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Música Clásica
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El pájaro azul

Neville Marriner y Menahem Pressler, dos leyendas nonagenarias de la música clásica que iban a coincidir (y coincidieron en parte) en el Auditorio Nacional.

Dos músicos nonagenarios, a la misma hora, en el mismo lugar, aunque en salas diferentes. No pudo ser. Ayer jueves iban a coincidir dos leyendas vivas de la música clásica en el Auditorio Nacional de Madrid. En la sala sinfónica, el director inglés Sir Neville Marriner (Lincoln, 1924 - Londres, 2016). El creador de la famosa Academy of St. Martin in the Fields iba a dirigir a la Orquesta de Cadaqués dentro de los ciclos de Ibermúsica. En la sala pequeña, el pianista israelí-americano de origen alemán Menahem Pressler (Magdeburgo, 1923). El fundador del mítico Trío Beaux Arts se uniría al joven Cuarteto Schumann dentro del Liceo de Cámara. El fallecimiento de Marriner, el pasado día 2, ha convertido su concierto en un sentido homenaje a su memoria de la mano de uno de sus ahijados musicales, el director de orquesta Jaime Martín (Santander, 1965). Se mantuvo el mismo programa anunciado, con obras de Sor y Beethoven, junto a la presentación en España del joven violinista italiano Augustin Hadelich (Cecina, 1984). Por fortuna, Pressler sí pudo actuar junto al Cuarteto Schumann durante la segunda parte en el Quinteto con piano, op. 81, de Dvorák.

Marriner y Pressler representan otra época. Un tiempo donde se creía firmemente en lo escrito en una partitura sin tener que acudir a instrumentos de época. “La música no sirve para mostrar las capacidades de uno mismo sino para hacer sentir a otros lo que ha escrito un compositor”, afirma Pressler mientras recibe a EL PAÍS en su camerino. Habla con pasión del pasado y echa de menos la dedicación reinante en 1955 cuando fundó el Trío Beaux Arts: “En aquella época tocábamos muchísimos conciertos y ensayábamos con saña”. No buscaban la perfección sino la belleza y encontraron el pájaro azul de la felicidad: “Nunca fuimos máquinas de hacer música sino amantes de la música”, reconoce este anciano músico próximo a cumplir 93 años. Y la alusión a Maeterlinck es ideal para entender esa felicidad que irradia Pressler tocando el piano. Una sonrisa que compartía con Marriner. Ellos, como los protagonistas del cuento del dramaturgo belga, han sido capaces de ver el alma de las cosas, pero también de mostrarla a los demás.

En 2008, Pressler disolvió el Trío Beaux Arts, pero a continuación inició una sorprendente carrera internacional como solista que le llevó a debutar con la Filarmónica de Berlín en 2014. Incluso, tras grabar todo el repertorio camerístico con piano, ha comenzado ahora a registrar obras a solo y está a punto de culminar una integral de las sonatas de Mozart en el sello La Dolce Volta. Todo un milagro de la naturaleza. De hecho, su impresionante recuperación de un aneurisma aórtico con 91 años ha sido objeto de estudio médico. Tras su operación regresó en seis meses a los escenarios para debutar como acompañante en un recital de lieder de Schumann con Matthias Goerne en el Wigmore Hall de Londres. Y conviene recordar que, además de su carrera como concertista, Pressler es profesor a tiempo completo en la Escuela de Música Jacobs de la Universidad de Indiana en Bloomington, una labor que compagina con clases magistrales en otras instituciones como la Escuela Superior de Música Reina Sofía.

Marriner, como Pressler, tampoco pensó nunca en retirarse. Al cumplir noventa años afirmó que con suerte moriría sobre el podio. “Él era así”, afirma Jaime Martín sonriendo, poco antes de iniciar su concierto en Ibermúsica. “Por fortuna falleció en su casa. Molly, su viuda, me indicó que tuvo un paro cardiaco mientras dormía y no se enteró de nada. Había pasado un tranquilo sábado en familia, tras regresar de Padua donde había dirigido las últimas sinfonías de Mozart. Y ese domingo tenía ensayo con la Academy of St. Martin in the Fields”. Se fue en plenas facultades, sin decadencia y lleno de proyectos. Incluso resulta significativo para Martín que su último concierto fuera con obras de Mozart, quizá su compositor fetiche: “Neville tenía un póster promocional de la película Amadeus en su casa que le divertía mucho. Aparecía él mismo junto a Mozart y abajo en un cartel se leía: ‘Sólo había dos personas cualificadas para dirigir esta música, pero uno de ellos no estaba disponible’”, relata Martín entre risas.

