Y abuchearon a Prince
Prince iba de telonero de los Rolling Stones. Y le pitaron, le insultaron, le tiraron de todo
Maldición: te mueres y encima inundan el mercado con discos que nunca imaginaste. Disculpen el mal chiste pero es cierto. Lo vimos con David Bowie: salen bajo su nombre incluso conciertos hechos con Iggy Pop o Nine Inch Nails; hasta han sacado grabaciones de sus entrevistas. Evidentemente, sin la bendición de los herederos.
Ha ocurrido con Prince, tan escrupuloso con lo que editaba. Están apareciendo abundantes directos: The purple era, Prince & Friends, The beautiful ones, 3 nites in Miami, Purple reign in New York, Rock in Rio 2; como Naked in the Summertime encontramos su concierto del Vicente Calderón en 1990. Aprovechan un resquicio en la legislación europea, que aparentemente permite publicar transmisiones de radio o TV. Dudo de que todo eso se emitiera pero hecha la ley, hecha la trampa.
Técnicamente, son bootlegs, piratas para coleccionistas; pudorosos, en Amazon hablan de “lanzamientos semioficiales”. Más allá de la definición legal, conviene avisar que el sonido no está garantizado, que la información no es fiable, que dudo que alguno de los implicados vea un céntimo.
Ya puestos, alguien debería rescatar los dos conciertos que Prince ofreció en 1981, en Los Ángeles. Cabrían en un CD o en un LP: iba de telonero. De telonero de los Rolling Stones. Y le pitaron, le insultaron, le tiraron de todo. En términos culturales, aquello resultaría tan relevante como Altamont.
Allí se rompió el implícito convenio entre los Stones y sus fans. Desde siempre, los londinenses intentaban educar a sus seguidores sobre la música afroamericana. En 1965 llevaron al inmenso Howlin’ Wolf a un programa de TV juvenil, Shindig!. Aunque el Lobo Aullador estaba a punto de cumplir 55 años, aquella fue su primera aparición en la televisión nacional estadounidense.
Aparte, los Stones gustaban de enriquecer el cartel de sus giras con artistas negros de larga trayectoria: B. B. King, Chuck Berry, Tina Turner, Stevie Wonder, The Meters, Etta James, Peter Tosh. En 1981, Mick Jagger quiso añadir un desconocido para el público del rock. Siempre con las antenas desplegadas, Jagger había visto al chico púrpura en Nueva York y se entusiasmó con lo que entonces llamaban new wave-funk.
Normalmente, nadie presta mucha atención a los teloneros. El 9 de octubre, Prince saltó al Memorial Coliseum de Los Ángeles con el aspecto guarrillo que lucía en la portada de Dirty mind. Funcionó hasta la tercera canción, una invitación a la masturbación, Jack u off. Y surgió una hostilidad tan evidente que Prince, en la siguiente canción, abandonó el escenario y dejó sola a su banda; volvería para el tema quinto y final, perfecto para el momento: Why You Wanna Treat me so Bad?.
¿Por qué le trataron tan mal? Se ha especulado con un combinado letal de racismo y homofobia. Al día siguiente, en las emisoras de Los Ángeles había un nada oculto deleite entre algunos locutores (blancos) de rock y mucha consternación en las radios para oyentes negros. Un rechazo tan palpable que Prince huyó a Minneapolis; Jagger y el promotor del evento, Bill Graham, insistieron para que lo intentara de nuevo. Regresó para el segundo concierto, el día 11, y el asunto empeoró. El sector más cerril del personal venía preparado: le lanzaron vísceras de animales, botellas, latas.
Tristemente típica fue la reacción de Keith Richards: bajó de su nube narcótica para aplaudir a las bestias. Ignorante de que Prince era su verdadero nombre, el guitarrista afirmó que no bastaba con otorgarse el título de Príncipe, que tenía que ganárselo. Le acusó de pretender quitar plano a los que encabezaban el cartel (¿en 20 minutos, Keith?).
Pero Prince resistió. Hizo bien: seguramente, muchos de los agresores, tres años después, alucinaron con Purple Rain. Por su parte, Jagger dejó de pensar en instruir a su público. La tropa del rock ya no constituía una vanguardia de tolerancia. Ni racial ni sexual ni musical.
Babelia
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