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El director griego finaliza la trilogía Da Ponte con un nuevo hito

‘Don Giovanni’: misterio desvelado

Teodor Currentzis propone una versión memorable de la ópera de Mozart

Forma parte de los privilegios del periodista el acceso a material prioritario antes de su divulgación pública. Y no estoy hablando aquí de grandes exclusivas ni de información reservada, sino de un cofre que ha llegado a mi domicilio con el reclamo absoluto de "Don Giovanni.

Y no cualquier versión, sino la de Teodor Currentzis, cuya vinculación a Mozart ya había engendrado las otras entregas de la trilogía Da Ponte.  Y había provocado asombro, en su riqueza cromática, en su intensidad, en su dinámica sonora, en su esmero estilístico, hasta el extremo de convertir Las bodas de Fígaro y Così fan tutte en un hito discográfico.

Estaban justificadas las expectativas con Don Giovanni. Y se han demostrado más justificadas aún después de haber escuchado el disco (Sony), unas semanas antes de la publicación oficial. Tiene sentido llamarlo cofre porque aloja un tesoro musical. Y porque la propia envoltura de la grabación, letras blancas sobre fondo negro, se antojan la metáfora de una lápida al revés,  incitando la lectura del pasaje más inquietante y ambiguo de la ópera: qué bella noche, es más clara que el día.

Aquí se aloja el misterio de Don Giovanni. Allí ha acudido la clarividencia de Currentzis, desentrañando el conflicto conceptual, estético, del dramma giocoso. Drama jocoso. La luz en la oscuridad y la oscuridad en la luz, la ironía de Mozart en el umbral de las cuestiones físicas y metafisicas, Eros y tánatos, el sexo y la muerte en la mandolina de un ¿libertino?

No vamos a ponernos cursis ni tremendos. La versión de Currentzis capta el claroscuro de Don Giovanni desde una lectura esencial, pero también puede y debe disfrutarse desde presupuestos hedonistas, un placer sensorial que proviene de la exuberancia, de la sensualidad, de la tensión teatral que el maestro griego incorpora a su papel de mediador.

Se diría que concibe la lectura como un viaje de iniciación del que no puede uno apearse. Una experiencia trepidante, una montaña rusa que compagina los episodios vertiginosos con los espacios contemplativos, pero conservando siempre una asombrosa intensidad, un criterio unificador. Y descubriendo la ópera como si no la hubiéramos escuchado nunca.

No puede resolverse mejor de cuanto hace Currentzis la escena de las tres orquestas en el desenlace del primer acto. En lugar de amontonarse, se sobreponen en un plano sonoro que convierte a Mozart en el padre de la música contemporánea. Y no sólo por el hallazgo de las disonancias, sino por la superación de la forma misma.

Viaja Currentzis sin miedo a las tinieblas, como si fuera Tim Burton en La novia cadáver. Y como si la ruptura de las convenciones sociales identificara a Don Giovanni no como un violador, un asesino o un vampiro, sino como un hombre coherente en su pasión que desafía su tiempo y todos los tiempos, habiendo robado el fuego a los dioses y utilizándolo para incendiar la conciencia de su comparsa.

Impresiona hasta qué extremo elabora Currentzis los recitativos. Y hasta qué punto se establece una relación indivisible de las partes y el todo. Es el milagro de la reunión de la palabra y de la música. Una concepción total de Don Giovanni que abruma y deja estremecido. Y que proviene de la construcción de un hábitat musical donde Mozart ha resucitado hecho hombre.

Me refiero a la remota ciudad rusa de Perm, al lugar extremo donde Currentzis ha concebido una orquesta, Musicaeterna, y una cultura que requerían escapar de la contminación que tantas veces ha degradado a Mozart a la simplificación superficial y frívola de su genio.

 

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