El director cántabro también reconoció la importancia que tuvo Marriner en que hoy se dedique a la dirección musical. “Lo conocí en Cadaqués en 1991, durante su primera colaboración con esta orquesta, y me invitó a unirme como flautista a la Academy e incluso después intuyó mi interés por la dirección orquestal. No sólo me dio consejos, sino que incluso me dio la ‘alternativa’”. Se refiere Martín a su debut como director con una orquesta profesional en octubre de 2008. En aquella ocasión Marriner dirigió en la primera parte del concierto la Quinta sinfonía de Beethoven. Y en la segunda salió con Martín a escena para hacerle entrega de la batuta con la que dirigió la Eroica. Y, ciertamente, su Beethoven tan bien estructurado y camerístico es otra herencia de Marriner. Lo pudimos comprobar ayer en Ibermúsica en el Concierto para violín e incluso más en la Segunda sinfonía donde no se acudió a alardes dramáticos o guiños historicistas. Un Beethoven que reivindica su espíritu clásico por encima de todo. El concierto se inició con la rossiniana obertura del ballet Alphonse et Léonore ou L’Amant Peintre, de Fernando Sor, un compositor en cuya recuperación Marriner también se implicó junto a la Orquesta de Cadaqués. La actuación como solista de Hadelich en el Concierto para violín de Beethoven fue muy destacada, aunque todavía no alce el vuelo sobre las sutilezas musicales que tiene la obra. Este violinista italiano de padres alemanes destaca hoy mucho más en obras contemporáneas como en L’arbre des songes, de Dutilleux, que le ha permitido conseguir este año su primer Grammy. Ofreció como propina el Andante de la Segunda sonata de Bach, que se unió al final de la segunda parte a las dos propinas de la orquesta junto a un emotivo exordio de Martín sobre Marriner: la obertura de Le nozze di Figaro (no podía faltar Mozart) y una bellísima interpretación del tercer entreacto de Rosamunde, de Schubert.

Pero si en la sala sinfónica se invocaba el espíritu de Marriner, Pressler estaba de cuerpo presente en la sala de cámara tocando Dvorák y hasta Shostakovich como propina. Tras la primera parte, en donde el Cuarteto Schumann encaró el tercero de los prusianos de Mozart y el también Tercero de Schnittke, llegó el esperado momento de escuchar a Pressler en el último de los dos quintetos con piano del compositor checo. La obra es toda una especialidad del pianista de origen alemán, que la grabó con el Cuarteto Emerson en 1993 para Deutsche Grammophon (y más recientemente con el Cuarteto Ebène para Warner en vivo). Fue muy interesante comprobar cómo el estilo interpretativo tan colorido, refinado y elegante de Pressler fue alterando progresivamente el más dinámico y enérgico del joven cuarteto alemán, formado en 2012 por tres hermanos junto a una violista estonia. Empezaron conversando con naturalidad en torno a los dos temas del movimiento inicial. En la dumka subsiguiente desplegaron una impresionante suspensión temporal, al igual que frescura y algarabía en el furiant del scherzo. Pero lo más inolvidable fue la variedad y coherencia conseguida en el movimiento final, donde Dvorák combina una polka, una dumka, una musette y hasta un fugato. Para terminar regalaron como propina una versión pausada y meditativa del cuarto movimiento del Quinteto con piano de Shostakovich. En todo lo escuchado prevaleció un sentido innato de belleza que enterró cualquier desajuste o pasaje borroso. Y eso es algo muy poco frecuente hoy en las salas de concierto. Buscábamos el pájaro azul en lugares remotos y lo tuvimos ayer en nuestra casa. Y quizá por partida doble.

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