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CARTAS DE CUÉVANO
Columna
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I FIL good

Por andar de 'cazafirmas' pude convertir en ritual el milagro anual de ver en persona a los escritores que admiraba

Todo empezó con piso de tierra y carpas alargadas. Yo iba de colado con mi maestro Luis González y me quedé cerca de una mesa donde no había libros, sino ron, cocacolas y unos hielos. Se me acercó un hombre de barbas, quizá para averiguar mi procedencia y con el salvoconducto de mi maestro, decidió preguntarme cómo veía la Feria del Libro. Le respondí con amplias dudas, augurándole una corta vida que –afortunadamente—resultó ser una equivocadísima imbecilidad.

A partir de entonces, seguí viajando año con año a Guadalajara como para verificar mi errado pronóstico, convertirme en ávido cazador de autógrafos y, lamentablemente, exagerado y mal bebedor de esa brebaje tradicional de la región que conocemos como tequila. Por andar de cazafirmas pude convertir en ritual el milagro anual de ver en persona a los escritores que admiraba y que a partir de 1991 fueron conformando la honrosa galería de lo que se llamaba Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo hasta el año 2005. Recuerdo a Nicanor Parra ante una panda de intolerantes universitarios que exigían que el Poeta declarase si creía o no en Dios, a lo que respondió que “Sí… se llamó Juan Sebastián Bach” o la mano de Eliseo Diego extendida sobre la panza de mi esposa, como si bendijera al hijo que ya llevábamos embarazados ambos en 1993. Recuerdo a Julio Ramón Ribeyro, por supuesto fumando y a Nélida Piñón que hablaba cantando, a Monterroso que afirmó en un discurso que sería breve y dijo entonces. “Muchas gracias”. Recuerdo el premio para Juan José Arreola y que se me concedió presentar a su lado un hermoso librito que festejamos degustando una honrosa botella de champán y a Juan Marsé que hablaba como los ángeles en 1997, a Juan García Ponce en 2001 y siguieron Cintio Vitier, Rubem Fonseca, y Juan Goytisolo hasta que el premio para Tomás Segovia suscitó la lamentable confusión que motivó el cambio de nombre y se convirtió por dos años en Premio FIL de Literatura (a secas) con Monsiváis y Del Paso y luego, Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances con Antonio Lobo Antunes… y así, tres décadas donde mi generación pasó de ser lectora a escritores en ciernes, presentadores en potencia, conferencistas poco a poco consuetudinarios sin dejar de leer a cada uno de los autores galardonados y los cientos de buenos ensayistas, notables novelistas, prístinos poetas, minuciosos cronistas y todos los géneros de diversos idiomas y banderas que han paseado sus biografías por los pasillos de esta FIL que año con año aumenta en su número de lectores visitantes y en espacios de exhibición, venta, conversación, debate y tertulia de libros y literaturas.

En la FIL he visto año con año la conmovedora y encomiable abundancia de lectores no sólo de Guadalajara o de Jalisco, sino de muchas regiones de México

Que conste que sólo he faltado a cinco ediciones, incluyendo el año en que ni llegué a las instalaciones por redefinir el Universo durante cinco días de intensa juerga con mariachis en Tlaquepaque o la edición en que el país invitado fue Cuba y preferí mantenerme lejos del cantado conflicto que se pintó ente la Cuba Disidente y los enviados oficiales del Comandante, recién fallecido. Hay quienes creen que mi mejor participación fue apenas el año pasado al honrarme con la posibilidad de conversar en público con mi amigo Antonio Muñoz Molina o las ocasiones en que igualmente he podido demostrar la conjugación de afecto y admiración con José Emilio Pacheco, Eliseo Alberto, Juan Villoro, Margo Glantz, Tomás Segovia. Hay quien asegura que lo mejor de estas décadas ha sido que me presenten mis hijos cantando o el orgullo con el que he visto florecer a no pocos autores jóvenes y otros que ya no son tan jóvenes, todos escritores que leo gracias al contacto directo de verlos triunfar en la FIL, pero confieso que no andan errados los que sustentan que mi mejor participación fue cuando trabajaba como editor en Fondo de Cultura Económica y al término de la primera jornada descubrí al volver al hotel que al trío que tocaba boleros en el lobby bar les faltaba un integrante. Me dijo el dúo que el tercero de ellos estaba hospitalizado, pero su guitarra estaba en el clóset de la limpieza. Esa misma noche me contrataron como tercero en discordia y todo iba de maravilla hasta que alguien llevó nada menos que a D. Miguel de la Madrid, director del FCE, expresidente de México y mi azorado jefe que con sólo mirarme calló la música. Le expliqué que mi compromiso editorial terminaba a las 19:00 horas en el stand y que, en realidad, ganaba un poco más con las propinas que con lo que me correspondía en viáticos. “En ese caso, toquen “Piel canela” dijo Don Miguel y quedó autorizada mi fechoría.

