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CORRIENTES Y DESAHOGOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las charlas de Formentor

Formentor es el nombre mítico de un premio rebelde y literario que pilotaba hace cuarenta años Carlos Barral y en torno a cuya procesionaria, Camilo José Cela organizó “les converses”.

Ahora uno y otra han resucitado con el deslizante gobierno de Basilio Baltasar que nos tiene concentrados en este paraíso mediterráneo de agua y cielo, y dónde, mira por dónde, ha recibido el patrocinio de la empresa hotelera y de viajes Barceló.

En realidad, quienes ya estamos aquí, no nos moveríamos para viajar a ningún otro lugar pero este regalo de la naturaleza convoca a intelectuales brillantes y numerosos que han formado el combo de este fin de semana otoñal. Todos hipnotizados, no ya por los atardeceres y la sobrasada mallorquina sino porque, por encima del encono, reina la sabrosa ensaimada de la conversación.

Roberto Calasso ha sido el escritor premiado este año por el Formentor (que antes recibieron Vila Matas o Ricardo Piglia) y por los pasillos se le ve ufano como un solemne terrateniente de la mar. No parece, de hecho, muy efusivo o afectivo Calasso pero poco a poco ha ido calando en varios miembros del jurado que compusimos Victoria Cirlot, Francisco Ferrer Lerín, Ramón Andrés, Basilio y yo felices semanas atrás.

Calasso, dueño de importantes empresas culturales entre las que se encuentra su editorial Adelphi y una erudición tan vasta que nos devasta, ambula ahora por los bufés como un emperador maduro y seguro de sí. Pero, con todo, no es esto lo principal de lo que sucede en este intrigante hotel que hospedó desde Churchill a Gary Cooper y su plateada generación.

Lo importante, aparte del premio y de sus consecuentes ornamentos, son las mesas “conversatorias” que forman durante este fin de semana, Jorge Herralde, Paco Jarauta, Cristina Fernández Cubas, Rafael Argullol o Ignacio Vidal-Folch entre otros más.

Basilio Baltasar ha preparado hasta ocho mesas parlantes para que sobre la luna o sus fantasmas, la pena y el destino, los espíritus y las sombras se debatan historias respecto al más allá. Un pretexto para perderse en la ensoñación de exhalar la mente de los demás. Hablar, por tanto, no para sí ni desde la autonomía sino, al contrario, desde la necesidad de “convertirse” o de “rehacerse” con la vista de los demás, “Conversarse” que no conservarse mediante los trasvases de la conversación.

La mitad, al menos, de los problemas del mundo se aliviarían con esta terapia apoyada en el interés de saber lo que otros saben y de algo que aún sabemos qué es. Así nos volveríamos todos tan dulcemente mestizos como azucarados de ajenidad. Golosinas para la Humanidad, mixturas que va tejiendo la palabra y su idea. La idea de la palabra que viene a ser como el hueso vertebral de la condición humana. Su esqueleto que va desde el cerebro al pie de la letra para vivir con gusto la alegría de cambiar y formentar.

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