_
_
_
_
_
EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Seis de bastos

El público teatral tiene muy distintas maneras de manifestar su disgusto. Yo he seleccionado seis: seis de bastos. La primera (modalidad Viéndolas venir) me la contó Jesús Castejón: “Comienza una función histórica. Sale un actor y anuncia ‘1905’. La compañía interpreta parsimoniosamente el cuadro en cuestión. Sale de nuevo el actor y dice: ‘1906’. Se levanta un señor, revolea la mano, lanza un iracundo ‘¡Ah, no!’ y se larga”. La segunda (forma Agua fría inesperada) tiene como protagonista a Anna Lizarán, y aún escucho su risa. “Acababa de estrenar y todo eran felicitaciones. Hasta que se me acercó una señora muy fina y sonriente y me dijo: ‘¡Oh, Anna! ¡Qué función! ¡Menuda función!’. Le sonrío también: ‘¿Le ha gustado?’. La señora responde, categórica: ‘En absoluto”.

Hará unos años, en el Gijón, Álvaro de Luna me hizo descubrir la forma Enmienda a la totalidad: “Tarde de domingo. Aplausos desganados. Un espectador avanza por el pasillo central con cara de perro y blandiendo un bastón que no augura nada bueno. Llega hasta el borde del escenario y mientras va golpeando el suelo con la contera proclama con un vozarrón tremendo: ‘¡Muy mal el texto, muy mal la puesta, muy mal los actores ¡y muy mal todo!”.

Hay una variante de esta vehemente actitud, vivida en sus carnes por Alfredo Landa en el Teatro de la Comedia. Podríamos llamarla El aplauso engañoso. Representaban una pieza que fue un fracaso rotundo. Una noche, me contó, “solo vinieron siete personas: yo creo que entraron porque en la calle había una temperatura siberiana. Durante el saludo uno de ellos se puso en pie para aplaudir. Me conmovió tanto que le susurré ‘Gracias’. Llegó en tres zancadas hasta nosotros y me gritó: ‘¿Y qué quiere usted que haga, hombre, qué quiere usted que haga?’. Rafael López Somoza, compañero de reparto, me dijo luego: ‘Cuando se pincha nunca hay que mirar al público, Alfredico. Y hablarle, menos”.

A veces es difícil no hablar con el público, sobre todo si se presentan en el camerino y dicen cosas como en la modalidas Maridaje fatal, que me refirió Lluís Pasqual (también entre risas): “Yo había dirigido un espectáculo de Sara Baras y allí estábamos cuando entró un señor que se presentó como un gran admirador nuestro y dijo lo siguiente: ‘Señora Baras, señor Pasqual, quiero decirles que he seguido sus carreras respectivas y me encanta todo lo que han hecho’, aquí hizo una pausa inquietante, ‘pero por separado. Juntos, son ustedes un desastre”.

La sexta de bastos no viene del público sino de una actriz. Cuenta el episodio Pablo Carbonell en sus memorias, El mundo de la tarántula, aunque he escuchado esta anécdota con otras parejas protagonistas.

“José María Rodero y Agustín González estaban haciendo una función en una ciudad de provincias. Cada noche aplaudían mucho a Rodero y muy poco a González, hasta que éste estalló: ‘¿Qué hay que hacer en esta maldita ciudad para que le aplaudan a uno?’. Una actriz del reparto replicó: ‘La mitad, Agustín, hay que hacer la mitad’. Sabio consejo, pero no siempre: hay intérpretes que se pasan porque esa es su naturaleza y están fenomenales.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_