Donde sí pegué un petardo memorable fue la tarde en que llegué corriendo al salón José Luis Martínez y comprobar que la sala repleta miraba ansiosa a un solitario autor ya sentado en la mesa de un silencio. Sin saludar, me instalé a su lado y empecé por declarar que “la novela que nos une hoy es en realidad una serie de cuentos hilados” y el autor me miraba hipnotizado; proseguí diciendo que “se podrían leer los capítulos como relatos separados y, sin embargo, celebro que la estructura más que ornamental denota que se trata realmente de una novela” y aquí, el autor ya me daba codazos por debajo de la mesa… hasta que volteó el ejemplar que se exhibía en un atril y me dejó ver que se trataba de un libro en octavo titulado Cactáceas de Sinaloa editado por la Universidad Nacional Autónoma de México. Aún así, pregunté al público que abarrotaba la sala si acaso había alguien que quisiera saber qué novela estaba yo –equivocadamente—alabando y quién era el autor que intentaba yo presentar ante ellos y un señor canoso de la primera fila me dijo que NO con su dedo, por lo que salí cabizbajo del salón sin tener la menor idea de cómo diablos un libro sobre cactáceas lograba llenar todas las sillas de ese salón.

Está la vergonzosa ocasión en que por culpa del tequila ejercí una rara forma de la crítica literaria vomitando sobre el estante de Seix Barral (en la época gris en que todos los ejemplares venían importados de España) y tuvo que volar a Guadalajara mi padre para liquidar la deuda, incluyendo dos ejemplares de cuyo título no quiero acordarme sobre los que bailé un zapateado etílico. Confieso que en más de una ocasión he fingido que hago traducción simultánea con autores en idiomas que no conozco (por ejemplo, del hebreo con Etgar Keret y del ucraniano con Quiénsabequién) y la conmovedora edición de la FIL en que una señora juraba que yo era hijo de Pavarotti (tan sólo porque Italia fue el país invitado de ese año) y confieso públicamente que he firmado no pocos ejemplares del cineasta Guillermo del Toro y de Francisco Taibo II, tan sólo para no romper la ilusión de los incautos lectores que se me acercan pidiéndome sus firmas y también confieso que me presenté ante un salón repleto asegurando que yo era Antonio Bryce Echenique y que no le veía tanto problema al penoso problemón del plagio que empañó su otrora límpido prestigio.

En la FIL he visto año con año la conmovedora y encomiable abundancia de lectores no sólo de Guadalajara o de Jalisco, sino de muchas regiones de México que acuden para comprar los libros por los que ahorran durante el año y para ver en persona a los autores que nos dan ideas y conversación. He visto a los escritores que transpiran grandeza intemporal y quedan congelados en intocables sonrisas de gaviero contemplando el mar, de leyenda envuelta en mariposas amarillas, de la musa que se vuelve anciana por las noches y de pueblos de muertos donde alguien se derrumba al final como un montón de piedras. Aquí he visto desfilar las ediciones invaluables de libros que he seguido leyendo como memoria viva en los estantes de diversos paisajes y he escuchado como público y participado como espontáneo en conversatorios y presentaciones que realmente confirman que lo único que nos salva como personas, como país y como planeta está en los libros, en los libros que cierto político no pudo citar aquí mismo, pero también en los poemarios que justifican la belleza de una mirada intemporal o en los ensayos que explican el resplandor de un instante y las crónicas que resumen al mejor oficio del mundo. Es la FIL, la más importante reunión de la lengua castellana, del idioma español con todos los acentos con los que se habla a lo largo y ancho del mundo. La feria que empezó bajo una carpa sobre un piso de tierra donde el hombre de barbas que se acercó donde yo abusaba del ron resultó ser en ese entonces el rector de la Universidad de Guadalajara que echó a andar este inmenso escaparate que –efectivamente—parece que va bien y para largo.

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