La lucha contra los poderosos del Michael Moore francés
François Ruffin estrena el documental ‘¡Gracias, jefe!’, en el que se enfrenta al magnate Bernard Arnault para defender a una familia de obreros a los que dejó sin trabajo
La historia de François Ruffin (Calais, 1975) es una nueva variación de la que protagonizaron David y Goliat. Igual que el rey israelí venció al filisteo hiriéndole con honda y piedra, sin espada en su haber y con más maña que fuerza, este documentalista francés ha conseguido marcarse una victoria moral frente a un poder empresarial con fama de ser imbatible. Sus únicas armas fueron la astucia y un pronunciado sentido de la picaresca. Así lo demuestra en ¡Gracias jefe!, que hoy llega a la cartelera española, tras convertirse en uno de los fenómenos cinematográficos (y sociales) del año en Francia.
La película refleja el conflicto entre el matrimonio Klur, antiguos empleados de una filial del conglomerado del lujo LVMH, propiedad del multimillonario Bernard Arnault, que en 2007 decidió trasladar la producción del norte francés a Polonia, seducido por los menores costes de la mano de obra. Desde entonces, los Klur están en el paro. Ante el peligro de perder su casa, tras años acumulando deudas y malviviendo sin poder comer ni calentar su domicilio durante el invierno, Ruffin decide llamar a su puerta para proponerles un plan: chantajear al hombre que los dejó sin trabajo hasta que les ayude a saldar sus deudas. Poco después, un trabajador del grupo se presenta personalmente en su domicilio para entregarles un cuantioso cheque, mientras la cámara oculta de Ruffin lo graba todo en un rincón del comedor.
Periodista combativo, fundador del diario antiliberal Fakir y colaborador de Le Monde Diplomatique, Ruffin escogió este caso por estar particularmente familiarizado con él. Vive en Amiens, ciudad del norte francés cercana al lugar donde transcurre la película, donde la globalización ha hecho estragos. “Arnault no es el único oligarca que hace esas cosas, pero las consecuencias de sus actos me quedaban muy cerca de casa”, afirma Ruffin desde su ciudad. “Desde aquí, puedo observar las consecuencias de desindustrialización a diario. Si viviera en París, tendría menos conciencia de la violencia con la que se trata a la clase obrera”, añade. Modesta producción financiada gracias a 21.000 euros recolectados a través del crowdfunding, el documental fue visto por 500.000 personas en solo cuatro meses, convirtiéndose en una de las películas más rentables del cine francés de los últimos tiempos y, sobre todo, concienciando a los espectadores sobre los excesos del poder empresarial.
¡Gracias, jefe! toma su título prestado de una canción paródica de los sesenta. Ruffin la define como “una comedia documental”. Y la compara con Borat, “si este hubiera leído El capital de Marx”. Al descubrir la película, resulta imposible no acordarse de Roger y yo, el documental con el que Michael Moore despuntó en 1989. En aquel proyecto, Moore perseguía a Roger B. Smith, el mandamás de General Motors, para interrogarle sobre el cierre de sus fábricas en Flint, la localidad natal del director estadounidense, que dejó sin trabajo a 30.000 personas. De la misma manera, Ruffin pone a Arnault ante su objetivo. “Admiro mucho a Moore, pero sus películas condensan pequeñas historias de tres o cuatro minutos. A mí me apetecía centrarme solo en una de ellas, contraponer el destino de una familia pobre con la riqueza extrema que existe en el otro extremo. Don Quijote y Sancho Panza son solos dos personajes, pero tienen un alcance universal. En mis protagonistas vi ese mismo potencial”, afirma Ruffin.
El estreno de la película en Francia coincidió con la eclosión de varios movimientos sociales que confluyeron en una lucha común, como Nuit Debout –la ocupación de plazas y lugares públicos, siguiendo el modelo del 15-M en España– o las manifestaciones contra la reforma laboral del Gobierno de François Hollande. ¡Gracias, jefe! se acabó convirtiendo en un emblema de esa agitación. “Al participar en ese movimiento, me di cuenta de que tenía sus límites”, admite Ruffin. “Tomar decisiones era muy complicado, o incluso imposible. Por eso se terminó estancando”. Para Ruffin, crear un partido político inspirado por esos valores sería “una buena idea”. “Pero no hay que importar a toda costa el modelo de Podemos. Cada país es distinto. La protesta puede desembocar en un sindicato o en una obra de teatro. Puede despertar a cada persona de mil maneras distintas”, añade.
El economista Frédéric Lordon, una de las cabezas pensantes de Nuit Debout, vio en su documental una llamada a “la acción directa”. A Ruffin no le disgusta esa definición. “No hago las cosas solo para que la gente se distraiga en una sala de cine, sino para revigorizarla y reanimarla. En Francia cruzamos un desierto, con el Frente Nacional en lo más alto, el Partido Socialista defendiendo políticas de derechas y el estado de emergencia [tras los atentados del 13-N]. Intenté imaginar un oasis en el que poder abrevarse”, responde el director, quien estaba convencido de que su película encontraría el éxito. “Aunque suene poco modesto, estaba seguro de ello, porque estoy contando la historia de una victoria. Y, en este momento, necesitamos oír hablar de victorias”, asegura. “En la batalla contra la oligarquía, es imposible ganar de manera inmediata. Por lo menos, en el plano material. Su fortuna reposa en el librecambio, en tratados internacionales de la OMC y la Comisión Europea y en un gran número de instituciones. No podemos retomar posesión de esa riqueza, pero sí podemos ganar batallas espirituales”, sostiene.
Nueve meses después de estrenar su película, Ruffin sigue sin tener noticias del entorno de Arnault. “Es una historia de amor no correspondida”, ironiza el director. El grupo que lidera el magnate francés habría renunciado a llevar a Ruffin ante la justicia, para evitar darle más publicidad, según su versión: “Me hubiera encantado que me denunciaran, porque se habría convertido en un juicio bumerán, que se habría girado en su contra. En realidad, reaccionaron de la manera más inteligente: no hicieron nada. A ese grupo no le interesa crear polémicas sobre la situación social que dejan atrás”.
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