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¿El nuevo disco de los Rolling Stones? Ruidoso entusiasmo

Mick Jagger protagoniza, como vocalista y armonicista, un álbum dedicado íntegramente al blues

Diego A. Manrique
Los Rolling Stones durante su actuación en el festival Desert Trip en el Empire Polo Club en Indio, California, en octubre de 2016.
Los Rolling Stones durante su actuación en el festival Desert Trip en el Empire Polo Club en Indio, California, en octubre de 2016.Mario Anzuoni (REUTERS)

Dos opciones frente a Blue & Lonesome, el álbum que los Rolling Stones editan el viernes 2 de diciembre. La primera, lamentar que este lanzamiento retrase una vez más la hora de la verdad: la materialización de un disco con canciones nuevas –el último fue A Bigger Bang, en 2005- que demuestre que son un ente creativo y no esa máquina pensada para recaudar cantidades ingentes de dinero que sale en los telediarios.

La segunda opción consiste simplemente en disfrutar con lo que nos llega: una colección de blues eléctricos, 12 temas añejos tocados con ruidoso entusiasmo. El productor, Don Was, ha conservado la camaradería ambiental. Es un disco, atención, protagonizado por Mick Jagger, como vocalista y armonicista: de hecho, dominan los temas hechos por bluesmen que alternaban canto y armónica, como Little Walter, Jimmy Reed o Howlin’ Wolf. Sabemos, sin embargo, que Jagger ha mostrado una curiosa ambivalencia respecto al oficio de cantante de blues.

Ya en 1968, se preguntaba qué sentido tenía escuchar su I’m a King Bee cuando se podía acceder al original de Slim Harpo. En sus comienzos, los Stones ejercían de proselitistas del blues, música entonces fuera del mainstream. Hoy lo explican como una casualidad, el resultado de buscar una oferta novedosa, pero consiguieron extraordinarias proezas. Por ejemplo, colocar el sugerente Little Red Rooster, puro blues de Chicago, en el número uno de Gran Bretaña, a finales de 1964.

Siempre mostraron respeto por la forma y sus creadores: nada de apropiarse de composiciones ajenas, al estilo Led Zeppelin. Se esforzaron por ayudar a sus maestros, grabando discos conjuntos y llevándolos de gira. En más de una ocasión, han pagado discretamente tratamientos médicos o el coste de un entierro.

Volvamos al escepticismo de Jagger. La respuesta es obvia: sus versiones tendían a ser crudas, insolentes, libidinosas. Cierto que el valor simbólico del gesto ha disminuido: ahora funcionan cien mil músicos de blues (blancos, en su mayoría) que recrean el repertorio de los clásicos, en unos casos con exuberancia instrumental y en otros con esforzado primitivismo. Consciente de esa ubicuidad, Jagger ha profundizado en su fonoteca, seleccionando temas poco quemados, a veces interpretados por artistas hoy olvidados, como Lightnin’ Slim o Magic Sam. Como en sus inicios, procura presentar una propuesta fresca para el gran público.

En realidad, Jagger ya probó exactamente esta misma jugada: en 1992, se metió en un estudio de Los Ángeles con una banda local, The Red Devils, y grabó suficiente material para un álbum. No llegó a editarlo, aparte de un tema rescatado para su The Very Best of Mick Jagger (2007). Aquí se advierte la inteligencia de Jagger, el businessman: tras sus fracasos como solista de sonido moderno, un disco suyo haciendo blues no hubiera incendiado las listas; sin embargo, firmado por The Rolling Stones, es recibido como un gran acontecimiento.

Jagger repitió el método de 1992: algo rápido e indoloro. En diciembre pasado, se juntaron con sus músicos de directo en British Grove, estudios londinenses -propiedad de Mark Knopfler- que combinan tecnología analógica y digital. Iban a trabajar en las nuevas canciones pero eso se hizo muy cuesta arriba. De rebote, se embarcaron en lo que ha sido bautizado como Blue & Lonesome. En tres días, liquidaron el disco: para Jagger, Keith Richards y el baterista Charlie Watts, resultó sencillo recuperar el espíritu de sus inicios. Cierto que Richards anda algo oxidado pero para eso cuentan con los servicios de Ronnie Wood.

De visita en el estudio, también se apuntó Eric Clapton. Que interpreta su papel de dios de la guitarra en un par de temas lentos, que aparecen –cuando salga el LP- al final de cada cara. El resultado es pirotecnia vistosa, aunque se aleja del tono general: una banda eficaz, al servicio de su vocalista.

En los peores momentos de su carrera, Jagger solía exagerar los manierismos de artistas estadounidenses. Por el contrario, aquí está certero en su papel. No aspira a sonar más negro que los originales: es un connoisseur del blues que reinterpreta ocurrencias ajenas con inteligencia, filtradas a partir de sus vivencias. Tampoco se plantea si esa es la música que le corresponde, por raza o por estatus económico. A su modo, ha vivido inmerso en los blues desde hace más de medio siglo y aquí demuestra que sabe comunicar sus sentimientos universales.

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