorrió el Festival Internacional de Cine en Costa Rica (CRFIC) y que se cruzó entre público, cineastas y organizadores: “esto no ocurría antes”. Lo repiten en entrevistas, en las mesas redondas o en las filas que se formaron para apreciar alguna de las 72 producciones de 32 países elegidas para este encuentro diverso que concluye este sábado después de diez días de trajín. De un trajín que no ocurría antes, insisten.
Este es el festival que pretende convertirse en punto de encuentro y de proyección a la inquieta camada de nuevos cineastas en Centroamérica y a profesionales vinculados que no llega todavía a ser industria, pero sí una fuerza efervescente como se mostró durante dos semanas en esta capital. Hubo más de 100 invitados y se homenajeó a la cineasta estadounidense Kelly Reichardt; la directora de programación fue Nicole Guillemet, quien ha producido el Festival Sundance en Utah.
Con una presencia de público mayor a todas las ediciones anteriores (incluso superior a los 15.000 del 2015 a pesar de seis días de lluvia imprevista) y con la atención de críticos y publicaciones especializadas, el CRFIC juntó a una comunidad incipiente, más conectada al exterior, con mejores recursos conceptuales y una creciente diversidad temática, como subraya el director artístico del festival, Marcelo Quesada.
“Hace un tiempo esto no era creíble”, repite Quesada antes de recordar una anécdota de 2005, cuando en el Festival de Cine de San Sebastián la historiadora e investigadora del cine María Lourdes Cortés preguntó si alguien era capaz de mencionar al menos un título desarrollado en alguno de los seis países del centro de América. El silencio fue absoluto, recuerda Quesada como punto de contraste con el repunte que el sector ha logrado en la última década. Este se simboliza con el exitoso largometraje guatemalteco Ixcanul, galardonado este año en el Festival de Cine de Berlín, pero también con una mayor presencia de producciones del istmo en otros festivales y en salas.
“Ya se puede hablar de cine hecho en Centroamérica, ya es real”, comenta en San José la directora salvadoreña Marcela Zamora dos horas antes de la proyección de su documental Los ofendidos. “Ya existimos fuera de nuestras fronteras. Ya el cine centroamericano da de qué hablar y se le reconoce ese despertar, después de muchos años a la sombra del cine mexicano y de una época muerta después de las guerras en Centroamérica (años 80 y 90). Hubo una generación que estudiamos fuera y volvimos”, comenta la documentalista reconocida por El cuarto de los huesos, sin dejar de señalar el empuje de otros más jóvenes que aprovechan ese impulso.
Esa fusión entre generaciones, intereses y capacidades fue la meta del festival en San José en su edición número cinco después de 18 años de servir solo como muestra. En 2015 se lanzó la apuesta por el enfoque centroamericano al abrir producciones en competencia y en este 2016 promovieron una sección de asesorías e incentivos para desarrollos en toda la región, además de dar un enfoque regional a las actividades formativas, otra columna del CRFIC.
“Somos conscientes de que si queremos generar resonancia y visibilidad la mejor manera es hacerlo como región. Es más viable atraer fondos, productores, programadores… Lo bueno es que no hay que forzarlo, porque en general el cine vive en los países de Centroamérica momentos similares y condiciones similares”, añade Quesada. En Costa Rica destacan nombres como Paz Fábrega, Ishtar Yasin y Neto Villalobos y Esteban Ramírez. En Guatemala, Jayro Bustamante (Ixcanul) y Julio Hernández Cordón, dueño de un espacio en el cine de autor.
Habrá pronto nuevos nombres, vaticina Fernando Chaves, periodista especializado en cine y programador en este CRFIC. Su optimismo encuentra motivos en la respuesta del público y en el trabajoso pero cierto crecimiento de opciones de financiación mediante fondos estatales, privados e internacionales. “Se trata de trabajar en la cohesión, conexión y profesionalización de un sector que despertó y está creciendo”.
Así intentan combatir los problemas que también son comunes en la producción audiovisual de los países del istmo, como el insuficiente apoyo estatal y la escasez de redes de apoyo alrededor de iniciativas particulares, además de los hábitos de consumo todavía dominados por la arrasante influencia del cine comercial importado de Estados Unidos.
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